Opinión Internacional

Protocolo de Kyoto

I – Cambio climático

El recién ratificado Protocolo de Kyoto, que entró en vigencia 8 años después de ser suscrito inicialmente por 34 países, en 1997, es una buena noticia y se ubica en el camino correcto, ya que es una iniciativa coordinada por las Naciones Unidas, representa un mecanismo de alcance mundial y es la primera acción conjunta que formula la comunidad internacional para preservar el hábitat de la humanidad. El consenso sobre el Protocolo apunta a definirlo como un instrumento de insuficiente alcance para atenuar el impacto sobre el cambio climático y su consecuencia el efecto invernadero. Por ello muchos críticos que reconocen como buena la iniciativa, la señalan de tímida, poco ambiciosa e insuficiente.

Los que así piensan se basan en serios estudios científicos que entre otras cosas señalan: que el futuro del planeta está en peligro por causa del cambio climático, pero ese futuro no está tan lejos como se suponía; el cambio climático ha comenzado ya a mostrar sus rigores, más rápido de lo que se pensaba, y es irreversible; no se le puede dar marcha atrás. Desde el comienzo de la revolución industrial hasta nuestros días, es decir en 150 años, los niveles de CO2 arrojados a la atmósfera han sido sustancialmente mayores que los vertidos en los 10.000 años anteriores (incluidos los cataclismos que acabaron con los dinosaurios); sin embargo si no se toman medidas de aquí en adelante para evitar la contaminación el efecto invernadero aumentará 350% más para 2100.

Las estimaciones son que en 76 años los inviernos habrán casi desaparecidos, las lluvias serán más escasas y en consecuencia las sequías mayores y más intensas. Aunque los ríos verterán menos agua al mar, éste aumentará de nivel por efecto del deshielo y muchas áreas hoy tierra firme, estarán bajo el agua.

Una parte del hielo ártico ha desaparecido en los últimos 40 años, por haber aumentado un grado la temperatura en esa zona. Los vaticinios científicos apuntan a que en el verano y comienzos del otoño, el hielo del círculo polar ártico desaparecerá para 2100. Estas cosas que suponemos lejanas y ajenas a nosotros, afectarán gravemente a nuestra descendencia, por ello no podemos permanecer indiferentes.

De todas formas el calentamiento global por efectos de las emisiones contaminantes que causan el efecto invernadero, ya lo estamos sintiendo en nuestra generación: El Niño, La Niña, las inundaciones europeas, las inundaciones norteamericanas y los tornados, tormentas y ciclones en la costa este estadounidense, las terribles sequías en África, la crudeza de los monzones en los últimos años en el continente asiático, los maremotos y tsunamis en el sudeste asiático, los deslaves de Vargas en 1999 y 2005, las lluvias en pleno verano en nuestro país, los incendios forestales en EE. UU., las sequías en Brasil y los incendios en el amazonas, etc., muestran con toda claridad que los humanos hemos alterado el equilibrio climático y estamos sufriendo sus consecuencias.

Las enfermedades que creíamos erradicadas como el cólera, el dengue y la malaria han reaparecido. Estas enfermedades típicamente tropicales hoy se extienden hacia zonas del norte por efectos del aumento de la temperatura global, lo que permite a sus transmisores acceder a zonas que antes les estaban vedadas por el frío.

El dilema está en hacer grandes y significativos cambios ahora, porque luego será tarde. A la bola de nieve que rueda cuesta abajo se le puede aminorar la velocidad. Cambios drásticos, no correctivos como el que plantea el PK, implican reducir 50% las emisiones hasta 2100. El problema es que EE.UU., China, India y Australia, grandes contaminadores, ni siquiera se plantean reducir sus emisiones contaminantes al magro 5,2% que plantea el Protocolo de Kyoto. USA aduce que tales evidencias científicas no están 100% comprobadas. ¿Pero y los rigores climáticos que han sentido ellos y nosotros también, son una ilusión? Lo que la humanidad espera es que los líderes de los países desarrollados tomen conciencia sobre la gravedad del asunto y actúen más drásticamente para evitar la degradación ambiental del planeta y lo salvemos para las generaciones futuras. Somos optimistas al respecto.

