Opinión Internacional

Y el mundo sigue andando

Gracias a la copia pirata que nos regaló un amigo pudimos ver la película
(%=Link(«http://www.mgm.com/ua/hotelrwanda/intro.html»,»Hotel Rwanda»)%) , nominada al Oscar como mejor película extranjera en la última entrega de esos premios en Hollywood. El film reproduce con singular
patetismo la historia real del heroico Paul Rusesabagina -un educado y muy
hábil relacionista público de la etnia hutu- gerente del Hotel Diplomate en
Kiragi, Rwanda, para el año de 1994. Conocido como el “Schindler negro”,
Rusesabagina expone su vida y la de su familia para salvar a 1300 refugiados
tutsis, de  morir masacrados en medio de la borrachera genocida que la
mayoría hutu desató contra esa etnia. Se calcula que los hutus asesinaban
-principalmente con machetes- aunque también con armas de fuego y
quemándolos dentro de sus casas, a unos 40.000 tutsis por día. Al cabo de
cien días el número de víctimas fatales se elevó a más de un millón, sin
contar los miles de desplazados que debieron huir a países fronterizos donde
perecieron por efecto de epidemias y del hambre. Cuando uno se percata de
que ese crimen contra la humanidad se perpetró hace apenas once años, y que
ni la ONU ni nadie fue capaz de impedirlo y menos de detenerlo; comienza a
dudar de la utilidad de  los organismos internacionales vigilantes de los
derechos humanos y de la sinceridad de muchos países europeos que hoy se
rasgan las vestiduras por las muertes que provoca el terrorismo en Irak.

La masacre de los tutsis fue fríamente planificada por el actual presidente
Kagame y comenzó con el asesinato del presidente rwandés Habyarimana, cuyo
avión fue derribado en pleno vuelo por un misil. Una vez cometido el crimen
se acusó del mismo a los tutsis, se les llamaba “cucarachas” y desde la
radio y los cuarteles se incitaba a la mayoría hutu a aplastarlos y
eliminarlos como tales. Apenas comenzó la matanza, la ONU decidió reducir la
presencia de los Cascos Azules en Rwanda que era de 2.500 efectivos, a solo
270; éstos recibieron la orden de limitarse a la evacuación de los
extranjeros. Todo el mundo se lavó las manos mientras la etnia tutsi era
masacrada con preferencia por los niños para “borrarla de la faz de la
tierra”. Desde el Holocausto practicado por los nazis en contra del pueblo
judío y después de éste, el genocidio cometido contra los tutsis ha sido el
más espantoso que ha conocido el mundo. El juez francés Brugière, encargado
de las investigaciones de esos crímenes ha ido desenredando una madeja de
complicidades en la cual está envuelto el difunto ex presidente Francois
Miterrand. Bill Clinton, mandatario de EEUU para el momento en que se
cometió el genocidio, pidió perdón por no haber intervenido para impedirlo,
otro tanto hizo Kofi Anam. Se abrieron investigaciones y se iniciaron
juicios, abundaron los golpes de pecho pero nada ocurrió antes de que
muriera más de un millón de seres humanos.

En la película “Hotel Rwanda” Paul Rusesabagina está esperanzado porque se
han movido hilos internacionales y los camarógrafos de la televisión europea
han captado y difundirán las imágenes del comienzo de la masacre; pero el
Jefe de los Cascos Azules de la ONU le ofrece su escéptico pronóstico: no te
hagas ilusiones, nadie hará nada. La gente verá esas imágenes en la
televisión, exclamará ¡que horror! y luego saldrá a cenar y a divertirse sin
recordar siquiera las escenas que acaba de ver. Esa misma convicción es la
que anima el cinismo del canciller de un régimen criminal, como el de Fidel
Castro, cuando se atreve a declarar en Ginebra, nada menos que en la reunión
de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, que “en Cuba nunca ha habido
una ejecución extrajudicial o un desaparecido”. Si Castro es el juez supremo
el único legislador y el máximo policía de ese país, no tiene necesidad de
actuar al margen de la ley para liquidar a sus enemigos. El, igual que lo
hicieron los nazis con las leyes de Nuremberg, legisla, reprime,  juzga y
condena; cuatro en uno. Digna discípula de tan excelso maestro la
vicecancillera Maripili Hernández pontifica, en esa misma reunión, que en
Venezuela existe la más avanzada democracia del mundo ya que no es
representativa sino participativa y protagónica. ¿Quién se va atrever a
enrostrarle que aquí también funciona el cuatro en uno? Mejor dicho ¿a quién
le importa? Sin duda que no a un gobierno cínico como el de Rodríguez
Zapatero que quiebra lanzas en la Unión Europea para que la Cuba castrista
sea favorecida por un borrón y cuenta nueva. Estuvo feo eso de Fidel de
repetir la escena de los juicios sumarios a sus adversarios políticos, con
penas de muerte y largas condenas a prisión, pero eso ya pasó; ya nadie se
acuerda y hay que volver a hacer negocios con Cubita la bella.

Es importante y sobre todo útil que los venezolanos de oposición tengamos en
cuenta ese cinismo y esa real politik que van tomaditos de la mano, cuando
creemos que algún organismo internacional que agrupe a representantes
gubernamentales -como la OEA o la ONU- va a venir en una misión de
salvamento a este país sojuzgado por el régimen chavista. Si una dictadura
absoluta, sin disfraces y por la calle del medio como la de Castro en Cuba,
recibe esos espaldarazos, que no recibirá esta caricatura de democracia que
tenemos en Venezuela. Aquel consigue lo que quiere sin  molestarse en
guardar las apariencias, a éste le darán aplausos por ser un  maestro de
simulación.

 

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