Opinión Internacional

Turquía ante la rendija europea

«La marcha de un pueblo estepario iniciada hacia el siglo IV en tierras del Asia central, deberá culminar en el siglo XXI con su instalación en el corazón de Europa». Las palabras del sociólogo Emre Kongar, en una reciente reunión celebrada en Estambul, resumen con acento de épica agradecida las esperanzas y objetivos de la nación turca en este volteo de milenio: el ingreso en la Unión Europea (UE).

Desde diciembre pasado, en la cumbre de Helsinki, Turquía es oficialmente candidata a la accesión a la UE tras una larga historia de frustración y desengaño que se inicia con la petición formal de ingreso en la Comunidad en 1987. Pero, la coalición que preside el socialdemócrata Bulent Ecevit no le ha dicho toda la verdad a una opinión que está convencida de que esta vez sí que es la buena.

La UE afina mucho las palabras. Hasta el esoterismo. Turquía había sido desde la cumbre de Luxemburgo en 1997 «país elegible», pero no candidato. Sólo desde enero pasado es oficialmente candidato, aunque en fase de pre-screening, traducible a un español de cercanías como cribado de facto, o en su imprescindible traducción burocrática, «en fase de preparación de un proceso de examen analítico». Y únicamente cuando el examen haya culminado comenzará el verdadero cribado, que llevarán a cabo un número de subcomités de la UE, sobre la base de lo que se llama el acervo comunitario o paquete de reformas legislativas que Turquía deberá adoptar para su eventual ingreso en Europa. Es comprensible que Ecevit no se pirre por explicar todo ello a una opinión que cree que la negociación en toda regla ya ha comenzado.

En la práctica, esa adecuación legislativa significa reforma de la justicia, depuración de la policía, total retirada del Ejército a sus cuarteles, auténtica libertad de prensa, reconocimiento de los derechos de las minorías, etcétera; es decir, establecimiento de un sistema plenamente democrático.

El hecho de que Turquía haya pasado de la pre-nada a la nada en su camino hacia Europa se debe, de otro lado, a una coyuntura. El socialdemócrata Schröder sucedió en noviembre pasado al democratacristiano Kohl en la Cancillería de Berlín, y, junto con la suavización de las condiciones para adquirir la nacionalidad federal que afecta a tantos inmigrantes turcos en el país, ésa era una forma de ir amueblando el regreso de Alemania a la mayoría de edad internacional. Pero a la candidatura turca se le exigen, por añadidura, condiciones no escritas. Y algunas incumplibles.

La más ominosa es la de que mientras exista la posibilidad de que un partido islamista llegue al poder, no simplemente al Ejecutivo como ya ocurrió con el partido del Bienestar hace cuatro años, Ankara no estará más cerca de la UE, y por esa razón el Ejército, con algo menos que un golpe y bastante más que un gesto, obligó a los islamistas a dejar el Gobierno en 1997. Europa, en estos tiempos de agnosticismo, podrá no ser ya un club cristiano, pero los furores de otras religiones incomodan sobremanera.

A otro nivel, pero igual de eliminatorio, es el obstáculo de Chipre. La isla greco-turca es el país de los 13 candidatos que mejor lleva las cuentas para ingresar en la UE, quizá en la década inminente. Pero ello no será si el Estado turco organizado en el norte de la isla no acepta previamente algún vínculo federal con la parte griega, roto desde la intervención militar de Ankara en 1974, que consumó la división de Chipre. Y, aunque voluntariosamente, Nezihi Ozkaya, director general del Ministerio de Exteriores, asegura que los turco-chipriotas harán lo que diga su líder, Rauf Denktash, nadie ignora que Denktash hará lo que diga Ankara, con lo que el acceso de Chipre se convierte en otra precondición para Turquía.

El pueblo kurdo, con su demanda de autonomía o su lucha por la secesión, se alza también siempre rocoso en el camino. Kongar, que con el golpecito de 1997 tuvo que afeitarse la barba para que no le confundieran con un islamista y tomaran medidas, no está a la altura de su indudable ingenio cuando dice que jamás se ha discriminado a los kurdos, que, por ejemplo, el presidente del Parlamento es o ha sido un kurdo, que ha habido ministros kurdos, etcétera, como aquello de cuando nos dicen: mis mejores amigos son judíos, pero… El sociólogo, liberal recalcitrante en un país donde se suele recalcitrar en sentido autoritario, reconoce, sin embargo, que también se discrimina no permitiendo a alguien vivir de acuerdo con su nacionalidad y cultura, tras de lo que asegura, enigmáticamente, que en 10 o 15 años no habrá ya problema kurdo, y que la etnia, a la que la Turquía oficial ha llamado siempre «los turcos de las montañas», gozará para entonces de medios de expresión propios, escuela incluida. Pese a todo, no es fácil pensar en una autonomía, por ejemplo, a la española, en el país fieramente soberano que fundó Kemal Ataturk.

Kongar explica elocuentemente semejante dificultad de ser, a la vez que idealiza un tanto a Europa: «Turquía es europea, pero no una nación europea; somos un país inventado por el Ejército a la caída del imperio otomano en 1918. En vez de burguesía hemos tenido militares, que han tenido que hacerlo todo a partir de cero. Pero, precisamente por esa construcción improvisada, tenemos una ventaja: nos falta estructura, y eso es bueno, porque somos adaptables a lo que nos convenga. En todo caso, ¿cuál sería la alternativa, federarnos con el Asia central?».

Turquía es, quizá por ello, una especie de nación-Estado virtual, una ameba en trance de cristalización europea. En este país, el único de Europa en el que se dice que Constantinopla «fue conquistada», en lugar de que «cayó en 1453», un 88% de la opinión cree a pies juntillas que «somos europeos», pero también un 44% , dice: «Europa no nos quiere».

El largo viaje osmanlí del Asia central a Europa, efectivamente, está hoy culminando, pero no es nada seguro que encuentre a Bruselas a tiempo y esperando. Si así ocurriera, ello sería una tragedia no sólo para esos militares que, siguiendo a Mustafá Kemal, hicieron suya la fe en una Europa que imaginaban casi volteriana para injertarla en un pueblo de piedad islámica, sino para la propia UE, que se hallaría ante un gravísimo problema muy literalmente ante sus puertas. Por ello hay que desear que las condiciones se cumplan, pero que no haya ni una más de las necesarias.

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