II – Características básicas

No variamos nuestro criterio con relación a que el Protocolo de Kyoto es un excelente comienzo en la dirección correcta para evitar una desmejora mayor en el equilibrio climático producto del calentamiento global; tampoco variamos nuestra posición acerca de que es un mecanismo con poca ambición, sin embargo comprendemos las difíciles circunstancias que rodearon su ratificación. Por otra parte estamos seguros que según los rigores del clima se acentúen, el foro creado en virtud del protocolo de Kyoto acelerará eficazmente acciones conjuntas tendientes a disminuir dramáticamente las emisiones de gases contaminantes de los países del orbe, incluido por supuesto EE.UU.

En concreto el PK se propone una reducción de los volúmenes de gases generados durante el período comprendido entre el año 2008 y el 2012; para que estas emisiones sean, en cada uno de esos años, 5,2% inferiores a las emitidas en 1990. Los países firmantes del protocolo se obligan a cumplir los compromisos cuantificados de limitación y reducción de las emisiones contraídos, y aplicarán medidas tales como: fomento de la eficiencia energética en los sectores pertinentes de las economías nacionales; investigación, promoción, desarrollo y aumento del uso de formas nuevas y renovables de energía, de tecnologías de secuestro del dióxido de carbono y de tecnologías avanzadas y novedosas que sean ecológicamente racionales; reducción progresiva o eliminación gradual de incentivos fiscales, así como de exenciones tributarias, arancelarias y subvenciones, contrarias a los propósitos del PK .

El protocolo de Kyoto que es un instrumento jurídico, establece de una manera novedosa mecanismos de ingeniería financiera para abrir la posibilidad de compensar las emisiones de gases invernaderos; esto es que al tener los países desarrollados que constreñirse al volumen de emisiones de 1990 y rebajar dicha marca 5,2% anualmente, se crean cuotas a cumplir por países; en cada nación la cuota se reparte en sectores y estos se distribuyen en empresas. Como quiera que desde el 90 para acá las emisiones han aumentado (aunque no tanto dadas las sucesivas crisis económicas habidas), los países industrializados, sus sectores y sus empresas van a exceder las cuotas que se establezcan para cada uno.

Por otra parte como el costo de reconvertir los procesos productivos es una carga financiera demasiado alta, sobre todo si hay factorías no tan viejas diseñadas sin la incorporación de procesos limpios ecológicamente hablando, se buscó una salida ingeniosa que ayuda al tercer mundo y evita que aumenten los niveles de contaminación en América Latina, África, etc. El quid de esto es que siendo el clima una variable global, lo que no se aumente en contaminación en el tercer mundo, no incrementa la polución mundial.

El PK no impone cuotas de reducción de emisiones a países en desarrollo, porque los países contaminantes son los desarrollados; además como los más afectados por el cambio climático son los países del tercer mundo (sequías en África, incendios en el Amazonas, deslaves en Venezuela), el protocolo plantea, como un mecanismo justo de compensación abrir líneas de financiamiento para proyectos que usen energías limpias o que involucren sumideros de carbono. Aunque esta es la intención del PK, este pacto persigue crear además un marco en el que los países signatarios del tercer mundo no incrementen sus propias emisiones.

Los países desarrollados contaminantes pueden sustituir el incumplimiento de su cuota de reducción, por inversiones económicas dirigidas a crear sumideros de carbonos mediante plantaciones de eucalipto, por ejemplo, o invertir en la conservación de las selvas vírgenes, los bosques tropicales o las plantaciones forestales. Por otra parte también pueden financiar proyectos industriales que usen energía limpia (hidráulica, eólica, solar), o proyectos que eviten las emisiones de metano como los que se generan en los vertederos de residuos sólidos; saneamiento de la bahías, cuencas y lagos; tratamiento de aguas residuales; cambio de combustible (usualmente carbón a fuel, o éste a gas) y eficiencia energética.

