Opinión Internacional

Prat Gay versus Redrado

Nada de lo que ocurrió en la relación entre el Gobierno de los Kirchner y Martín Redrado, desde el 7 de enero hasta el día de hoy, me sorprendió ni me pareció interesante comentar. No me sorprendió porque se trató de uno más de los tantos atropellos a las instituciones políticas y económicas que se han sucedido casi ininterrumpidamente desde el 20 de diciembre de 2001. Me refiero a esa fecha y no al Gobierno de los Kirchner, porque, por ejemplo, la decisión de “pesificar” los depósitos de la gente por decreto de necesidad y urgencia en enero de 2002, el desconocimiento de los contratos de concesión de servicios públicos y el posterior congelamiento de sus precios y tarifas, fueron atropellos a las instituciones monetarias de la Nación tan gravosos como el intento de los Kirchner de apropiarse de las reservas del Banco Central. Aquellas decisiones de enero de 2002 significaron revertir una de las pocas “políticas de estado” que había logrado definir la democracia argentina desde su renacimiento en 1983: la de hacer de la estabilidad monetaria no sólo el objetivo del Banco Central sino una verdadera piedra angular de la organización económica del País.

Ya en el Gobierno de los Kirchner, la dimensión que alcanzaron las retenciones a las exportaciones agropecuarias, las prohibiciones para exportar carne, leche y trigo, la arbitrariedad en la repartición de los recursos entre las provincias, la apropiación de los fondos de los trabajadores para su jubilación, la introducción de controles de precios, los subsidios, las licencias previas de exportaciones e importaciones administradas con total discrecionalidad y opacidad, constituyen flagrantes violaciones de las reglas de juego de la economía y actos claramente enfrentados a la constitución y a las leyes.

En todo caso, lo sorprendente y, al mismo tiempo, alentador del atropello más reciente de los Kirchner, es que, esta vez, encontró frenos en la Justicia y en el Congreso Nacional. Pareciera que las instituciones de la República han comenzado a funcionar. Enhorabuena y ojalá esto marque un cambio definitivo de tendencia hacia la recuperación institucional que nuestro país necesita.

Redrado cumplió con sus deberes de funcionario Público. Hizo lo que debió hacer y ello ha quedado bien en claro con el pronunciamiento de la Cámara en lo Contencioso Administrativo que respaldó la decisión de la Jueza Sarmiento de suspender la aplicación del decreto de necesidad y urgencia a través del cual el Gobierno pretendía hacerse de 6.500 millones de dólares de las reservas externas que respaldan los pasivos del Banco Central. El único error táctico que cometió, a mi entender, fue no renunciar inmediatamente después de ese importante pronunciamiento. Porque, de haberlo hecho, hubiera demostrado que en realidad su accionar estuvo exclusivamente direccionado a cumplir con su deber y que, de ninguna manera, estaba atornillado al cargo de Presidente del Banco Central. Se trata sólo de un error táctico, que dio pie a que la Presidente llevara a cabo la parodia de requerir el consejo de la comisión bicamenral para poder llevar a cabo su destitución, en lugar de, sencillamente, aceptar su renuncia.

Cuando estoy escribiendo esta nota, aún no conozco el pronunciamiento de la comisión, pero no me parece relevante, salvo en lo que respecta al enfrentamiento, aparentemente ideológico, que existe entre dos buenos economistas profesionales que han sido ex-presidentes del Banco Central: Martín Redrado y Alfonso Prat Gay. Y esta discusión sí me parece importante, porque tiene que ver con el futuro: cuál debería ser, una vez reorganizada la economía argentina, el papel de la política monetaria.

Alfonso Prat Gay sostiene que la política monetaria debería estar enderezada a alcanzar metas definidas de inflación. Yo coincido con él. Pero no coincido con su apreciación de que durante su gestión, Martín Redrado dejó de perseguir ese objetivo  más de lo que ya lo había dejado de perseguir el mismo Adolfo Prat Gay durante el año  que estuvo al frente del Banco Central. La definición de que la política monetaria no debía apuntar a alcanzar metas definidas de inflación sino a mantener alto y más o menos constante, el tipo de cambio real de la economía, es la piedra angular del denominado “Modelo Productivo” que pregonaron tanto Duhalde como los Kirchner durante sus respectivos gobiernos.

