Opinión Nacional

Agua de Panela y Trapiche

Resolver en lo práctico los problemas del hambre y la desnutrición se ha convertido en una prioridad inconfundible y bien valorada por nutricionistas, economistas y gobernantes. Porque en nuestro caso resulta un descuido social intolerable que algunas familias en pobreza extrema tengan que seguir masticando el papel periódico con agua de panela. La hipérbole del hambre ilustra una cara del asunto.

El hambre también representa una oportunidad para la filantropía. Y es la otra cara. Con todo (con el hambre y la pobreza) se debería avanzar más allá de propuestas evangelizadoras. Y evitar que una gran cruzada sea solo una excusa para mermar su gravedad. Porque podemos seguir perpetuando la pobreza con himnos de alabanza.

Un precepto calvinista para aprender la filantropía evangélica: “La única forma correcta de resolver el problema de la pobreza es ayudar a la gente para que se ayude a sí misma”. Algo debe apoyar este principio. Y una de las necesidades más visibles de la lucha contra la pobreza es la desnutrición y el hambre. Las campañas emprendidas por la Alcaldía de Bogotá, la Fundación Éxito, así como los Comedores Comunitarios del Instituto de Bienestar Familiar, y otras entidades, merecen un amplio reconocimiento. Pero esto no quiere decir que carezcan de importancia otras medidas.

La inversión en los niños de hogares afligidos por la pobreza en la actualidad se encuentra por debajo de expectativas razonables. Si los hijos de estas familias pueden contar con escuelas de primera calidad y se obliga adecuadamente la asistencia a clase; si mejoran los restaurantes escolares y la cadena de alimentos puede llegar a las instituciones educativas más precarias. Si los niños pueden comer en la escuela, aunque no haya alimento en sus hogares; si estos barrios pueden recibir unos servicios públicos mínimos y los niños reciben atención médica. Veremos cambios más poderosos en el mediano plazo.

Si existen oportunidades para que los bachilleres tengan oportunidad de ingresar a las universidades, independientemente de su procedencia o estrato. O que ingresen a una carrera técnica intermedia. Y si especialmente en el caso de nuestras ciudades se puede fomentar un ambiente social de juego limpio con las reglas de convivencia y ciudadanía. Y si cultivamos un sano y saludable sentido del divertimento, el juego y el ocio. Podríamos reconocer un porvenir distinto.

Una responsabilidad inaplazable con un proyecto sólido de vivienda social que reubique a las familias que conviven en hacinamientos, unidades familiares que puedan adquirir los derechos de propiedad sobre terrenos y casas que durante largos años han ocupado. Ingeniando mecanismos de negociación razonables con sus propietarios originales. Y fortalecer las normas que impidan el acelerado incremento de poblaciones en barrios con condiciones topográficas de alto riesgo. Condicionar un mejor aprovechamiento de sitios de esparcimiento público para las familias.

En este caso existe la posibilidad de que los hijos de las familias que hoy tienen que comer papel periódico y tomar agua de panela puedan alcanzar la madurez sin unas desventajas que los inhiban. Para la pobreza estructural de zonas y barrios enteros este remedio exige que los servicios de la comunidad cuenten con un auxilio exterior a ella. Y los recursos derivados del apoyo de instituciones internacionales a las ONG´s locales, tienen que invertirse en proyectos de mejoramiento de los servicios básicos para la comunidad.

La pobreza se perpetúa a sí misma debido a que las comunidades más pobres son las más pobres en aquellos servicios en los que dejarían de serlo. Y para eliminar la pobreza de una forma eficaz se debería invertir de manera más proporcional en los niños de los barrios pobres. Es allí donde una escuela de alta calidad, unos servicios sanitarios sólidos, unas partidas para nutrición que lleguen a sus destinatarios y el fomento del sano esparcimiento, pueden compensar los reducidos ingresos que tienen las familias.

Y la inversión más bien limitada que pueden hacer ahora estas pobres familias. Es lo que decía J.K.Galbraith: “las deficiencias educativas pueden ser superadas. Las deficiencias emocionales y sicológicas pueden ser tratadas. Las desventajas físicas pueden ser remediadas”. Aquello que limita a familias como la de Myriam, no es la ignorancia de lo que se puede hacer. De una forma abrumadora es la falta de recursos.

Entonces el drama de las familias pobres que tienen que tomar agua de panela y comer papel periódico debe asumirse como un desafío que impone el sacrificio solidario de la sociedad. Pero que exige una ingeniería del mediano y largo plazo por parte del gobierno. El hambre como la pobreza absoluta, son dos limitaciones graves al crecimiento económico.

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