III – Mecanismos financieros

El Protocolo de Kyoto tiene tres vías para su implementación, también llamados mecanismos de flexibilidad: Ejecución Conjunta, Comercio de Emisiones y Desarrollo Limpio. El primer mecanismo se aplica en el ámbito de los países desarrollados contaminantes y en países en transición hacia una economía de mercado como Rusia, Bulgaria, Croacia, Hungría, etc. El segundo mecanismo implica la creación de un mercado financiero internacional en el que se puedan negociar bonos o certificados de reducción de emisiones contaminantes, que comprarían los países desarrollados signatarios del PK. El tercero llamado también Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL), tiene gran importancia para los países en desarrollo y en particular para América Latina pues abre caminos ciertos a la inversión en proyectos industriales no contaminantes y en proyectos conservacionistas (reducción o absorción de emisiones).

El MDL, que es el mecanismo que más nos interesa como latinoamericanos, garantiza un cuantioso flujo financiero hacia la región, también beneficia a los países desarrollados pues abarata el costo de reducir la contaminación, si sólo debieran hacerlo dentro de sus propias fronteras; además cada proyecto MDL en sí, representa una oportunidad de exportación de bienes de capital y de tecnología, del norte hacia el sur. Para América Latina los proyectos MDL son una oportunidad para modernizar y descarbonizar su plataforma industrial. Los MDL tienen implícitos los principios del desarrollo sustentable: ahorro y eficiencia energética con una dimensión de desarrollo sostenible y comunitario. Los proyectos MDL deben demostrar que fueron concebidos a partir del 2000, que contribuyen al desarrollo sostenible, que cuentan con la aprobación de la población de la zona y que poseen un estudio de impacto ambiental.

Como el Protocolo de Kyoto busca controlar las emisiones de gases de efecto invernadero, y dado que muchas industrias de los países desarrollados, firmantes del acuerdo, no están en capacidad por ahora de cumplir con estas expectativas reductivistas, se plantea que proyectos conservacionistas o proyectos industriales que manejen tecnologías que empleen combustibles limpios, energía renovable o eficiencia energética, llevados a cabo en países del tercer mundo, se hagan acreedores de líneas de financiamiento o “carbon credits”, cuyo dinero proviene de la creación de fondos financieros dentro de los países desarrollados contaminantes.

Los proyectos industriales que se ejecuten con aplicación de energías limpias en el tercer mundo, deberán probar que dicha energía reducen emisiones que se hubiesen producido si se hubiese usado una tecnología contaminante; la reducción resultante debe ser certificada por un organismo ambiental en el país de origen, el cual a su vez deberá estar facultado por organismos internacionales asociados a la implementación de los mecanismos de desarrollo limpio, del Protocolo de Kyoto. Estos organismos internacionales por su parte se encargarán de verificar la validez de la certificación otorgada nacionalmente, lo que finalmente permitiría convertir las reducciones efectivas en certificados de ahorros o en bonos transables en los mercados financieros internacionales. Claro que cuando un país desarrollado contaminante ha financiado previamente un proyecto de este tipo en el tercer mundo, es automáticamente el receptor de estos certificados de ahorro para ser usados como créditos a las emisiones que hace en su propio país.

Por otra parte cuando un país subdesarrollado financia por si mismo un proyecto que efectivamente reduce emisiones contaminantes, puede colocar directamente sus bonos carbono en los circuitos financieros internacionales.

En fin que a los países desarrollados y América Latina en particular, se le presenta una inmejorable oportunidad para recibir una corriente de flujos financieros que permitirá desarrollar proyectos industriales, en cualquier sector, cuya única condición es que no contaminen. Por supuesto este mecanismo permitirá también invertir en proyectos para la conservación nuestra flora y fauna, lo cual permitirá convertir a la región en un modelo de desarrollo sustentable.

