Opinión Internacional

Soldados no Soldados

En 1967, luego de la victoria de Israel en la llamada Guerra de los Seis Días, se compiló un libro con testimonios de soldados titulado El Séptimo Día, otorgando un toque amargo a una sociedad embriagada por la conquista de las mesetas del Golán a Siria, de Cisjordania a Jordania, y de Gaza y parte del desierto del Sinaí a Egipto.

En estos relatos, los soldados que volvieron a casa considerados como héroes expresaron la tristeza que sintieron al tener que matar a sus enemigos, aun cuando la guerra fue de supervivencia, pues sabían que la mayoría de ellos no los odiaba, sino seguían las órdenes de gobiernos convencidos de poder “echar a los judíos al mar”.

En 2008, en una situación de conflicto mucho más compleja, los soldados que participaron en la reciente guerra contra Hamas en Gaza también han comenzado a contar relatos de frustración y congoja, acusando a sus camaradas de armas y a sus comandantes de no haber seguido los dictámenes de ética del ejercito israelí que, históricamente, exige evitar matanzas innecesarias, sobre todo de civiles.

El diario Haaretz ha publicado varios de estos testimonios causando conmoción en Israel, como jamás lo logrará ningún informe de la ONU con sus apresuradas críticas –en contraste con su lentitud o falta de cuestionamientos a otros países como Rusia, Sudán, Congo, Irán, etc.– y “curiosas equivocaciones” como el bombardeo israelí de un colegio en Gaza que nunca ocurrió.

Los relatos de los soldados revelan, como ningún artículo periodístico o acusación interesada, el drama de Israel por no haber devuelto luego de 1967 los territorios conquistados, puesto que el prolongado conflicto en Gaza y Cisjordania ha provocado tal odio, que se traduce en algunas atrocidades cometidas por sus propios compañeros.

El hecho de que a Hamas poco le importe la vida de su propio pueblo en su obsesión de destruir a Israel, más que la de construir un Estado Palestino, no les resulta un consuelo ni mucho menos una justificación a quienes están ventilando al establishment militar y político israelí que su ejército no solo necesita mejorar su logística y equipamiento, sino sus valores éticos.

Los testimonios de sus soldados delatan una paradoja para la sociedad israelí: por un lado la vergüenza de un odio generalizado in crescendo que va deshumanizando a todos los palestinos por el estereotipo del palestino-terrorista o islamista, y por el otro, el orgullo de que son aquellos que fueron a la guerra quienes están alertando a su sociedad que, de no cambiar la visión política, las próximas batallas generarán más muertes de civiles cuando Hamas en Gaza y Hezbola en El Líbano, con sus aliados de Al Qaeda, Irán y otros, los conduzcan a otra conflagración.

Nunca fue más vigente aquella frase de la primera ministra israelí, Golda Meir, en los años setenta, cuando dijo: “Podemos perdonar a los árabes por matar a nuestros hijos. Pero nunca les vamos a perdonar el hacernos matar a los suyos”.

La democracia israelí da pie a que sus soldados no estén soldados a una ciega ni muda obediencia.

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