Opinión Nacional

700 mil millones

El mayor crimen del llamado «Estado bolivarista» es haber gastado el equivalente de 700 mil millones de dólares en casi 10 años, y que Venezuela esté con la lengua afuera y con la soberanía vuelta una viruta.

Es una lástima que varios de los abogados que estuvieron trabajando en los juicios nacionales e internacionales en contra del señor Chávez, hayan preferido dedicarse a los intríngulis de la política municipal que a sustanciar las causas que demuestran los desmanes incesantes de la satrapía revolucionaria.

Sin duda que ese inventario es muy extenso y además crece cada día, pero acaso la joya de la corona entre las legítimas querellas sea la colosal destrucción de una de las más auspiciosas oportunidades de progreso que país alguno haya tenido jamás.

Porque el régimen de Chávez ha coincidido con el período más prolongado de bonanza de precios petroleros en los mercados internacionales, ¿y cuáles son los resultados concretos de semejante disposición de riqueza?

Estimaciones razonadas sitúan el gasto público general de la última década en 700 mil millones de dólares. Irónico que el actual mandatario justificara sus afanes revolucionarios en que durante la era petrolera de nuestro siglo XX, es decir a lo largo de 80 años, el Estado venezolano hubiese incurrido en numerosos supuestos de despilfarro.

Entre 1989 y 1999, o sea en el decenio anterior al arribo miraflorino del señor Chávez, los ingresos públicos se ubicaron en 150 mil millones de dólares, y es que el promedio de la cesta petrolera nacional no estuvo en mucho más de 15 dólares el barril. Los dos años con precios más altos fueron 1990, cuando la Guerra del Golfo, en 20 dólares, y 1996 con algo más de 18 dólares.

Estas cifras ayudan a calibrar la magnitud de los recursos públicos que ha contado el llamado «Estado revolucionario». A los petrodólares hay que sumarle la tributación no-petrolera, más la duplicación de la deuda externa y la multiplicación por 15 de la deuda interna. ¿Qué se hizo con ese dineral?

Hoy en día producimos menos, importamos más, somos más dependientes de afuera, contamos con menos viviendas, nos enfermamos más y con enfermedades reaparecidas, tenemos niveles similares de pobreza, y sobre todo somos mucho pero mucho más violentos. Una verdadera tragedia de dimensiones históricas en medio del vendaval más intenso y duradero de petrodólares.

Y para añadir insulto a la herida, el ejecutor principal de este drama no deja de discursear sobre las pretendidas maravillas de su gestión, y al lado del micrófono tiene una chequera para ir repartiendo entre las distintas audiencias –de nuevo, tanto nacionales como internacionales–, como una especie de patrono tribal entre sus huestes.

Si ya el conjunto del país está pagando caro las ejecutorias de la revolución bolivarista, y aún será más onerosa la cuenta en el próximo futuro, entonces con más razón se necesitan construir alternativas democráticas que impidan su continuismo. No hacerlo también sería un crimen.

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