Opinión Internacional

¿Qué va a pasar en Cuba?

Luego de casi cincuenta años, Fidel Castro decide dejar la presidencia de Cuba. En una carta escrita por él y publicada hoy en el diario Granma no deja espacio para dudas al insistir dos veces “no aspiraré ni aceptaré- repito- no aspiraré ni aceptaré, el cargo de Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe”. Es decir, Fidel Castro se retira voluntariamente, porque así lo desea. Esto es quizás una de las grandes sorpresas de la historia. Fidel Castro no deja la presidencia porque lo mataron o porque el embargo norteamericano funcionó o por una invasión o porque simplemente dejó de respirar, no, se va porque así lo decidió y según sus propias condiciones. Por ello no debemos esperar ningún cambio dramático. Lo que pueda pasar en Cuba en el futuro, no es producto de la “renuncia” de Fidel sino de fuerzas subterráneas que sólo podrán tornarse en efectivos movimientos transformadores a medida que éste salga del escenario. Su hermano Raúl tiene años esperando este momento y ha colocado fichas importantes en el gobierno para impulsar dichos cambios. Hay que ver cómo juega su mano en los próximos meses.

¿Cuáles son esas fuerzas subterráneas y cómo puedan activarse? El origen y la naturaleza de las fuerzas reformistas actuales en Cuba tienen su comienzo en la discusión que se inició en el momento de mayor peligro enfrentado por el régimen de Castro: la caída de la Unión Soviética. Desde entonces se inicia un debate en Cuba sobre el tipo de socialismo que debe construirse –su versión del Socialismo del Siglo XXI- el cual no ha cesado hasta el día de hoy. Recordemos que luego de la caída del muro de Berlín la economía cubana se redujo casi a la mitad y las relaciones comerciales con el bloque soviético dejaron de existir -literalmente- de la noche a la mañana. Cuba se paró y se apagó. Para Agosto de 1993 el país estaba al borde del caos, el calor era sofocante, no había electricidad ni transporte y la gente sacudió las calles en el llamado Habanazo: la primera protesta antigubernamental de la revolución. En el mercado negro en dólares, un kilo de arroz se vendía por el equivalente al salario de un mes, los alimentos repartidos por el sistema mensual de la tarjeta de racionamiento no alcanzaban ni para tres días. Las remesas en dólares –cuya tenencia en Cuba era penada con cárcel- provenientes de familiares en el exterior permitieron la proliferación de un mercado negro que era la vergüenza del gobierno. El descontento se acentuaba pues sólo los que tenían familias en Miami podían comer. Mientras la economía centralizada se desplomaba, surgía como mecanismo de supervivencia una pequeña economía informal a espaldas de toda institucionalidad. La Unión Soviética había colapsado porque el régimen habría perdido totalmente el control, Fidel sabía que lo mismo estaba a punto de pasarle a él y tenía que hacer algo.

Fue así -más llevados por circunstancias que por las convicciones- que se instrumentaron algunas tímidas reformas de mercado en Cuba. Los llamados “reformistas” hasta el día de hoy, venían insistiendo en ellas y finalmente a los “duros” –los conservadores del partido comunista, entre ellos Fidel- no les quedó otra alternativa que ceder. Por ejemplo, Los reformistas han mantenido que la legalización de la pequeña y mediana empresa significaría un paso fundamental para lograr que la economía cubana crezca de manera sostenida. Argumentan que al hacerlo, los cubanos podrían aprovechar las remesas de los familiares en actividades de inversión –hoy sólo pueden dedicarlas al consumo- tal como lo habían hecho en China con las remesas que venían de Taiwán. Pero Fidel no es Deng Xiao Ping y echó por tierra toda posibilidad de una apertura similar a la China cuando afirmó que “Cuba no es China” y Miami tampoco es Taiwán. ¿Lo será Raúl Castro? Muchos dicen que si y que con ello se resolverán algunas de las contradicciones originadas con el aborto de las reformas a finales de los noventa.

Para algunos, al no continuar con la transición hacia una sociedad más libre, Cuba ha quedado atrapada entre lo peor del capitalismo y del comunismo. Lo cierto es que en los últimos quince años, desde que comenzaron las reformas, ese socialismo “distinto” ha generado inmensas contradicciones. Por ejemplo, el régimen no acepta la existencia de un sector privado cubano mientras la inversión privada extranjera se ha venido estimulando para conformar alianzas estratégicas con el Estado. Los cubanos no pueden invertir en su propio país mientras a los extranjeros se les abren las puertas.

