Opinión Nacional

Adiós luz que te apagaste

La gente se escabulle de su cotidianidad interrumpida buscando el resguardo hogareño. Los semáforos mudos de verdes o rojos presencian el caos vehicular que inunda las calles. Las tiendas sólo exhiben penumbras, y el día ya flojo en ventas, se reduce aun más, forzosa e ineluctablemente. El comerciante se asemeja a un simio gigante guindado de la santamaría de su negocio, que parece se niega a bajar. Cualquier sardina enlatada se siente más libre y menos apretada que alguno de los pasajeros del transporte público en tales circunstancias. De repente, descubrimos que odiamos las escaleras, cuya existencia ignoramos ante la deliciosa comodidad del ascensor, y caemos en cuenta que a veces no es tan bueno vivir en el piso 9.

El apagón del martes pasado con más elocuencia que los anteriores, ilumina nuestra precariedad como sociedad, alumbrando nuestras fragilidades ante cualquier evento o contingencia natural que sacuda nuestra imprevisión. Como cualquier lluvia más o menos fuerte y prolongada. Como cualquier sequía encendida y achicharrante.

La falla en el suministro de energía eléctrica, con todas las explicaciones oficiales del caso que persiguen hacerla ver como absolutamente normal, acompaña así a otros “apagones”, como un hipo repentino en la normalidad, reveladores de las penumbras que vuelven cada vez más difusa la imagen de nuestro futuro.

Le llegó la hora de las definiciones al Alcalde Henry Falcón. Su voz emocionada, anunciando su candidatura a la Gobernación del Estado Lara, generó el sobresalto en la nebulosa pero efectiva disciplina del partido que aun no es partido, de la estructura que aun no es estructura, que decidió rápidamente la expulsión de sus filas, junto a otros militantes que han manifestado públicamente sus aspiraciones. El dedo se asoma en la designación de candidatos para las próximas elecciones regionales, y ante las naturales expectativas de democracia real y elección por las bases, todo parece indicar la profundización de la división en las filas del oficialismo, o en todo caso las graves dificultades para acallar las voces que exigen (santo pecado) más democracia.

Los bombillos de la tranquilidad titilan, anunciando más sobresaltos. La fiebre estatizadora continúa haciendo estragos en los restos que van quedando del sector empresarial privado. El verbo más conjugado de estas horas no es estimular, ni alentar, ni promover, menos escuchar, sino expropiar. Sidor es así el más reciente nombre de una lista que se quiere seguir escribiendo, a pesar del saldo negativo que los excesos del Capitalismo de Estado ha arrojado en la pérdida de calidad, eficiencia y viabilidad financiera en la gestión de empresas en manos del Estado.

El divorcio continuado entre la realidad del hecho económico venezolano, y la fabulosa e idílica aspiración socialista del gobierno, lo ha obligado, a empujones y seguramente sin mucho agrado, a tomar medidas largamente aplazadas, y con consecuencias más drásticas y efectividad limitada, como la de todo remedio suministrado a destiempo. Emisión de bonos que decretan, de facto, una devaluación del signo monetario frente al dólar. El aumento en el precio regulado de algunos productos de la llamada cesta básica, escasos y ausentes. Y un chispazo en el tomacorriente de las políticas públicas parece indicar justamente la ausencia de éstas, su errado diseño y ejecución, o la inexistencia evidente de las mismas. Al leer estas líneas, seguramente ya habrá sido anunciado el acostumbrado aumento salarial, a propósito del día del trabajador. Su cuantía o magnitud, en pleno año electoral, choca con un muro de concreto que se erige ante la incapacidad de la gerencia “revolucionaria” para derribarlo, y que es su verdadero enemigo y conspirador principal: la inflación.

Seguirá enfrentando el gobierno, por parte de importantes sectores ciudadanos “malacostumbrados” a la vida en un régimen democrático, de libertades, garantías y tolerancia, la pretensión de imponer a la fuerza las electoralmente derrotadas propuestas de cambios económicos, sociales, institucionales y educativos, empecinado en el espejismo “socialista” en el cual habita.

Al final, la última falla eléctrica pierde importancia. Quizá porque el único apagón que nos agobia desde hace más de nueve años, es el de la razón y la cordura. Adiós luz que te apagaste.

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