Opinión Internacional

Unasur

A primera vista la Unión de Naciones Suramericanos (Unasur) pudiera considerarse como un avance en la integración de América Latina. Formalmente se parece mucho a lo que habíamos soñado quienes hemos dedicado buena parte de nuestras vidas a trabajar por ella: comprende a todos los países del subcontinente; está conformada por una mayoría, si no la totalidad, de países democráticos; y participan en sus deliberaciones los Jefes de Estado, lo que permitiría adoptar decisiones al más alto nivel político. Lamentablemente, a pesar de esas características, hasta ahora no ha respondido a las expectativas que su creación hubiera podido generar.

            La causa más clara de su debilidad consiste en que en lugar de haber nacido como la suma de los dos grandes procesos de integración que se iniciaron y perfeccionaron durante la segunda mitad del siglo XX, Mercosur y la Comunidad Andina de Naciones (CAN), fue el resultado de la ambición de destruir a ésta última. Lo que casi logró el retiro de Venezuela de la CAN y su intento hasta ahora fallido de ser miembro pleno de Mercosur.  También podría pensarse que Unasur fue el intento de disimular que ambos procesos vivían etapas de letargo y retroceso y no se tenía la voluntad y la capacidad de corregirlos.

            Nacida en 2004, bajo el nombre de Comunidad Suramericana de Naciones, su logro más concreto ha sido cambiarse de nombre en el año 2008. En los últimos seis años se ha logrado redactar un Tratado Constitutivo que no ha entrado en vigencia, porque no ha sido aun ratificado por el número de países requerido. Tampoco ha podido contar con una Secretaría General efectiva, porque el primer Secretario que fue electo (Rodrigo Borja) renunció al poco tiempo y el puesto quedó vacante durante varios años, debido a que no se pudo elegir a uno de consenso, y el que fue nombrando recientemente (Néstor Kirchner) se da el lujo de no querer mudarse al lugar sede de una Secretaría aun casi inexistente y de no someterse a las normas que le exigen apartarse de la política doméstica de su país de origen y dedicarse con exclusividad a cumplir con los objetivos de la comunidad. Ambos secretarios tenían el antecedente de haber sido presidentes en sus países, lo que también era un sueño de quienes promovimos en otros tiempos la integración, pero esa característica hasta ahora ha sido poco útil. Por otra parte, no se conocen programas de cooperación operativos originados por Unasur.

            Como, no obstante lo anterior, los presidentes insisten en reunirse, lo único  que le queda a Unasur es la discusión de la actualidad política. Uno de sus grandes activos es que, debido a que no está presente Estados Unidos, se supone que no existen hegemonías y los participantes pueden tratarse entre sí como iguales y con sinceridad. Eso era también parte del sueño. El cual en buena medida se realizó en el Sistema Económico Latinoamericano (SELA), con la ventaja de que en éste participan otros países de América Latina y el Caribe, algunos de gran gravitación en la región, particularmente Cuba y México. Pero con la desventaja de que, por la fecha en que se creó el SELA, se limitó su ámbito de acción a los asuntos económicos y sociales. Dicho sea de paso, el Convenio Constitutivo del SELA entró en vigencia a los pocos meses de haber sido suscrito.

            Lo más lamentable de Unasur es que los líderes de sus países miembros, circunscritos al ámbito político, y una vez en un foro libre de la influencia abrumadora de las grandes potencias, en vez de abocarse a buscar la unión de sus naciones, se dedican a llamarse entre sí “lacayos del imperio”.  Unos afirman que los otros son lacayos del tradicional imperio estadounidense y éstos últimos replican que los primeros son títeres del imperio ideológico cubano de los hermanos Castro.

            El gobierno de Venezuela, que tiene una clara inclinación por los insultos y por el ambiente de batalla, ha declarado a Unasur su foro internacional favorito para dirimir sus disputas y amenazas de guerra. No porque ahí tenga mayoría, que no la tiene, sino por que ahí se puede decir impunemente cualquier cosa. No está ni siquiera el Rey de España para mandar a callar. Lo encuentra preferible a Mercosur, donde hay normas y tratados vigentes y en donde sería posible apelar a la llamada clausula democrática.

            Quizás por eso el Presidente Chávez no pudo asistir a la última Cumbre de Mercosur, alegando que tenía un surmenage, probablemente provocado por los múltiples conflictos y problemas que le agobian. Quizás porque prefiera el foro amorfo y sin consecuencias en que se ha convertido Unasur.

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