La otra contradicción de este “nuevo socialismo” es que los que tienen acceso a los dólares -bien porque tienen familia en Miami o porque trabajan en sectores como el turístico- viven mucho mejor que los “leales” trabajadores del gobierno. Una empleada en un hotel puede ganar en un día de propinas en dólares, el sueldo de un médico de un mes. Aterrizar en estas desigualdades después de décadas de revolución socialista es un signo claro de fracaso para muchos. Estas contradicciones han generado gran frustración, descontento y deseos de cambio.

En este proceso el sector militar ha jugado un papel muy importante. Recordemos que al afianzarse el capitalismo de estado en Cuba se le dio un rol protagónico a lo más parecido a un gerente que tiene un sistema socialista: sus fuerzas armadas. A diferencia de Rusia, donde al terminar la Guerra Fría las fuerzas armadas se desmembraron, en Cuba, los militares, con Raúl Castro, a la cabeza, se dedicaron a ser empresarios y a transformar con principios capitalistas las ineficientes empresas públicas. Los militares han sido los primeros en aprender economía, finanzas, contabilidad y mercadeo. Comenzaron administrando el sector turístico y hoy manejan agencias de viajes, empresas de transporte, cadenas alimenticias para suplir hoteles, la industria del azúcar y la del tabaco. La exitosa alianza de los inversionistas extranjeros con los militares-empresarios simbolizan hoy las oportunidades que podrían abrirse en el futuro. Por ello no es extraño que para muchos cubanos este sea el camino a seguir. Por ejemplo, para Miriam Leiva, una de las fundadoras de “Las Damas de Blanco” las reformas económicas llevadas a cabo por las fuerzas armadas cubanas son “la mejor esperanza en el futuro inmediato”. Los reformistas como el Vicepresidente Carlos Lage podrían ser aliados naturales de Raúl Castro en seguir adelante con ellas hacia un modelo más parecido al chino.

En fin, en Cuba hay corrientes lo suficientemente fuertes como para impulsar un cambio hacia un sistema de mayores libertades económicas que estimulen luego demandas de apertura democrática. Desde un punto de vista meramente pragmático, para Raúl Castro -quien fuera Ministro de la Defensa por 47 años y ahora jefe del Estado cubano- al igual que los militares que lo siguen, esta salida podría ser la más conveniente. Mantendría el control político mientras promueve reformas que generen mayor crecimiento económico. Con ello lograría disminuir tanto las tensiones internas como la dependencia de Venezuela.

No olvidemos que Fidel ha repartido la herencia de su liderazgo entre dos: su hermano, a quien lo designa como cabeza del estado cubano y Hugo Chávez, a quien le ha cedido el manto revolucionario a nivel internacional. Difícilmente Raúl aceptaría el papel de protegido de la Revolución Bolivariana de Chávez tal como le ha tocado jugar a Evo Morales. Además de que no existe entre Raúl Castro y Chávez la relación de afecto que evidentemente comparten Fidel y Hugo, la derrota del pasado 2 diciembre sufrida por el presidente venezolano, impone horizontes mas cortos y menos ambiciosos a dicha relación.

Ahora bien, para la otra corriente, la de aquellos que se sienten cómodos en su situación actual y más bien rechazan el cambio, la ayuda de Chávez a Cuba -calculada por algunos en 2 mil millones de dólares al año- le funciona bien. Gracias a ella, el régimen totalitario Castrista sobrevive y le garantiza al gobierno el control político y el status quo. En este grupo además de Fidel y otros de su generación, se cuentan también los radicales más jóvenes o “talibanes” tales como el ministro Felipe Pérez Roque.

En todo este proceso, será clave la actitud que tome el próximo presidente de los Estados Unidos. Por el bien de las fuerzas progresistas y democráticas de Cuba, ojala que el mensaje sea de esperanza y diálogo, con propuestas concretas para levantar el absurdo embargo que tiene ya tanto años como la fallida revolución. De lo contrario, los “duros” seguirán controlando el escenario y a Raúl Castro no le quedará más remedio que abrazar a Chávez –mientras dure- aunque sea con un pañuelo en la nariz.

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