Opinión Internacional

Victoria inobjetable

El país puso fin a un proceso electoral atípico, sin precedentes salvo forzadas comparaciones con un par de acontecimientos políticos de la primera mitad del siglo pasado. No hubo atipicidad, sin embargo, en el comportamiento cívico de los costarricenses y en el apego a la legalidad electoral. Podemos enorgullecernos, una vez más, de haber celebrado elecciones limpias, de cuyo ejercicio surge un gobierno constitucional legitimado por la voluntad del pueblo y comprometido con las instituciones republicanas.

Luis Guillermo Solís es hoy el presidente electo de todos los costarricenses y, en el plazo de un mes, jurará respeto a la Constitución y las leyes para asumir su alto cargo, ganado en buena lid. Respeto merece, también, su investidura, a cuyo abrigo puede convocar a todas las fuerzas del país para conducir los asuntos públicos con el bien común como norte.

La felicitación para el nuevo mandatario debe extenderse al Tribunal Supremo de Elecciones, guardián de la pureza del sufragio, y a la ciudadanía que lo ejerce en paz, con sentido de la responsabilidad y de la trascendencia del acto que nos distingue como nación civilizada.

Hubo abstencionismo en la primera ronda, no tanto como en otras naciones de larga tradición democrática y no mucho más que en los procesos electorales recientes. Aumentó en la segunda ronda, como es usual en todo el mundo. La afluencia de votantes el domingo se vio afectada, además, por la falta de competencia y expectativa, dada la renuncia del candidato liberacionista a seguir en campaña.

Pese al abstencionismo, el gobernante electo acumuló un número extraordinario de votos. Su victoria es incuestionable, como es necesaria la determinación de todos los sectores de abrirse al diálogo y cooperar para satisfacer los más altos intereses nacionales.

En cambio, los resultados, en particular los de la primera ronda, fiel reflejo de la diversidad de opiniones existente en nuestra sociedad, no dejan espacio para el triunfalismo ni la arrogancia. El electorado manifestó voluntad de cambio, pero es variopinta. Ningún programa fue de aceptación mayoritaria y corresponde a la próxima administración construir a cada paso apoyo para sus iniciativas. Interpretar los resultados de ayer como carta blanca para una ejecutoria inconsulta y dogmática, podría ser un error irreparable.

En la acera de enfrente, entre los partidos de oposición, en particular el Partido Liberación Nacional, las razones para actuar con prudencia y flexibilidad son también evidentes. La oposición por la oposición misma no es un curso de acción aceptable en un país enfrentado a los grandes desafíos de la Costa Rica actual. El país no debe avanzar en dirección opuesta al progreso y tampoco puede permanecer estancado.

Para constatar la necesidad de fraguar acuerdos, basta repasar la conformación de la Asamblea Legislativa. Con vista en la distribución de curules, los vencedores de ayer pueden aquilatar la importancia de conciliar y los vencidos, el deber patriótico de aportar cuanto esté a su alcance.

Con solo trece diputados, uno de ellos separado de la fracción, cuando menos por el momento, el Gobierno está obligado a negociar. Ninguna otra fracción, por sí sola, salvo la de Liberación Nacional, podría sumársele para formar mayoría. Las otras combinaciones posibles exigen acuerdo con al menos dos bancadas opositoras. Las diferencias entre ellas son suficientes para temer dificultades a la hora de encontrar coincidencias sobre asuntos concretos.

La conformación de la Asamblea refleja, como los resultados de la primera ronda, la diversidad existente en la sociedad costarricense. En su seno es también importante fraguar acuerdos. Nunca como ahora fue tan importante la voluntad de diálogo y el ejercicio del poder con tacto y mesura. La tarea del presidente Solís no será fácil, pero es interés de todos y de las generaciones futuras desearle los mayores éxitos y contribuir a lograrlos.

 

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