Opinión Internacional

Un libro para Barack Obama

El gesto del teniente coronel Hugo Chávez de ofrecerle “Las venas abiertas de América Latina” obra emblemática del periodista uruguayo Eduardo Galeano al presidente Barack Obama ha hecho correr mucha tinta.

Dejando fuera el hecho de que el gesto del presidente venezolano, es casi seguro, no fue una iniciativa suya, sino de su principal consejero, que él considera como un padre, me refiero a Fidel Castro, el propósito implícito del gesto, fue el de corroborar la opinión expresada por el presidente venezolano días atrás, de que Barack Obama era un “ignorante”. Era una manera irónica de demostrar que se le facilitaba algo de lectura para subsanar esa ausencia de cultura. Además, el contenido del libro se prestaba con el propósito de propinarle una bofetada pública, pues en sus páginas está la narración de las imágenes de las que se nutre el imaginario del populismo latinoamericano: la culpa que tienen los países que han logrado un alto grado de progreso en las miserias que agobian a América Latina; culpa de la cual quedan eximidos los latinoamericanos. Esa coartada maravillosa que confiera a las elites de esos países, el derecho a la irresponsabilidad.

La imagen que resulta de la lectura de la obra, es la de una América Latina indefensa, víctima dócil de los proxenetas que la explotan y expolian. Esa postura de feminidad pasiva, de mujer humillada y ofendida, es el humus que alimenta el resentimiento que anima el pensamiento político latinoamericano que ha sido forjado por sus elites intelectuales y políticas y que ha terminado por sentar un modelo mental que actúa como eje central de identificación.

En ese sentido, el caso latinoamericano constituye un hecho singular en la historia de la formación de las naciones. Por lo general, el sentimiento nacional se forja cuando los habitantes de un país, independientemente de su origen, clase social, comparten la misma idea, los mismos sentimientos, en relación a ciertos hechos, hazañas, o acontecimientos ocurridos en el perímetro que delimita el país de origen y que constituyen la versión, o la “puesta en intriga” del imaginario nacional. Para los latinoamericanos, en particular quienes profesan el credo de ser de izquierdas, el substrato de identidad proviene, no de compartir hechos singulares, sino de compartir un sentimiento de resentimiento hacia Europa y Estados Unidos. Se trata de un problema que tiene que ver más con la clínica que con la política. Se trata de complejos arcaicos que se originaron en la estratificación social que emergió durante la colonia, a la que se le agregó luego la imagen del “buen salvaje” forjada en Europa, corolario de la leyenda negra anti-española.

Las venas abiertas de América Latina es el breviario por excelencia del resentimiento, de la condición de víctima de la que tanto le gusta regodearse la izquierda del continente. El autor rinde cuenta de cómo los países desarrollados se llevan las riquezas naturales de América Latina. Nunca contempla la posibilidad de la producción y, sobre todo, de la rentabilidad, por parte de los países “víctimas”, poseedores de esas riquezas. No se pregunta cómo es posible tanta riqueza si no saben rentabilizarla.

Muchos analistas han ironizado acerca del hecho del ofrecimiento del libro por Hugo Chávez, pero creo que en el fondo el gesto ha sido positivo. Porque si Obama se decide a leerlo como expresó era su propósito, su lectura le ayudará a comprender mejor las causas del estancamiento de la llamada izquierda latinoamericana, y las razones por las cuales esos países siguen sumergidos en el anacronismo.

Cuando en el mundo contemporáneo desarrollado se habla de revolución, se le adjunta inmediatamente el término de “digital” o “tecnológica”. Cuando el presidente de Venezuela, al extenderle Las venas abiertas de América Latina le dijo que gracias a la lectura de ese libro él había cobrado conciencia de la situación latinoamericana, le estaba manifestando de manera patética, la estrechez de la visión política que lo guía en su proyecto “revolucionario”, el cual se expresa en una sobre producción de retórica, de voluntad de imitar y de imponer en Venezuela, una sociedad similar a la cubana de hoy.

Un régimen político similar al que rige en Cuba que sólo podrá instalarse sobre las ruinas de la democracia, sobre las cuales se instalará una maquinaria militar, pilar de un Estado autocrático que tendrá bajo su control todos los medios de producción, erigiendo un sistema de capitalismo de Estado, abrogando toda posibilidad de libertad de opinión. Se impondrá una manera de pensar “correcta”.

No será una sociedad buena para todos los individuos que viven en ella. El principio, lo parecerá para algunos, aquellos que entran en la categoría de los pobres, o los dóciles, pero al final, será mala para todos: un retroceso fantástico en el tiempo.

Le sugeriría al presidente Obama que le envíe al presidente venezolano, a manera de agradecimiento, su magnifico ensayo autobiográfico, Los sueños de mi padre (19595) en donde narra la evolución del niño que fue, en búsqueda de su padre. Del niño mestizo, considerado como negro por la América blanca. Pero en lugar de sumirse en el resentimiento, consideró su mestizaje como un elemento enriquecedor y así “aprendió a pasar de su mundo blanco a su mundo negro” porque comprendió que “cada uno de ellos poseía su lenguaje, sus costumbres, sus signos, convencido de que era suficiente un esfuerzo de traducción para que ambos se encontraran”. También debería enviarle su otro ensayo, La audacia de esperar: nueva concepción de la política americana, esa guía de acción política, del buen sentido y de la serenidad con la que se debe ejercer el poder. También el brillante y certero discurso, en el que desmonta todo el sustento del prejuicio racial, tanto de un lado como del otro, pues el racismo es compartido, tanto por los opresores como por los oprimidos, De la raza en América, que a mi entender debería ser texto de estudio en todas las escuelas del mundo.

Tal vez la lectura de sus libros le depare alguna luz al enrarecido pensamiento del presidente venezolano. Aunque lo dudo, pues un hombre que es presidente de un país, asiste a una Cumbre en la que se suponía iban a debatirse los problemas de todos los países, se dedique a imponer como único tema el cubano, sin mencionar ni una vez a su propio país, es difícil admitir que esté en todas sus cabales. Es un caso único en la historia. Pensé se le podía asimilar al de Petain, pero no, pues Francia fue vencida militarmente e invadida por Alemania. El caso del venezolano, convertido voluntariamente en agente de otro país, lesionando los intereses del suyo propio, demuestra una perturbación grave de su mecanismo político.

Pero tampoco es que el resto de los mandatarios latinoamericanos hayan demostrado un mínimo de respeto hacia los valores de la democracia y hacia sus propios países. Parecería que el único problema que aqueja al continente es el embargo cubano. Lo más vergonzosos fueron los presidentes que conocieron la represión de las dictaduras que hoy le dan un cheque en blanco, a una de las peores dictaduras de la historia contemporánea. Ni siquiera se dignaron a pronunciar una sola palabra relativa a los prisioneros políticos cubanos. Ungieron sin reparo al totalitarismo cubano.

“No debemos dejarnos atrapar por la trampa de la historia”, “provenimos todos de países colonizados por imperios”, “veamos hacia el futuro” les expresó Obama.

Inútil: al igual que las mafias: no se debe romper la unidad, en este caso, la que depara compartir el resentimiento permaneciendo en el pasado.

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