Opinión Internacional

Por cristiano

Abdul Rahman, afgano acusado de haberse convertido al cristianismo, salvó la vida por un tecnicismo legal: los fiscales declararon que no hay suficientes pruebas para encausarlo. Este sujeto, quien vivió en Alemania unos años, fue enjuiciado por apostasía, ya que la ley islámica, la Sharia, establece que es un delito capital adoptar otra religión: el que nace musulmán es musulmán para siempre, o de lo contrario, es ejecutado.

Lejos están los días medievales del califato del Al-Andalus, hoy Andalucía, donde florecía la tolerancia y la libertad de conciencia. Eran los años del gran esplendor de la cultura islámica, que dejó al mundo el legado científico y artístico más avanzado de su época. Los logros matemáticos de su avanzada álgebra, el desarrollo de su astronomía, y la medicina, para no hablar de su poesía y literatura, todavía nos asombran. Entonces, eran los cristianos de Europa del Norte quienes empalaban herejes y quemaban brujas.

Pero más asombra que los herederos culturales de aquella sociedad gestora de tanto progreso, hayan caído en el marasmo violento y fanático de hoy. El colapso del mundo musulmán muestra que la civilización y la tolerancia no son dones definitivos. Fácilmente pueden revertirse si no se cultivan como delicadas flores de invernadero. En América Latina, Venezuela es un caso emblemático: Fuimos refugio democrático de toda clase de satrapías sureñas y centroamericanas en los años 60 y 70 (¿Quién no recuerda aquella canción de Rubén Blades: “Voy llegando a la frontera, pa’ salvarme en Venezuela…”?). Hoy nos deslizamos por la violencia social instigada por un Estado tenebrosamente infiltrado por enanos narcotraficantes, por la corrupción militar y financiera; promovida por una propaganda marxista-bolivariana muy eficaz en mostrar ejecutorias de progreso que no se ven por ningún lado.

Defender la tolerancia y la libertad para pensar diferente pasa por el desenfado, la irreverencia y la valentía en desafiar la autoridad establecida. Es un acto consciente de coraje para enfrentarse tercamente al Poder. Al recibir recientemente el doctorado Honoris Causa de la Universidad Complutense de Madrid, Joan Manuel Serrat aclaraba el punto: “Si alguna vez alguien me preguntó en cual de las dos lenguas (catalán o castellano) me expresaba mejor, mi respuesta fue que siempre me expreso más a gusto en la que me prohíben hacerlo.” Mejor ilustración, imposible

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