Opinión Nacional

40 siglos después

No sólo la teoría económica previene la estupidez de intentar controlar precios para detener la inflación; la historia es también abundante en evidenciar los fracasos de quienes lo han intentado. Los faraones egipcios, habiendo envilecido el valor de su moneda, pretendieron controlar el precio del trigo alegando la amenaza de hambrunas en épocas de baja cosecha. El fracaso los llevó a estatizar fincas y huertos, con lo cual terminaron de espantar los agricultores, y ¡sorpresa! la hambruna terminó por hacerse realidad. Gracias a lo cual, hacia el año 3000 antes de Cristo, la civilización de los faraones ya era una sombra.

En el año 310 después de Cristo, el emperador romano Diocleciano, harto de ver subir los precios en su imperio, intentó controlar precios, cortando la cabeza de algunos “especuladores” y “acaparadores”. No se le ocurrió que no era la avaricia de los comerciantes, sino haber abusado al poner a circular más denarios de los que su economía podía soportar, para pagar las deudas de sus ejércitos, comprometidos en guerra perenne contra los godos. Como resultado, según comenta un historiador, “la gente dejó de producir bienes para el Mercado, ya que no podían obtener un precio razonable por ellas, y esto trajo tanta muerte que la ley tuvo que ser abandonada.” La idiotez de Diocleciano le costó el trono poco después.

Cuarenta siglos después de los egipcios, en un remoto país de un nuevo continente, un rey amenazó con expropiar torrefactoras si el precio del café se incrementaba por encima de Bs. 7.000 el kilo. Luego de mucho aspaviento, calladito terminó por fijar el precio a Bs. 11.850 el kilo, declarando que había ganado la batalla del café al obligar a los industriales del café a reducir su aspiración inicial de Bs. 12.400. Ni la batalla de Carabobo fue tan exitosa. La historia no se repite, pero sí rima.

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