Opinión Internacional

Un plebiscito para el ALCA

El gobierno brasileño -por ingenuidad, incompetencia o mala fe creyó piadosamente en las leyes del mercado, en el liberalismo económico y en la imparcialidad de los organismos internacionales.

Consideró a la Organización Mundial de Comercio, OMC, como la mejor instancia para dirimir conflictos, batalló contra cualquier tipo de proteccionismo, se convirtió en el paladín de la desregulación y del neoliberalismo como «nuevo rico» que llegó tarde a la fiesta y exalta las cualidades del menú como ninguno.

El resultado está allí: Brasil sufre sanciones drásticas en todos los grandes conflictos de comercio internacionales en los que se vio envuelto, de forma radical e injusta. Fue preciso eso para que el gobierno comenzase a aprender lo que sería obvio, si las lecciones de teoría de la dependencia hubiesen sido aprendidas y actualizadas.

Ocurre que las relaciones internacionales -y particularmente el comercio entre ellas- son un campo de disputa, de relaciones de poder, donde se despliegan fuerzas de poder desigual, cuyos enfrentamientos tenderán a ser cada vez más feroces, conforme la recesión internacional vuelve a agudizarse. Esa verdad elemental -que en el caso de América Latina se torna patrimonio común desde los textos de Raúl Prebish y de la Cepal de critica de las teorías del comercio internacional- fue desconocida por el gobierno brasileño.

Un poco antes de dejar el Ministerio de Relaciones Exteriores, el entonces canciller Luis Felipe Lampreira reveló haber descubierto que los países que entran atrasados en el mercado internacional se tienen que proteger para poder competir en situación de no mucha inferioridad. Verdad elemental que esta en los libros y que orientó uno de los grandes fenómenos económico-sociales del siglo pasado: la industrialización de países de la periferia capitalista, de entre ellos Brasil.

Sucede también que la ideología oficial del gobierno todavía es el fundamentalismo liberal del mercado, aquel mismo que afirmó -en la boca de Gustavo Franco- que la industrialización brasileña había sido una aberración, porque violó las sacrosantas leyes del mercado, al usar políticas de cambios diferenciados para inducir el desarrollo económico. Según esa visión jurásica, Brasil habría permanecido como país primario-exportador -al cual se asemeja ahora, cuando nuestra línea exportadora vuelve a tener al café y la soya como líderes, gracias a la eliminación de políticas monetarias inductoras del desarrollo económico.

Los tres mega-mercados que dividen el poder en el mundo -todos en el hemisferio norte- solamente se pudieron integrar porque violaron las leyes del liberalismo y reglamentaron sus relaciones, se privilegiaron entre si, rompieron con el libre comercio, sin lo cual la unificación europea, o el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCNA) y la integración del sudeste asiático no habrían sido posibles. El Mercosur, en tanto se desarrolló, favoreció el comercio intraregional, igualmente sin acatar las normas del libre comercio.

Sin embargo, para integrarse, el modelo más equilibrado -el europeo-, consciente de las importancia de las formas de integración internacional, puso a consideración de sus pueblos, con consultas populares, las decisiones de participar o no en la unificación europea. En el caso americano, la cuestión es más importante aún, porque ella se daría entre economías extremadamente desproporcionadas entre si, en la que los Estados Unidos detentan el 70% de la economía del continente. Para tener una idea de cómo la economía estadounidense dominaría todo el Alca, en el TLCNA, compuesto por una economía relativamente fuerte como la canadiense, por lo menos más fuerte de que las nuestras, México tiene el 90% de sus comercio exterior con los Estados Unidos, sin embargo menos del 4% con Canadá.

La vía democrática

La propuesta del Alca implica la consolidación y formalización de la hegemonía norteamericana sobre el conjunto de nuestro continente, es una especie de reactualización de la doctrina Monroe. Cualquier forma de relación mínimamente equilibrada para América Latina implicaría, ante todo, una integración latinoamericana, para entonces tener fuerza para negociar colectivamente con los Estados Unidos, así como con los otros megamercados. Implica igualmente una política de alianzas con otros países importantes del mundo -como China, India, Sudáfrica, Irán, entre otros-, tomando en consideración la propuesta del sociólogo portugués Boaventura de Souza Santos, de la formación de una especie de G-7 de los países intermedios en todo el mundo.

Como el destino de Brasil y de los demás países del continente depende de la forma de inserción -soberana o subordinada- en el mercado internacional, cualquier decisión a este respecto precisa ser sometida a los pueblos de cada uno de sus países. Sería necesario que los gobiernos solamente pudiesen firmar acuerdos de esa importancia y dimensión después de una consulta plebiscitaria, con alternativas, para que la ciudadanía se pronuncie al estilo de lo que se hizo en Europa y de forma aún más democrática y amplia en la forma de la consulta.

Esta es la vía democrática para definir la inserción de Brasil y de los otros países latinoamericanos en el orden económico mundial. Los parlamentos deberían aprobar leyes que obligasen a los gobiernos a convocar a consultas populares. En caso que no lo hagan, sería posible hacer convocatorias para una misma fecha -por ejemplo, un 12 de octubre- en todos los países -como se hizo en Brasil con el plebiscito de la deuda externa.

Esta es una de las incontables iniciativas salidas del Foro Social Mundial de Porto Alegre. Habrá una amplia participación popular en la reunión de ministros de industria y comercio del Alca, en Buenos Aires, el 7 y 8 de abril, no solo para manifestarse en lo que ya se está llamando como el Seattle del Sur, sino también para divulgar una propuesta alternativa de integración latinoamericana y para avanzar en el proyecto de convocatoria a consultas populares sobre las modalidades de inserción de Brasil y de los otros países del continente, una integración subordinada o soberana.

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