IV – Decisiones políticas

El Protocolo de Kyoto se deriva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, aprobada en Nueva York en mayo de 1992. Los países signatarios del pacto fueron inicialmente 34, entre ellos EE. UU. Al Gore, entonces Vicepresidente norteamericano, hombre de larga trayectoria ambientalista, dio impulso a la germinación de este acuerdo; sin embargo no pudo lograr que en los tres años siguientes de su gestión, el Congreso de la Unión, ratificara dicho tratado. George Bush abjuró del Protocolo de Kyoto, recién asumida su administración y le retiró su apoyo.

Las razones del Presidente republicano recién electo fueron que en plena recesión económica aplicar las medidas del PK, demandaría más recursos financieros, crearía más desempleo (ya por efectos de la crisis económica de 2000 se habían perdido 2,3 millones de puestos de trabajo en la economía norteamericana) y alargaría la recuperación económica. Además Bush no compartía el hecho de que China e India estuvieran exentas de cumplir las normas del protocolo, siendo competidores de la economía estadounidense y además grandes contaminadores. Ello encarecería los productos norteamericanos y abarataría aún más los asiáticos.

Por otra parte una corriente científica de los EE. UU. no le otorga mayor credibilidad a los informes de agencias europeas que anuncian grandes catástrofes debido al cambio climático. Sin embargo las Naciones Unidas al apadrinar el Protocolo de Kyoto y basada en sus propios estudios e investigaciones, si le está viendo al problema la gravedad que obvia el gobierno norteamericano y también el chino y el de la India. Los ciudadanos comunes del mundo por su parte somos testigos, y a la vez afectados, de los cambios climáticos que se abaten sobre nuestro entorno. De manera que ver el problema con una óptica inmediatista, sin reparar en las probables consecuencias proyectadas en el tiempo y además circunscribiéndolo al ámbito económico, es por decir lo menos una miopía.

La economía norteamericana está en franca recuperación, aunque no a los niveles del año 1999, sin embargo Bush considera aún muy oneroso suscribirse al PK. El gobierno norteamericano hizo otra propuesta más light, que no logró consenso en la comunidad internacional, de manera que el Protocolo de Kyoto entró en vigencia el 16 de febrero pasado. Lo que si es clave es que ningún gobierno puede condicionar su apoyo a la preservación del equilibrio climático, por cuestiones económicas; puesto que los ciclos de altas y bajas de la economía siempre darían una excusa para no incurrir en cuantiosas erogaciones financieras, bien por la vía de rediseñar los procesos productivos mediante la utilización de energía más limpia y procesos menos contaminantes, o bien mediante el cumplimiento de los compromisos financieros que implica un acuerdo como el Protocolo de Kyoto.

Quitarle los argumentos a Bush, incluyendo dentro del Protocolo de Kyoto a China, India, Brasil, Indonesia, otras potencias emergentes y los países de la OPEP, podría ser una manera de incorporar a USA y Australia al PK, ya que los productos norteamericanos no perderían competitividad frente a los asiáticos, y en verdad dichos países son altamente contaminantes, por lo que no se entiende como es que quedaron fuera de las cuotas de reducción. La razón pudo deberse a que en 1997 no estaba claro el impulso hacia el desarrollo que llevaban estas potencias emergentes asiáticas y su consecuente efecto contaminador. Venezuela no suscribió el Protocolo de Kyoto en sus inicios y no lo ratificó el 16 de febrero de 2005, fecha en que entró en vigencia luego de ser revalidado por los países industrializados responsables del 61,6% de los gases causantes del recalentamiento de la tierra.

El PK obliga a 35 naciones del norte a reducir sus emisiones contaminantes anuales 5,2% menos que las emitidas en 1990; objetivo que debe cumplirse entre 2008 y 2012.

