Opinión Internacional

Tan lejos y tan cerca, ZIMBABWE

Aunque el nombre de Zimbabwe suene exótico y parezca tan distante y tan ajena su coyuntura actual, conviene echar un vistazo a la violencia que como un cáncer hace metástasis en la nación africana, para descubrir debajo de la hojarasca informativa los antecedentes de la crisis por el empecinamiento del Presidente Robert Mugabe en aferrarse al poder después de veinte años de un régimen autoritario que ha sido nefasto para la antigua colonia británica de Rhodesia.

A tal punto ha llegado el hostigamiento contra los agricultores blancos y la oposición que resultó victoriosa en el referendum de febrero, asestando un severo golpe a las pretensiones continuistas del partido gobernante, que hasta la figura ponderada y prestigiosa del ex-Presidente Nelson Mandela se sintió obligado este fin de semana a exhortar a la resistencia cívica contra el líder de Harare, a quien jamás, ciertamente, ha dispensado una particular simpatía.

Y es que, en efecto, existe entre ambos una rivalidad de larga data, surgida al calor de las respectivas guerras de liberación nacional, que ha hecho de Zimbabwe una piedra en el zapato en las aspiraciónes del coloso en ciernes que es Sudáfrica de constituirse en la potencia dominante abajo del Sahara y explica en cierta medida los tropiezos de las diversas iniciativas de integración subregional.

Tampoco ha sido Mugabe un favorito de la Gran Bretaña, que denuncia ahora
sus desmanes y toma revancha por tantos desaires acumulados desde 1980, cuando el movimiento liderizado por la ZANU arrancó a la Corona lo que constituía una de sus piezas claves en Africa y forzó el llamado acuerdo de Lancaster House que entre otras cosas pretendía resolver el problema fundamental de la tenencia de la tierra.

Según el Gobierno de Harare, la oferta de fondos de los Estados Unidos y Gran Bretaña para compensar a los colonos blancos la expropiación de sus latifundios sigue aguardando cumplimiento y entraña el principal freno para la paz y el desarrollo nacionales; aunque portavoces de la oposición han denunciado que Mugabe adquirió 400 fincas durante su primer mandato con 44 millones de esterlinas donadas por los británicos, y que distribuyó a discreción casi la tercera parte entre sus familiares y allegados, quienes organizaron a partir de entonces el ya habitual esquema cleptocrático para repartirse los recursos del estado.

“Pero –como afirma el polaco Ryszard Kapucinski, tal vez uno de los colegas mas conocedores del Tercer Mundo- el mayor problema radica en que la crisis de Zimbabwe puede servir de señuelo a los millones de campesinos sin tierra que hay en la vecina República de Suráfrica para apoderarse de las extensas y ricas granjas de los terratenientes blancos. Si eso sucediese, Suráfrica sería víctima de un terrible incendio y de un enorme terremoto. Y los efectos de las llamas y de las sacudidas se dejarían sentir en todo el continente”.

Esto es así porque la reforma agraria continúa en suspenso y los voceros mas extremistas no hallan mejor forma de instrumentarla que con medidas como las que provocaron en los años 70 la huida de los portugueses de Angola y Mozambique y el colapso económico que mas tarde se ahondó con la guerra civil; y ello explica la ansiedad de los países miembros de la Southern African Development Community (SADC) por el efecto contagioso que tendría eventualment la demagogia de tinte racial como la que ahora emplea Robert Mugabe como recurso desesperado contra el rechazo popular.

Porque si tienen asidero y satisfacen a la galería las denuncias contra la inicua distribución de las sabanas, algunas tan vastas como un país europeo, resultante de las luchas coloniales del siglo XIX, no es menos cierto que el desarrollo de regiones como el Trasvaal, e incluso antes como en el caso de ese prodigio de hermosura y progreso que es la provincia del Cabo, deben bastante a la voluntad verdaderamente titánica de pioneros que a la vuelta de cuatro o cinco generaciones se identificaron de tal grado con sus dominios que llegaron a escenificar el interesante episodio de la insurrección de los Boers contra el Imperio victoriano.

En Zimbabwe, el despojo a que ahora se somete a los farmers blancos no puede colmar a plenitud la aspiración legítima de un amplio sector de la población, porque afecta de manera negativa la estructura agropecuaria que aporta la mayor parte de sus divisas y contribuye con su secuela de atropellos y violaciones de los derechos humanos al aislamiento de la comunidad internacional.

Pero, por sobre todo, es irritante por tratarse de una manera tan evidente de una maniobra para abortar el anhelo de cambio que se manifestó abrumadoramente en el referendum de febrero.

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