Opinión Internacional

Sospechas de fraude en Perú

LAS sospechas de que las elecciones de Perú fueron adulteradas por el aparato del Estado en beneficio de Alberto Fujimori parecen, a medida que se conocen los resultados, una evidencia cada vez más irrefutable. Todo apunta a que el actual presidente fue incapaz de ganar limpiamente las elecciones presidenciales del domingo. Su abuso y su soberbia lo han llevado a ignorar las más mínimas exigencias de la democracia, llegando a empañar al final un proceso electoral que él puso en marcha para obtener un tercer mandato y en el que pretendió que no hubiera ningún candidato opositor que pudiera hacerle sombra. Todo parecía estar controlado por Fujimori hasta el punto de que ninguna cifra oficial de recuento se había dado hasta veinte horas después de cerradas las urnas. Las empresas de sondeos no oficiales pronosticaron, al poco del cierre de las mesas, la victoria de Alejandro Toledo sobre Fujimori, aunque ninguno de los dos con la mayoría suficiente como para evitar una segunda vuelta. Unas horas después, los principales institutos de sondeo pronosticaron una amplia victoria de Fujimori. Y, escrutado el 40 por ciento, al presidente le faltaban menos de dos décimas de punto para alcanzar la mayoría absoluta.

Las sospechas sobre el fraude que preparaba Fujimori con el apoyo de las autoridades locales y con los militares adeptos se había hecho patente ya en la campaña electoral. Durante ella los candidatos opositores tuvieron todo tipo de pegas para llevar sus mensajes a los ciudadanos, desde la ausencia en los medios de comunicación, hasta altercados provocados por fujimoristas en los actos de los otros candidatos y, en especial, los de Toledo. Incluso, como denunció el candidato de Perú Libre, un intento de secuestro de su hija en los últimos días de la campaña por los servicios secretos de la Presidencia.

En estas elecciones ha habido numerosos representantes de organizaciones extranjeras observando el proceso, desde la OEA, hasta el Centro Carter, y avisos del Senado norteamericano y de la Unión Europea contra las prácticas fraudulentas del partido Perú 2000. Hasta el mismo domingo, el enviado de la organización interamericana, el guatemalteco Eduardo Stein, constató personalmente en un recorrido por Lima que en varios colegios electorales las papeletas de Toledo tenían borrado el nombre o habían sido robadas de las mesas. Decir a estas alturas que el comportamiento de Fujimori empaña la vida democrática en Perú y lo coloca en la escala más baja de los líderes populistas que se aprovechan del respeto internacional a la soberanía de los Estados, es algo que no por sabido haya que dejar de recordarle en el futuro. Pero además, la Organización de Estados Americanos, a la que Perú pertenece, tiene en sus manos poderes sancionadores cuando uno de sus miembros «interrumpe» el proceso democrático en la forma en que lo ha hecho Fujimori.

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