Opinión Internacional

¿Qué quiere Putin para Rusia?

En tan poco tiempo en el poder, Vladimir Putin, parece estar encontrando la fórmula que le pudiera permitir al pueblo ruso reunirse con esos valores y vivencias para salir de ese marasmo espantoso en que se encuentran sumidos desde hace varios años, en particular desde 1.991, cuando se consumó la denigrante desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y todo lo que ella significaba. Cierto, fueron muchos años de mentiras y falsedades de un sistema soviético que se instaló merced a un autismo desmesurado de la nobleza y un autoritarismo zarista fanático. Pero el pueblo siempre sufrió, aguantó pacientemente, sin jamás sublevarse, soportando lo peor con estoica resignación.

El final Gorbacheviano fue semejante al de la Unión Soviética, una gran gloria que languideció sin que nadie, al menos por decencia, derramase una lágrima, y el paréntesis Yeltsiniano de los albores de la Federación Rusa, fue un atormentado período en donde no se sabe quien estaba más trastornado: si su gobernante en su delírium trémes consuetudinario o el pueblo en su diario agonizar por la subsistencia.

Era evidente que durante éste oscuro período muchas malformaciones aflorasen al interior de la maltrecha Federación, potenciadas por demasiados años de opresión y rusificación. ¿Qué podía esperarse¿ con más de trescientas nacionalidades que convivían sin soportarse bajo el sofocante centralismo soviético y de pronto no encontraron razón para tolerarse; con numerosas religiones que dormían el invernal sueño impuesto por el ateísmo y afloraron en el nuevo amanecer Ruso con una indescriptible carga de fanatismo reprimido del más fuerte y ciego: el religioso; con las mafias que traficaban de todo y que en la deblacle post-soviética se dedicaron al tráfico ilegal de materias primas, secretos, armas nucleares, convencionales y sofisticadas, prostitución, petróleo, droga y cuanta cosa les produjese dividendos. En ésta actividad se distinguieron los oriundos de una pequeña República: Chechenia, donde ancestralmente se había cultivado ésta forma de asociación para delinquir.

Desde 1.992, todas ó una buena parte de las actividades ilegales que se realizaban en la Federación, se hacían o se coordinaban en Chechenia, y poco a poco, frente a la indiferencia de Moscú, se fue levantando un típico Estado Delincuente, que con el correr de los años no encontró razones para continuar haciendo parte de una Rusia que lo único que les aportaba eran inconvenientes para desarrollar su actividades delictuosas.

El mundo exterior conoce una Chechenia que en el 92 lanza un primer grito secesionista, Moscú no prestó mucha atención a semejantes pretensiones, estaba demasiada extenuada por las confrontaciones intestinas entre el Presidente, el vicepresidente, el Primer Ministro y el Soviet.

Los líderes islámicos de la corriente ultra radical Vajabista, con Masjadov y Basayev a la cabeza, sintieron que sus aspiraciones independentistas eran indetenibles y reiteraron sus demandas en 1.994, bajo el ropaje de guerra santa.

El Ejercito Ruso fue enviado para sofocar la rebelión, los combates fueron incruentos
produciéndose atrocidades en ambos bandos. Los rusos, con el síndrome de Afganistán a cuestas, desesperaron frente a una confrontación interminable, y en el 96, Lebet, suscribe el acuerdo de Jasaviurt, salida no muy humillante a la derrota rusa, donde se le acordó amplia autonomía al gobierno representado por el líder guerrillero Masjadov, a condición que controlara todas las milicias en esa República.

Ya con las manos libres se incrementó el nivel delincuencial internacional de Chechenia y con los recursos de las actividades ilícitas y la explotación del petrolero en la rica región de Grozny, se fueron preparando para nuevas acciones.

El terrorismo como mecanismo de acción no tuvo límites. La extorsión, el secuestro y la banalización de la muerte convirtieron este territorio en una carnicería humana que no respetó nada ni nadie.

En agosto del 99, leales a Mazjadov invaden Daguestán. El Ejercito ruso reprime con severidad las pretensiones islámicas de su líder, que contemplaban el control Vajabita de todo el territorio comprendido entre el Mar Negro y el Caspio. En represalia, Grozny declara la guerra a Moscú y unos días más tarde se produjeron los actos terroristas chechenos que en Moscú cobraron más de trescientas víctimas. La población rusa sintió pánico ante un gobierno sin iniciativa. Allí surge un desconocido y recién estrenado Primer Ministro, Putin, quien decide enfrentar el reto checheno.

En Octubre del 99 se inicia formalmente una guerra donde las atrocidades de ambos bandos fueron la constante: los sublevados desplegando una imaginación terrorista extravagante y los rusos empleando medios enormemente superiores a los requeridos por la contienda. La población civil, como de costumbre fue la más afectada y el Derecho Internacional Humanitario el más vapuleado. Pero, ¿En qué guerra no se viola todo? O ¿Es que en la guerra, salvo los bajos instintos, hay algo de humano?

Los grandes del mundo protestaron por la demencial violencia rusa, razones políticas seguramente les sobraban, autoridad moral difícilmente les asistía. La Comisionada de las Naciones Unidas y muchas ONG. como les correspondía, fustigaron severamente semejante carnicería humana Pero el pragmático ingles Tony Blair no dudó en dar un paso adelante demostrando que comprendió la necesidad de extirpar a toda costa ese nefasto mal que para la humanidad ha sido el terrorismo, provenga de donde provenga.

La opinión pública internacional, en medio de tantas atrocidades, condenó semejante bacanal sangrienta, pero muy discretamente respiró aliviada al ver apagado un nuevo foco de terrorismo. No sin lamentar el elevado costo y la saña casi animal que se desplegó, esperando que se tomen las previsiones para impedir nuevos brotes.

Internamente, en Rusia, la positiva acogida a las iniciativas de su gobierno, catapultaron Putin a la presidencia con más de un 70% de apoyo. No es lo mismo vivir con una violencia ajena, que convivir con ella está en casa. Sino, que lo digan los colombianos.

Ahora, el nuevo huésped del Kremlim parece dedicarse a reinsertar su país al escenario internacional, del que ha estado prácticamente ausente por más de una década. Para ello, empezó: por desaparecer el fantasma de la secesión y reconstruir ese orgullo nacional ruso tan herido, ordenar la modernización del arsenal nuclear, permitiéndose recordarle al mundo ponderación ante la amenaza del átomo y finalmente ha comenzado a reorganizar y ubicar funciones y responsabilidades en el maltrecho aparato administrativo ruso.

Ingente tarea la que le espera a Putin, por lo intrincada de una labor que le pudiera dar un nuevo perfil internacional a su país, sin caer en esa perpetua tendencia rusa hacia el autoritarismo y las maneras ademocráticas, sobretodo hoy en un contexto internacional que sin serle adverso, no le hará concesiones: por su pasado, la enorme barrera que le impone la competitividad, el conocimiento y el significativo atraso tecnológico, amen de muchas contradicciones que seguramente le obligarán a abrirse espacio, no desde la perspectiva privilegiada de super-potencia a la que estaba habituada, sino del otro lado, del de los morosos con la gloria, esa que a los rusos casi siempre les consintió inmensa grandeza, pero se las arrebató su propia incompetencia. Los tiempos cambian y Putin debe saber que la verdadera magnificencia de los pueblos no se manifiesta en el esplendor, sino en la dignidad para sobrellevar el solitario ostracismo del ocaso y la capacidad para recuperarse y desafiar a esa mismas historia que los condenó.

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