Opinión Internacional

Siglo XXI, terrorismo y tecnología

Cuando un partido-milicia, como Hezbolá, tiene en su arsenal 12.000 cohetes, además de una impresionante infraestructura de bunkers en un territorio que controla, es evidente que el Estado libanés no sólo ha perdido la soberanía sobre ese territorio, sino sobre todo la cualidad fundamental de todo Estado: el monopolio de la violencia legítima. Robert Cooper, en su excelente libro: The Breaking of Nations, nos advierte del enorme peligro que representa, para la civilización, la combinación de tecnología y anarquía.

La creciente difusión de la tecnología de las armas de destrucción masiva representa una potencial redistribución del poder de los Estados hacia organizaciones terroristas y criminales. El orden y la civilización tienen, como condición necesaria, el control de la violencia. En estas últimas décadas han proliferado los «cuasiestados» y los Estados fracasados. Los «cuasiestados» poseen todas las características formales de un Estado soberano, pero carecen de la capacidad institucional, el poder organizacional y la voluntad política para proveer un nivel mínimo de desarrollo socioeconómico y mantener un control efectivo sobre su territorio.

En los Estados fracasados, el desastre socioeconómico y el desmoronamiento de las instituciones provocan la ruptura de la «ley y el orden», la descomposición de los servicios básicos, como el agua y la electricidad, y la propagación de enfermedades. En mayor o menor medida, sobrevienen el caos, la anarquía y la guerra civil entre clanes, facciones, «señores de la guerra», grupos étnicos, sociales y religiosos.

Los «cuasiestados» y los Estados fracasados son excelentes bases de operaciones para el terrorismo y el crimen organizado. Afganistán y Somalia son ejemplos claros al respecto, como también regiones de Estados bastante institucionalizados, como el Putumayo en Colombia y Chechnya en Rusia. El caos se difunde, cuando colapsó Sierra Leona se desestabilizó Liberia. Cuando el Estado cesa de funcionar, las fronteras desaparecen. Donde el Estado colapsa, se privatiza la violencia. Los criminales y los terroristas toman el control.

Además los Estados fracasados producen olas de refugiados e inmigrantes ilegales. Los criminales y los terroristas tendrán su base en los Estados fracasados, pero tienen sus sucursales y actúan en todo el mundo. El crimen organizado vive del mundo desarrollado y el terrorismo representa la privatización de la guerra. Vivimos en un mundo peligroso.

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