Ajishama
Hace pocos días una amiga me contó que había un cura jesuita que se había puesto en huelga de hambre en la Asamblea Nacional, para que soltaran “unos indios que tenían presos”.
A la tarde, vi en la web la nota y resultó que era el padre José María Korta. Un venezolano que tiene cuarenta años, no defendiendo a los indígenas, sino siendo indígena. Yo sabía que existía, a lo mejor solamente porque soy de Catia, una zona de Caracas, donde hay un liceo ejemplar llamado Jesús Obrero, donde enseñó y no pasó precisamente inadvertido.
La causa a la que dedicó le ha causado incomprensiones, persecuciones, exilios dentro de nuestro mismo país. Hoy, que tiene 84 años, es un hombre conocido, como quién dice, dentro de ciertos círculos: las tribus a las que pertenece, sus compañeros jesuitas y sus enemigos.
La historia de Korta comenzó , en el País Vasco, donde nació, en Donosti. Cuando llega a Venezuela, adopta una tradición de las mas importantes de la Compañía de Jesús en Latinoamérica, la del trabajo con indígenas. Se va al Alto Ventuari en 1970, donde vive con los ye’kuana y con otros sacerdotes y voluntarios. A los dos años crean la Unión Makiritare del Alto Ventuari. Era un grupo que trabajaba creando empresas para producir cacao, artesanía, aceite de seje, harina de plátano para criar búfalos y patos del orinoco. No se quedaron con los ye’kuana. Agruparon también a yanomamis, aruakas, sanemas, que producían miel en el Alto Parú, guahibos, piaroas. Fundaron también un centro de educación y promoción para que hubiera producción, con lo que llamamos en este lado del universo mental, know how.
Era la época en que las críticas hacia Korta, que era líder de este asunto, iban desde que se vestía a la manera indígena, es decir, iba con taparrabos, hasta que estaba saboteando a los hacendados. Las quejas fueron a la iglesia por parte de los dueños de las tierras, las autoridades civiles y los militares. Tuvo que irse.
Cuando regresó, por petición de los indígenas, se suponía que iba a hacer una labor inofensiva, la creación de materiales en el idioma materno de cada grupo. Pero esos espacios que aparentemente estaban dedicados a una labor que no iba a competir económicamente con los hacendados, que sería puramente académica, si se quiere, como todas las cosas que se hacen con el corazón y la pasión, fue aún más subversiva. Sentó las bases para un movimiento que poco conocemos en las grandes ciudades de Venezuela y que no se funda en la lástima ni en la condescendencia. Se trata de una lucha indígena por el reconocimiento de la idiosincrasia , de esa igualdad inaplastable por gobiernos, misioneros o generales.
El padre Korta se vuelve entonces una pieza fundamental en la fundación del Centro de Educación y Promoción de la Autogestión Indígena y el secretariado de Causa Amerindia Kiwxi en 1992 ( Kiwxi es el nombre indigena del padre Vicente Cañas, asesinado en Brasil por defender territorios tribales), de la Escuela de Voluntarios de Yarikajé, el Ateneo Indígena de las Lenguas y la Universidad Indígena del Tauca, hasta llegar en 2004 a la creación de la Universidad Indígena de Venezuela, que queda en el Caño Tauca, km 799 de la carretera Ciudad Bolívar, -Caicara del Orinoco, en Bolívar.
Yo, por supuesto, hablo de esto como si supiera, pero no sé. Me he enterado de las tres cuartas partes de este cuento ahora, porque mi visión del asunto indígena se había enfocado hasta ahora fundamentalmente en dos imágenes: la de los indígenas indigentes que en cierta época del año llegan a Caracas y a otras grandes ciudades de Venezuela y la de los políticos, plegados al poder, luchando por puestos de diputados, pero en realidad haciendo poco, porque lo que se ha logrado en la Constitución, no tiene correspondencia con la realidad. Como dice el padre, “ hay que diferenciar un apoyo económico de una claudicación al gobierno, que es lo que está pasando a los pueblos indígenas. Les dan grandes cargos políticos y se ponen desde el partido a liderizar políticas del Estado para lograr la integración de los pueblos indígenas en el modelo occidental”.
Yo culturalmente soy de occidente. Venezolana, occidental. Y desde la acera de enfrente, respeto mas a conciudadanos que proclamen su lucha por un diálogo de iguales, que a otros que exijan derechos solamente por ser minoritarios y relegados, en base a cuotas o dádivas. Y eso va con las mujeres, con los negros y por supuesto con los indígenas. En el caso de Korta su punto de vista es que la prisión como preso común del cacique yukpa Sabino Romero Izarra, que es el caso por el cual se pone en huelga de hambre, se debe en el fondo a la confrontación entre dos modos de entender el mundo: el de las empresas extractoras y explotadoras y el de los indios que defienden su territorio ancestral. Se han reconocido en la Constitución derechos que no se están implementando, por lo cual “ las autoridades están incumpliendo el mandato constitucional y popular de crear un estado de derecho y de justicia”. No se trata pues, solamente de soltar a Sabino Romero y los demás presos yukpas, porque “quieren ser juzgados de acuerdo a leyes yukpas,¿ quién ha visto?” . Ajishama solicita la admisión de la propuesta de autodemarcación del habitat y tierra yukpa y de todos los pueblos y comunidades amerindias, que hayan presentado una propuesta a las comisiones de demarcación sin que hasta ahora les hayan hecho caso y determinar además “claramente los alcances de la materialización de los derechos colectivos reconocidos a los pueblos indígenas” en la Constitución actual.
Uno puede estar o no de acuerdo con que haya pueblos tan distintos , que siendo venezolanos luchen por derechos distintos al resto de la población, pero no se puede negar que el sentimiento que produce su lucha , no es lástima, sino orgullo y respeto. Y en esa visión, es cuando el nombre de Ajishama con el que fue bautizado el padre Korta, tiene sentido. Ajishama es una palabra makiritare para la garza blanca que muestra el camino hacia la salvación.