Opinión Nacional

Algunas imposturas sobre la condición postmoderna: De cómo no leer a un Habermas desactualizado

Más allá del debate sobre la Misión Ciencia, y sobre su papel en la transformación del aparato de estado capitalista venezolano, configurado desde 1958 a partir de las políticas de conciliación entre elites del poder, con su fachada populista, me centraré en las inconsistencias y deficiencias en el manejo del debate teórico-conceptual sobre la condición posmoderna de mi apreciado amigo el Dr. Heinz Sonntag.

Heinz nos relata que su primer encuentro “serio” con la postmodernidad lo hizo a través de una reseña de Jürgen Habermas comenzando los años 80. Es decir, se refiere a las opiniones de Habermas de hace 27 años. Lo que no nos dice Heinz, es porque no siguió el debate cada vez más matizado de Habermas con los que calificó inicialmente como “jóvenes neoconservadores”, hasta llegar a las páginas de su obra “pensamiento post-metafísico”, donde el mismo Habermas ha reconocido la deuda del “giro lingüístico-comunicativo” de su obra, con aquellos que descalificó inicialmente como “jóvenes neoconservadores”. Aquí hay un primer error imperdonable para alguien ya acreditado simbólicamente en la comunidad académica: entrar a un debate sin actualizarse.

No voy a citar los diferentes encuentros de Habermas con Foucault donde se disiparon en gran medida los mutuos malentendidos y descalificaciones (¿quién podría decir que Foucault era posmoderno? ¡Solo alguien que no ha comprendido el pensamiento crítico de Foucault!), ni los encuentros entre Habermas y Derrida (tampoco la de-construcción es exactamente posmoderna ni antidemocrática, como nos lo advierte otro teórico ingles mucho mas consistente que Eagleton frente al postmodernismo, como Cristopher Norris).

En fin, Heinz ha caído en la tentación de crear esquemas simplificados de un debate complejo y matizado, por razones y pasiones que giran alrededor de su oposición al gobierno de Chávez, sobre la cual ejerce sus derechos políticos fundamentales, y para mí son obviamente legítimos y respetables. Pero esto no lo excusa de sus desaciertos y vacíos teóricos, y por tanto de haber pretendido fundamentar una crítica desde lugares que no soportan ya un ejercicio de justificación.

Es muy paradójico que Heinz ignore la importancia que ha tenido Lyotard y la tónica intelectual posmoderna en la crítica de la razón totalitaria (Wellmer, Vattimo, Welsch entre otros), cuando Heinz es impulsor de un organismo bajo el nombre de Hanna Arendt, que cuestiona abiertamente el Totalitarismo y lo asimila a la experiencia de la revolución bolivariana venezolana. Si hay un concepto que resuena en la textualidad posmoderna es la pluralidad radical, la diversidad, la multiplicidad y muchas veces, una apología de las heterologías y los fragmentos. Colocar a la posmodernidad junto al totalitarismo es uno de los más peligrosos contrasentidos, por su inmensa capacidad de generar desinformación.

Wellmer ha dicho, creo con acierto, que el posmodernismo continúa la radicalización de la crítica a una Ilustración, que ha clausurado sus capacidades de auto-reflexión crítica, una Modernidad que sencillamente se ha institucionalizado de manera burocrático-instrumental. Asimismo, una multiplicidad de autores han planteado que la defensa inicial de Habermas de la Modernidad como proyecto inconcluso, sólo es comprensible desde su defensa a los esquemas unilineales y neo-evolutivos (por cierto bastante eurocéntricos como era de esperarse) del aprendizaje socio-cultural y su adscripción al revisionismo de izquierda de marcado acento socialdemócrata, de cuño alemán.

No ha sido Foucault el único pensador que ha encontrados afinidades entre el panoptismo, el saber/verdad modernos y el universo concentratorio del GULAG-AUSCHWITTZ. Solo con leer detenidamente las páginas del sociólogo posmoderno polaco “Zigmunt Bauman: Modernidad y Holocausto”, el Dr. Heinz hubiese entendido mucho mejor la posición de las corrientes posmodernas sobre el totalitarismo. Aquí, la ignorancia puede provocar los peores desaciertos. Si Heinz hubiese revisado el aporte de Claude Lefort a la relación entre totalitarismo y democracia, no afirmaría que es una equivocación que Iluminismo tiene algo que ver con los inherentes horrores de la Modernidad. En este orden de ideas, ni Habermas (sobre todo el de hace 27 años) ni Wolin han acertado con relación al posmodernismo. No hay ni afinidades electivas entre discurso posmoderno y totalitarismo. Todo lo contrario. Te equivocas Heinz.

