Opinión Internacional

Por qué fracasan nuestros gobiernos

(%=Image(2293154,»L»)%)Ciudad de Guatemala (AIPE)- Por el año 1948, Alemania no daba indicaciones de avanzar en la reconstrucción de la posguerra. A petición del gobierno de EEUU, un equipo de prestigiosos economistas (Walter Heller y Alvin Hansen de Harvard) propuso un plan de recuperación para Alemania basado en ideas intervencionistas y reguladoras de la economía. Contaba el ministro de Economía alemán, Ludwig Erhard, que luego de leerlas las tiró a la basura y un viernes procedió a eliminar los controles de precios, salarios y de cambios que habían sido impuestos por el ejército de ocupación. El gobernador militar, general Lucius Clay, lo llamó alarmado y le dijo que sus asesores le aseguraban que lo hecho era sumamente peligroso. Erhard respondió, “qué curioso, lo mismo me dicen mis asesores”. Erhard liberó la economía y así se produjo el milagro económico alemán. Otros países como Francia, Inglaterra e Italia, los cuales recibieron más ayuda per cápita del Plan Marshall, duraron mucho más tiempo en recuperarse de los destrozos de la Segunda Guerra. Inglaterra entró en crisis debido a la socialización de su economía, la cual se siguió desplomando hasta que llegó Margaret Thatcher al poder en 1979 y revirtió el proceso.

Los fracasos económicos de los gobiernos de América Latina son evidentes. Y para mayor desgracia, también han sido incapaces de disminuir el crimen y la delincuencia. La decepción con la democracia en el hemisferio se generaliza más y más.

Esto sucede a pesar de la ayuda económica internacional. Regalan más dinero, perdonan deudas, elaboran estudios, financian publicaciones, foros y conferencias, mandan toda clase de asesores acompañados de dinero para persuadirnos a adoptar sus recetas. Nos inducen a pasar leyes redundantes para “componer” todo lo que les parece descompuesto y creen que lanzando dinero a los problemas se van a solucionar. ¿Resultado? Sigue la endémica pobreza. Chile y Taiwán salieron adelante cuando les quitaron la ayuda. Ya es hora de ponderar la interrogante, ¿casualidad o causalidad?
Los gobernantes generalmente saben mucho de política, pero poco o nada de economía. Cautelosos, confían en expertos nacionales y extranjeros o en hombres de negocio que por ser exitosos creen que saben de economía, pensando que un país se maneja como una empresa y, lamentablemente, suelen compartir la cultura económica intervencionista, la moderna ortodoxia, que también ha dominado a las agencias de ayuda. Es imposible, por tanto, no concluir que he ahí, en los consejos económicos intervencionistas ortodoxos, está la causa de buena parte del fracaso latinoamericano.

Ante la falta de resultados, los asesores nuevamente repiten, hasta con la misma retórica, que hay que tener paciencia y, por supuesto, subir los impuestos para tapar el enredo. Los presidentes no se atreven a contradecir y hacer lo que aconseja el sentido común porque les aseguran que “no es tan sencillo”, “así no se hacen las cosas”, “¿dónde lo han probado?”, “es muy arriesgado”. Sin embargo, los países que han salido adelante son precisamente aquellos que con audacia no hicieron caso a la ortodoxia de moda: Chile, Estonia y sus vecinos, los tigres asiáticos, Irlanda, Nueva Zelanda y algunos otros más. La respuesta es siempre, “aquí no se puede aplicar eso porque la situación es diferente”. Los presidentes se dejan llevar por sus asesores y fracasan –unos más que otros-, corre el tiempo y terminan sus períodos. No tienen confianza ni en su sentido común ni en la instintiva audacia que los llevó al liderazgo político y, ante su impotencia, se convierten en limosneros internacionales.

Lo único que siempre funciona es el liberalismo, la libertad individual respetuosa de los derechos de los demás, que de paso fomenta la responsabilidad, la eficiencia, la moral, la diligencia y la cooperación pacífica. Las recetas intervencionistas ya se probaron y fracasaron. Toca ahora probar con la libertad.

(*): Ingeniero y empresario guatemalteco, fundador de la Universidad Francisco Marroquín, fue presidente de la Sociedad Mont Pelerin.

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