Cualquier economista profesional que aceptara ser Presidente del Banco Central designado por estos gobiernos debía saber de antemano que no podría enderezar la política monetaria a mantener baja la inflación porque la misma estaría comprometida en mantener alto el tipo de cambio real y este objetivo es incompatible con la lucha sostenida en contra de la inflación. Prat Gay lo supo desde el primer día que asumió Kirchner la Presidencia de la Nación, no sólo por las definiciones que ya habían adoptado Duhalde y Lavagna desde que lo designaron al frente del Banco Central, si no porque Kirchner lo instruyó, públicamente, a sostener el tipo de cambio nominal alrededor de 3 pesos por dólar. Mientras Pratt Gay estuvo al frente del Banco Central la inflación bajó al 6 % anual, no por la política monetaria sino porque el gobierno impidió que los precios que habían quedado atrasados luego de la fuerte devaluación de 2002 se ajustaran a sus niveles de equilibrio. Este impedimento se originó en el congelamiento de precios y tarifas del sector público a los niveles anteriores a la devaluación, a la introducción de retenciones a las exportaciones,  y en la lentitud con la que se recuperaron los salarios reales, gravemente deteriorados por la devaluación y el golpe inflacionario del año 2002.

Si bien sostengo que el argumento de Prat Gay en favor de una política monetaria que apunte a metas de inflación no puede ser utilizado para decir que Martín Redrado incumplió con su deber, quiero dejar bien en claro que tan pronto como la economía argentina vuelva a contar con reglas de juego en línea con las que tienen los países con economías de mercado estables y abiertas al mundo, la política monetaria debe estar enderezada a alcanzar metas de inflación cada vez más cercanas a las que se proponen los países estables del mundo. Tenemos, simplemente, que imitar a Chile, Brasil, México, Colombia, Uruguay y Perú, que siguen este tipo de política. Pero ello no puede ser algo que decida e implemente un Presidente del Banco Central, por más profesionalmente responsable que sea, sino que debe surgir de una decisión política del Poder Ejecutivo, plenamente respaldada por el Congreso Nacional, sólo posible cuando la dirigencia de Argentina vuelva a proponerse hacerla funcionar como una nación política y económicamente bien organizada. Algo que no es la realidad actual ni lo fue nunca desde 2002 en adelante.

Por eso no se le puede echar la culpa a Redrado. Y mucho menos lo puede hacer Prat Gay que aceptó ser Presidente del Banco Central de Duhalde y de Kirchner, cuando sólo un año antes había aceptado mi propuesta para ser Vicepresidente del Banco Central, en plena vigencia de la Ley de Convertibilidad y con una economía que todavía seguía estando bien organizada. En esa oportunidad el Congreso Nacional no respaldó su designación con el argumento de que había estado trabajando en JPMorgan, objeción que los mismos legisladores no hicieron cuando fue propuesto para el cargo de Presidente por Duhalde y Lavagna. A mi siempre me sorprendió que Prat Gay halla denostado al régimen de convertibilidad como lo ví hacerlo cuando compró la receta del “Modelo Productivo” de Duhalde y Lavagna, siendo que yo lo presenté a Mervin King, actual Presidente del Banco de Inglaterra como futuro Vicepresidente del Banco Central de Argentina, encargado precisamente de administrar el régimen de convertibilidad monetaria. Nunca antes me había referido a este tema, pero lo hago ahora para sugerirle a Prat Gay que no trate de respaldar sus buenas ideas para el futuro en la denigración de quienes han tenido que asumir responsabilidades en momentos difíciles de la historia argentina. Siempre es más fácil convencer con la verdad que con la hipocresía.

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