Opinión Internacional

USA: ¿en qué andas?

Un observador distraído del encuentro que en Costa Rica sostuvieron recientemente representantes de las Farc y del Departamento de Estado norteamericano habría supuesto que no estábamos al borde de una mayor y franca intervención de Estados Unidos en el conflicto interno colombiano.

Hasta ese momento, las Farc habían disminuido el tono agresivo y «antiimperialista» que usaban rutinariamente; USA reiteraba sus críticas al Ejército por presumibles vínculos paramilitares y transgresión de derechos humanos, al tiempo que orientaban su disminuida ayuda militar hacia la Policía, mientras los embajadores en Bogotá desmentían sin que se les preguntara que las Farc fueran un cartel de la droga.

Las cosas llegaron tan lejos que ‘Tirofijo’ propuso un programa piloto para erradicación de cultivos que parecía tener como interlocutor a Estados Unidos. Algunos expertos como Alfredo Rangel, por razones obvias inmune a toda sospecha de connivencias ideológicas con la guerrilla, escribió en 1998: «La solución al problema de los cultivos ilícitos en Colombia pasaría necesariamente por un acuerdo de paz global con la guerrilla mediante el cual, al tiempo que se acomete una sustitución masiva y en serio de los narcocultivos, se logra el imprescindible apoyo de los insurgentes para este propósito, dado que son el verdadero poder en las zonas cocaleras».

Todos los analistas daban por hecho que USA no se embarcaría en la aventura de un protagonismo mayúsculo en el conflicto militar interno sin que previamente ocurrieran cambios sustantivos en el desempeño del Ejército, en la crisis de los derechos humanos y en sus presuntos nexos con las organizaciones paramilitares, tareas en las cuales los voceros estadounidenses de toda condición y nivel habían sido tan duros y explícitos.

Si bien se percibe una mejora en los resultados militares del accionar del Ejército y una mejor coordinación de las Fuerzas Armadas en su confrontación con los insurgentes, no parece que las novedades hayan sido suficientes para el viraje que la ayuda económica propuesta por el presidente Clinton parece sugerir. La súbita «rehabilitación» del Ejército, al convertirlo en el destinatario principal de la asistencia económica y militar, es un dato relevante que amerita preguntar cuáles cosas influyeron en ese cambio de dirección.

Hasta hoy, todos los analistas del conflicto armado en Colombia han supuesto el desprecio de USA hacia el peligro político de una guerrilla marxista. Imaginan que la muerte de la guerra fría lo es también de las viejas percepciones que la temían como un riesgo de la seguridad nacional de la superpotencia. Parte del tratamiento de segunda clase dado a Colombia en todos los frentes de la relación bilateral, incluido el narcotráfico, obedecía a juzgar como extravagante cualquier extrapolación sobre el tamaño de ese riesgo.

Según esta lógica, la escalada de la guerra por la ayuda económica y militar de USA se entiende como un efecto marginal indeseable de la lucha contra el narcotráfico. La «coincidencia» territorial entre zonas de cultivo de la droga y zonas de influencia de las Farc tendrían esa incómoda pero irrelevante condición: una coincidencia. Se asume que USA tomaría el problema con pinzas, separando en la realidad, es decir el campo de batalla, lo que aún en la teoría luce inexplicable.

«Hablar de Colombia como de un poder responsable con el que hay que tratar como hemos tratado con Holanda o Bélgica o Suiza o Dinamarca es completamente absurdo». La frase es de Roosevelt. El de Panamá. Mucha agua, es cierto, ha corrido por el Istmo desde entonces. Y puede que pueda repetirse con el poeta: «nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos». Y ellos tampoco. Pero, ¿y si sí?

Se supone que USA sabe lo que hace. Pero también debió suponerse lo mismo durante más de 30 años con ocasión de su intervención en el sureste asiático. Entonces las voces más inteligentes, incluidos expertos del gobierno, nunca se cansaron de alertar sobre los peligros de esa intervención. Fueron desoídos. Los fantasmas de un complot criminal soviético y una China expansionista redujeron el espacio de maniobra a la inteligencia racional. Ahora no hay fantasmas ni para una coartada de utilería. Aun así, la inocente pretensión de la coincidencia parece sospechosa.

Inútil preguntarse en qué anda el Gobierno. Acorralado por su propio desprestigio, el desempleo, la recesión económica y la guerra, carece de autonomía para calcular los riesgos. Es probable, sin embargo, que imagine que su fortalecimiento militar lo ayuda en la mesa de negociaciones. Pero es más fácil imaginarlo suscribiendo un Plan Colombia que no fue hecho aquí. Importa más bien preguntarse en qué anda Gabito, a quien hay que suponer muy consciente del significado de su cena con la señora Albright. Al menos eso esperamos, según esperamos otra cosa: que nos lo cuente. Tal vez así haya respuestas a la docena de inquietudes aquí planteadas, y las que no se mencionan por falta de espacio.

Tomad de (%=Link(«http://www.eltiempo.com.co/»,»El Tiempo»)%) de Bogotá

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