Opinión Nacional

A cada cual según sus necesidades

Según Marx en la etapa final del comunismo se alcanzará la tierra prometida, con el hombre nuevo en la tierra nueva. En esa felicidad completa no habrá estado, ni religión, ni mío ni tuyo, ni escasez. El trabajo será un placer y no una explotación, por eso cada uno aportará lúdicamente según sus capacidades y recibirá según sus necesidades, no importa que sean mayores que sus aportes.

Cuando un bien no es escaso, cada uno gratuitamente toma de él lo que necesita, a su gusto y sin restricciones. Por ejemplo el aire que respiramos o el agua fresca de la cascada que baja abundante de la montaña. En la visión mesiánica del profeta Isaías esto se extiende también a los bienes hoy escasos y costosos: “¡Atención sedientos! Vengan por agua, también los que no tienen dinero recojan el trigo, llévense sin pagar vino y leche gratis. […] El Señor aniquilará la muerte para siempre. El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y alejará de la tierra entera la humillación de su pueblo” (Is. 25,8). El sueño-ilusión de Marx se logra sin Dios y gracias a las leyes económicas descubiertas por él.

A Lenin le tocó bajar de las nubes marxistas a la dura realidad e imponer inmensos sacrificios para que el proyecto socialista sobreviviera en la larga e interminable etapa de privaciones, previa al paraíso irreal. Eran claras las necesidades productivas con el criterio de remuneración “a cada uno según sus aportes”, como la única manera de estimular y premiar el trabajo y producir lo que no existe. Fue interesante la discusión sobre los estímulos morales y materiales a la producción en los primeros días de la Revolución Rusa, y cuarenta años después en la Revolución Cubana. Llegaron a la siguiente conclusión (obvia entre gente cuerda): son indispensables los estímulos materiales y que quien trabaje más y mejor, reciba más y mejor remuneración. Mientras que el igualitarismo productivo es la muerte de toda economía.

Ahora, no sabemos si por ignorancia o por engaño malicioso, se nos dice que en Venezuela se va a pagar igual el trabajo desigual y que cada uno recibirá según sus necesidades, se deslome en la mina o se la pase jugando bolas criollas y tomando cerveza. ¡Adiós economía que te apagaste! En Cuba el partido comunista acaba de reconocer dolorosamente que si no hay estímulo a la producción con un mayor ingreso para el que produce más, no podrán salir de la miseria en que viven. El trabajo cotidiano es arduo y nadie se esfuerza ni se supera si no hay recompensa proporcional. El sueño del paraíso comunista es eso, un sueño.

Sin embargo, las sociedades bien organizadas tienen la sabiduría de distinguir y complementar la necesidad de producción y la gratuidad solidaria. El capitalismo es con mucho el sistema que más exitosamente utiliza el estímulo de la ganancia para “revolucionar constantemente las fuerzas productivas” (en palabras de Marx) y así pasar de la economía de la escasez a la de abundancia. Pero, cuando el capitalismo no es salvaje y la sociedad es democrática y solidaria, una gran parte de los recursos se usan con criterio de “a cada quien según sus necesidades”. Para ello el Estado tienen inmensos presupuestos (hechos de contribuciones y de solidaridad institucionalizada) que deben garantizar a todos los niños (según sus necesidades) educación, salud, seguridad; a la sociedad otros bienes públicos de infraestructura y servicios, así como a los ancianos, enfermos y a otros justificadamente no productores.

Esto sólo es posible si ellos mismos fueron o van a ser productores, también solidarios y previsores. El capitalismo salvaje (y las sociedades anteriores) beneficiaba a las minorías y condenaba al resto a la sobrevivencia inhumana; las sociedades democráticas de bienestar social solidario benefician a la mayoría gracias a la alta productividad con estímulos capitalistas, combinada con instituciones solidarias para que quienes de manera justificada no son productores (niños, enfermos, ancianos…) reciban gratuitamente lo que necesitan.

El igualitarismo iluso, que quiere repartir sin producir o producir sin estímulos de ganancia en la producción, termina en el fracaso y la miseria, ya que nadie puede dar lo que no tiene, ni producir lo que exige trabajo y creatividad si no hay recompensa.

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