Opinión Nacional

Ahora sí que lo esperan en La Haya

Hasta hace poco, Chávez había dado pruebas de ser un hombre definitivamente sortario. Dio un golpe de estado y fracasó rotundamente, pero el fracaso se le volvió triunfo casi de inmediato. Los partidos dominantes de la democracia venezolana, AD, Copei y el MAS se corrompieron a una velocidad impresionante, y le abrieron paso para que llegara por vía electoral al poder. Y todo lo que hacía parecía salirle bien, en buena parte porque sus rivales no hacían otra cosa que errar, equivocarse flagrantemente y dejarse llevar también por la corrupción. Arruinó al país con su incompetencia y sus equivocaciones, pero no parecía haber nadie que capitalizara sus disparates. Hasta que algo cambió y empezó a decaer. Los escándalos financieros, los alimentos podridos, quizá el cansancio de la gente, empezaron a pesar en su camino. Y, de repente, algo se le reventó. El gobierno colombiano decidió denunciarlo, denunciar que las guerrillas, las narcoguerrillas de las FARC y el ELN, que desde hace mucho tiempo no son otra cosa que pandillas de forajidos que se dedican a la droga y a los delitos comunes, operan libremente en Venezuela y tienen el apoyo efectivo del gobierno venezolano y de Chávez Frías en particular. Si eso fuera falso, el gobierno del teniente coronel resultaría el gran beneficiario de la situación: le bastaría con permitir y hasta apoyar una genuina inspección practicada por todos los gobiernos de nuestra América latina, para que todos vieran que los colombianos calumniaron al gobierno venezolano y actuaron de mala fe. Pero al no solamente negarse a colaborar sino romper relaciones violentamente con Colombia, el mensaje que está dando es de culpa. Es una clara confesión de parte. Si el gobierno del teniente coronel Chávez Frías no tiene culpa alguna, si no tiene nada que ocultar, ¿por qué se niega a que se verifique su inocencia? ¿Por qué reacciona con clarines de guerra y brutales amenazas a las autoridades colombianas? Si es para alentar el nacionalismo ciego y así levantar sus alicaídas huestes para las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre, erró de manera radical. Se le ve demasiado el juego y la gente no es imbécil. Parecería, simplemente, que se le acabaron los trucos de prestidigitador y, por vez primera, va a tener que pagar por sus errores. Y el error de haber apoyado a las guerrillas es demasiado grave como para quedar impune. Ya no está solo Diego Arria en aquello de esperar a Chávez Frías en La Haya. No lo estuvo nunca, pero ahora está acompañado por una gran mayoría de venezolanos, y más aún de extranjeros. Nadie obligó al teniente coronel a cometer un error tan grande. O un conjunto de errores tan brutal. Ahora sí que se ganó aquello de Chacumbele. La justicia y la democracia tardan, pero inevitablemente llegan.
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