Opinión Nacional

A calentar la calle

Haciendo simples cálculos de pulpero y tomando como ciertas las cifras oficiales en materia de producción petrolera, las cuales sitúan a Venezuela en los 2,8 millones de barriles por día, podemos concluir que al régimen chavista han ingresado no menos de 950 millardos de dólares en los 10 años de revolución, sólo por concepto de renta de ese oscuro bitumen, amén de lo que se ha recaudado por vía del Seniat y las ganancias operativas del BCV, que según los entendidos en la materia, estarían rondando los 500 millardos de la verde moneda imperialista. Se cumple entonces la dramática máxima popular de que mientras más plata tiene el gobierno y sus representantes, más pobre es la gente y ruinoso el país. Pareciera que deliberadamente y con toda la aviesa intención se busca afanosamente un problema a cada solución. Nunca como ahora se había visto un contraste tan marcado entre el inmenso caudal de recursos administrado por el gobierno frente al gravísimo estado de deterioro de los servicios públicos más elementales, así como un adecuado mantenimiento de la infraestructura vial, educativa y de salud, la cual se abandonó totalmente en esta última década. Da pena ajena ver cómo se gasta tanta saliva y dinero en promover obras que no se ven ni existen, pero hay mucho ánimo por el contrario para confrontar con fiereza y apropiarse de lo ajeno en el oficialismo enfrentando diariamente a sectores fundamentales en la vida del país como son la iglesia, los empresarios, trabajadores, estudiantes y gremios de los más variados estratos de la sociedad. Los compatriotas rojos rojitos se llevarán con holgura sobresaliente para la historia el triste honor de haber quebrado moral y económicamente a la República en el estricto sentido de la palabra. Aquí y ahora no queda hueso sano, la depredación es total y absoluta no importa el cargo y el rango que se tenga en esta administración, lo que sí importa, y mucho, es la voracidad para el pillaje cómplice y el desmedido afán de lucro, pues sin inmutarse si quiera toman para sí con el mayor desparpajo lo que es del pueblo aunque éste se muera de hambre. La revolución huele mal, por más que quieran tapar lo que se tragan, como el gato. Las evidencias son contundentes y visibles a los ojos del ciudadano común, solamente el contralor no las percibe ni las ve. La famosa maleta que Pérez Jiménez no pudo cargar en la “vaca sagrada”, resulta ahora un simple “koala” ante la de Antonini Wilson. CVG Alcasa por ejemplo perdió en los dos últimos años más de 600 millardos de bolívares y para celebrarlo botaron a una docena de técnicos en áreas vitales para las operaciones con un promedio de 15 años de antigüedad sustituyéndolas por docentes de educación media y abogados socialistas sin experiencia alguna con una remuneración superior a los 6 millones de bolívares mensuales cada uno. En Sidor, al mejor y más puro estilo de PDVSA no encuentran relevos para sustituir a los técnicos argentinos y han echado mano a personal revolucionario incapaz y con antecedentes para disponer la bicoca de 1.200 millones de dólares anuales tan solo en el área de procura y compras, lo que nos da una idea muy clara de cómo va en el fondo el proceso de estatización de la siderúrgica, el cual no es muy diferente por cierto al resto de las empresas de Guayana, ni tampoco a lo que está pasando en todo el país. Sabemos que la agroindustria está en ruinas y ya no hay divisas suficientes en Cadivi para importar lo que comemos o bebemos, como es el caso de la pasta, la cerveza o el pan, por nombrar sólo tres rubros únicamente. La inflación que declara el BCV en el primer semestre es de 15 por ciento, pero si tomamos a ésta en el ramo de los alimentos, se sitúan en un escandaloso 60 por ciento, de manera que las hallacas y los estrenos o juguetes de diciembre sólo podrán comprarlos quienes guardan un saco lleno de morocotas debajo de la cama, o aquellos que tengan la suerte de disfrutar de un empleo, chamba, contrato, amigo o compadre en este gobierno. Resulta verdaderamente increíble para el común de la gente entender cómo hace Chávez y sus parciales para gastar, o mejor dicho, devorar tanto y no hacer nada. Las alarmantes cifras de muertes violentas que a diario suceden tan solo en Caracas, nos colocan con holgura por encima de urbes como Bogotá, Nueva York, Tokio o Madrid. Nuestras morgues en todas las capitales son una ofensa abismal y vergonzosa tanto a los difuntos víctimas como a sus atribulados deudos, no hay patrullas, patólogos, ambulancias, ni equipos o recursos para combatir la envalentonada delincuencia y observamos con horror cómo ésta se enseñorea a lo largo y ancho del país, dando la impresión de que goza de muy buena salud al amparo y la complicidad oficial. Por otro lado, mientras la institucionalidad se desvanece aceleradamente, el cuerpo moral de la nación herido, sobrevive aún al incesante ataque del virus de la revolución, pero su salud dependerá en gran medida de la capacidad y firmeza que tengan los sectores democráticos de la sociedad para reconocer y admitir que el mal existe y está entre nosotros, que no es un simple fenómeno coyuntural. La crisis está avanzando hacia el colapso y la ruptura social en medio de una economía engañosamente fuerte, maquillada a conveniencia por la incontenible verborrea obsoleta y periclitada del moderno sicofante del hamponato, como dijera Rómulo Betancourt en su tiempo. Es la hora de actuar sin miedo y es la hora también de quebrar el espinazo a un proyecto temerario e inviable que a punta de real, terror y limosnas quiere poner a los venezolanos a pensar con el bolsillo y no con la cabeza, dejando a su paso miseria, desolación y a una sociedad otrora solidaria, ahora enfrentada severamente, engañada y dividida en cuerpo y alma que a todas luces no será fácil reconstruir en el futuro mediato, por eso, no nos queda otro remedio que calentar la calle.

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