Opinión Nacional

Aire limpio

El capitalismo industrial se fundó sobre una contradicción esencial: el estímulo al crecimiento urbano y la formación de una ciudad en muchos senti-dos aborrecible por las precarias condiciones de vida de los trabajadores y el extremo grado de contaminación ambiental, causada en gran parte por el tipo de combustibles utilizados. Algunos autores acuñaron el término “ciudadcar-bón” pera referirse a ella, mientras que el historiador Eric Hobsbawm destacó “el brutal contraste entre los poblados, negros, monótonos, atestados y tortura-dos” y el alegre y colorido paisaje del entorno rural que en muchos casos los rodeaba.

Probablemente hasta la década de 1960 no se tomó conciencia cabal de los conflictos ambientales que estaban generando esos espacios que, entre contrastes y conflictos, habían permitido a la humanidad alcanzar los más altos niveles de civilización. Era difícil entender cómo ciudades que habían aportado tanto al enriquecimiento espiritual de los hombres, en muchos aspectos se vol-vían contra sí mismas y contra el ambiente que posibilitaba su existencia. Se está muy lejos de poder cantar victoria todavía, pero hoy se registran importan-tes avances en los esfuerzos por reducir los impactos urbanos negativos sobre el ambiente sin renunciar al desarrollo económico; entre ellos podría citarse el de San Francisco, una de las mayores metrópolis norteamericanas, que desde 1999 ha alcanzado logros notables en la reconversión de la flota municipal de transporte incluido el transporte público- a vehículos de baja o nula emisión de gases contaminantes. En América Latina destacan los casos de Curitiba y Bo-gotá, ciudades que registran un incremento extraordinario del verde público equipado y han desarrollado sistemas de transporte colectivo muy eficientes y de impacto contaminante cada vez menor. En la última resalta el notable es-fuerzo por impulsar la bicicleta como medio de transporte alternativo: en pocos años se han construido 340 kms. de ciclorrutas que acogen el 4% del total de viajes diarios que se hacen en la capital colombiana.

Esos resultados, por supuesto, no son la consecuencia de una maquina-ria económica virtuosa, capaz de corregir espontáneamente sus propios erro-res, sino sobre todo de la existencia de una sociedad civil vigorosa y atenta, capaz de elegir autoridades competentes y comprometidas con su comunidad y presionarlas para enfrentar de manera efectiva las distorsiones introducidas por la pura racionalidad económica. Un tipo de organización que sólo puede existir en sociedades libres, donde las ciudades gocen de verdadera autonomía y no estén sometidas a la lógica perversa, aún peor que la económica, del centra-lismo y el autoritarismo.

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