Opinión Internacional

Rousseff, ante el riesgo de un triunfo aplastante

Voto cantado: Dilma Rousseff, la candidata de Lula da Silva, ya ganó. Las encuestas son contundentes: si la elección presidencial fuera hoy, Dilma obtendría el 56% de los votos y su contrincante, José Serra, apenas el 32%.

Los sondeos aseguran que su triunfo se dará en primera vuelta y que sólo un milagro, o una catástrofe, podrán revertir la tendencia de «locomotora Dilma», que viene sumando entre uno y dos puntos en intención de voto por semana.

Pero esa victoria arrolladora de ella y el PT (Partido de los Trabajadores) para el domingo 3 de octubre plantea un interrogante de cara al futuro: ¿se encamina Brasil hacia un sistema de partido hegemónico, como fue el PRI en México entre los años 1926 y 2000?

Sí lo es para el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, del mismo partido (Partido de la Social Democracia Brasileña -centroderecha-) que Serra, quien el domingo alertó sobre el riesgo de que la democracia se vuelva «una simulación política al estilo PRI mexicano si el PT consigue la proeza de ser hegemónico».

El de Cardoso no es un vaticinio errado. Baste sólo cotejarlo con los números de la encuestadora Ibope, que anticipan que Dilma gana en 24 de los 27 distritos, y que por ahora mantiene empate técnico con Serra en los tres restantes (Paraná, Santa Catarina y Acre).

Tan aplastante promete ser su victoria que obtendría más de 2/3 de los votos en 11 de los estados del Nordeste y Norte de Brasil, y entre el 50% y el 66% en el resto del país. Esa consolidación de su voto en 24 distritos significa, según Ibope, que lleve ya una ventaja de 27 millones de votos sobre Serra.

Analistas como Ricardo Noblat coinciden con Cardoso en que esa hegemonía del PT o lulismo (algunos la califican de «lulato») ya echó raíces en el actual control del partido gobernante sobre la maquinaria sindical, los movimientos sociales (como los Sin Tierra), los órganos de fiscalización y el aparato del Estado.

Pero el gran temor es que la aplastante victoria de Dilma y su partido le permita, a la vez, un control sobre las dos Cámaras legislativas (se renuevan 2/3 del Senado -54 de las 81 bancas- y el total de la de Diputados -513-), que hoy no tienen mayoría petista.

Otros, como el politicólogo Gaudencio Torquato, descartan de plano el peligro de un unicato del petismo a la manera del PRI mexicano argumentando que la cultura política en el Legislativo brasileño es de consensos y no sigue una rigidez ideológica ni partidaria.

En la misma tesitura, Enio Gaspari destaca en O Globo que hay que tener en cuenta el «contrapeso» del PSDB, a punto de cumplir 20 años en el poder en San Pablo, para agregar que esta amenaza de hegemonía no es novedad en Brasil: en 1986, con el impulso del Plan Cruzado, el PMDB (centroderecha) de José Sarney eligió 22 gobernadores, 36 senadores y la mayoría en Diputados, resultado que fue olvidado tres años después con el triunfo de Fernando Collor de Mello.

Sin embargo, fue el mismo Lula quien la semana pasada redefinió la campaña de Dilma al anunciar que, con el voto presidencial consolidado, ahora él se dedicaría a apuntalar el de los candidatos senadores. Ya se habla de un «Senado dilmista», en el que el PMDB (aliado actual de Lula en el Congreso) retendría la bancada mayoritaria, pero pasando de los 17 de hoy a 22 senadores, de los cuales ya 16 anunciaron su «dilmismo» confeso (y por eso hacen campaña con la foto y presencia de Lula).

El PT, que hoy cuenta con 8 senadores, tendría asegurado un bloque de 12 a partir de esta elección. Los analistas dicen que si a ellos se le suman los apoyos del PSB (socialismo) y del PDT (izquierda), habría un bloque dilmista de más de 50 senadores. Un tesoro legislativo, sobre todo si se tiene en cuenta que se precisan 49 votos (o 3/5 del Senado) para aprobar cualquier reforma constitucional.

Pero ese amplio poder que lograría Dilma también es territorial. La locomotora de la candidata de Lula ya logró perforar dos «imposibles», que hasta ahora siempre pertenecieron a los «tucanos» del PSDB: los estados del Sur, donde triunfa con un 40% frente a un 35% de Serra, y el Sudeste (con 44% frente a un 30%). Por si faltase aún otra lectura para convencerse del fenómeno de la ola «vermelha» (los colores del PT), Dilma vence en los mayores colegios electorales: con un 51% en Minas Gerais (Serra con un 25%), con un 42% en San Pablo (Serra con un 35%) y en Río de Janeiro con un 57% (Serra con un 16%).

Es tan fuerte el barrido de esa ola que va hasta en contracorriente del triunfo para la gobernación de San Pablo del candidato tucano Geraldo Alckmin (51%, 30 más que el candidato del PT), y de Sergio Cabral (PMDB, centroderecha, aliado de Lula) para un segundo mandato en la de Río de Janeiro.

Esta inundación de dilmismo sobre la geografía tucana y pemedebista arrastrará, sin duda, el voto para Diputados y la posibilidad de lograr el control de esa Cámara por parte de una alianza PT-PMDB (la proyección es que superaría las 380 bancas). De darse, sería el factor que mejor abonaría la temida tesis de un «gobierno hegemónico a la mexicana» para el Brasil que, desde el 1 de enero 2011, inaugurará Dilma Rousseff.

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