V – Críticas

Los gases de efecto invernadero, como un velo que envuelve todo el planeta, impiden que la energía escape de la superficie y la atmósfera terrestres, lo que ocasiona el calentamiento global; los principales gases causantes del cambio climático son: Dióxido de carbono (CO2), Metano (CH4), Óxido nitroso (N2O), Hidrofluorocarbonos (HFC), Perfluorocarbonos (PFC), Hexafluoruro de azufre (SF6)
A menos que se tomen medidas heroicas en el futuro inmediato, las emisiones globales crecerán un 62% entre 2006 y 2030, pudiendo la contaminación del tercer mundo llegar a ser en 2020 superior a la de los países desarrollados. Paradójicamente se estima que en 2020, las reducciones de CO2 provocarán únicamente un incremento razonable en el precio de la energía en las industrias de alto consumo de combustibles, con un aumento de precios previsible entre 0,5 y 3,4%.

El Protocolo de Kyoto tiene un objetivo clarísimo (y no lo esconde), que es “conseguir que las medidas de mitigación del cambio climático sean eficaces en relación a los costos, ofreciendo a las Partes medios para recortar las emisiones o incrementar los ‘sumideros’ de carbono, con menos gastos en el exterior que en el propio país desarrollado contaminante”. El bono de carbono es igual a una tonelada de CO2 y esencialmente es un derecho de emisión.

Por otra parte una tonelada de Co2, tendrá un costo para los países contaminantes desarrollados de 6 euros (cifra exigua para los ecologistas, después que se había hablado de un costo alrededor de 16 euros). Esta situación y el hecho de que la inversión realizada en el tercer mundo, en proyectos amparados bajo el Mecanismos para el Desarrollo Limpio (MDL), le dará a los países desarrollados contaminantes, una cantidad de créditos de emisión equivalente a las reducciones de emisiones o absorciones logradas con tales proyectos, con lo que las naciones del norte podrían aumentar en parte las emisiones en sus propios territorios sin incumplir sus objetivos de limitación.

En 2002 el 80% de las emisiones habían sido producidas por 22 países que representan el 80% del Producto Interior Bruto global. Todas estas consideraciones han permitido a los críticos del PK afirmar que es un pacto abominable, aberrante, traidor y que otorga una patente de corso para contaminar. Otros dicen que no trata sobre cómo reducir las emisiones de gases contaminantes sino que busca cómo facilitar un comercio internacional de ‘derechos a contaminar’; acusan al MDL de permitir a las corporaciones transnacionales contaminar todo lo que quieran, a cambio de financiar proyectos ecológicos en el tercer mundo.

Grupos más radicales exponen: “Los árboles absorben el dióxido de carbono de la atmósfera y lo ‘secuestran’ en su madera. Pero a los eco-tecnócratas del Protocolo de Kyoto aparentemente no les ha pasado por la cabeza que los árboles no viven para siempre y que cuando mueren su madera se descompone y todo el carbono que secuestraron vuelve a la atmósfera”

Las anteriores apreciaciones críticas, propias de las visiones apocalípticas, que son muy típicas de profesionales de la depresión, y que rara vez ven algo bueno, ni siquiera en las hechuras de organismos tan serios como las Naciones Unidas, comparten con los reaccionarios de los EE. UU. su contribución al desprestigio de tan noble causa como es el PK. Evidentemente la descomposición de todos los árboles de un bosque no ocurre simultáneamente, de manera que los individuos que mueren son sustituidos por nuevos miembros que a su vez capturan gases contaminantes. Críticas parecidas, pero en otro sentido, se hicieron en su tiempo a la siembra de pinos caribe del sur de Monagas. Hoy día esas sabanas silíceas forman un inmenso bosque, cuyos parajes albergan una creciente fauna; además esta plantación ha logrado bajar la temperatura de Puerto Ordaz varios grados y representa una fuente de madera sustentable que evita la tala de bosques silvestres.

El cambio climático puede contrarrestarse en parte con un costo relativamente bajo eliminando de la atmósfera gases de efecto invernadero, por ejemplo, plantando árboles o mejorando la ordenación forestal, de manera que a diferencia de lo que postulan unos, los gases contaminantes si se pueden bajar de la atmósfera y la degradación del clima si es reversible. Por otra parte el PK, si obliga a los países desarrollados contaminantes a tomar medidas para reducir sus emisiones internas.

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