Ciertamente, la postmodernidad “sospecha de las nociones clásicas de verdad, razón, identidad y objetividad, de la idea de progreso universal o emancipación, de las grandes narrativas o ultimas bases de explicación.”. Pero esto no significa inmediata y mecánicamente anti-racionalismo ni una presunta aversión del post-estructuralismo contra la democracia (Heinz, te faltó decir, democracia liberal). Más que antirracionalismo, se trata de posracionalismo, más que antidemocracia liberal, posdemocracia liberal. El que confunde posmodernidad con antimodernidad no ha comprendido nada.

Lamentablemente, Heinz se ha dejado seducir por los juicios de Wolin para sus propósitos polémicos: “En las palabras de Wolin: “Tanto los contrarrevolucionarios como los postmodernistas no están interesados en un mero criticismo de la razón. Ambas corrientes tienen objetivos más elevados. Buscan destruir y desmontar el edificio de la razón en su totalidad. Cuando filósofos como Kant asociaban la razón con atributos como madurez y autonomía, sus antagonistas la consideran responsable para todo tipo de injusticia social y catástrofe”. Una defensa de la razón mono-lógica y mono-cultural de Kant a estas alturas nos mete en una encrucijada pantanosa, como lo reconoce el propio Habermas en su último capítulo del “pensamiento post-metafísico”. Así que, estimado Heinz, en esta dimensión de la condición posmoderna no has mostrado un manejo competente, sino aparentemente informado. No has logrado ser fielmente Kantiano, has dejado que Wolin piense por ti. Cualquier ejercicio de semiología puede detectar esta operación de manipulación de colocar conjuntamente la palabra destruir con la palabra desmontar. Ya Derrida aclaró suficientemente su distancia con el término “destrucción” en la obra de Heiddeger. Parece que Heinz desconoce estas líneas de la obra de Derrida.

Finalmente, la descalificación intelectual hacia Rigoberto Lanz la aprecio como un gesto movilizado por pasiones infrateóricas, planteándola desde las metáforas militares y conspirativas que Lakoff ha analizado en el lenguaje cotidiano. Estas dicen mucho de la intencionalidad política de la intervención política de Sonntag: “verdadera ofensiva intelectual-académica”, “ofensiva tuvo repercusiones en todo el paisaje de las instituciones de educación superior en el país y también en la región”, “capacidad de marketing de Lanz en “vender” un conjunto de planteamientos aparentemente novedosos”. Al parecer, se está siguiendo la pauta de la guerra fría cultural en el campo académico, promovida tal vez por el espíritu delirante-paranoico que ha instalado la polarización política en el país.

Curiosamente, mientras de acuerdo a la versión de Sonntag, el grupo de CIPOST (con algunas excepciones) apoyó los dos intentos de golpe de Estado del 4-F y 27-N de 1992, quién escribe era asistente de investigación del área sociopolítica del CENDES compartiendo mi trabajo bajo la dirección del mismo Heinz Sonntag, Margarita Lopez Maya, Luis Gómez Calcaño, Thais Maingon, Consuelo Iranzo y Nelly Arenas entre otros. Si Heinz y Margarita lo recuerdan, la primera reunión del área, luego de la rebelión militar del 4-F comenzó con una caracterización y una lluvia de ideas sobre lo sucedido. Para mí han sido imborrable dos actitudes, la de Heinz que calificó el hecho como una “acción fascista” y la de Margarita, que trataba de rastrear sus afinidades con las intentonas militares hechas por grupos como la Unidad Patriótica Militar en la historia venezolana.

Como asistente de investigación en ese momento, y posterior colaborador en un texto escrito a tres manos, en algunos de sus capítulos por Thais Maingon, Heinz Sonntag y Javier Biardeau, me han parecido correctas las tesis del post-positivismo con relación a las descripciones históricas: “no hay descripciones inocentes, todas están cargadas de prejuicios, lenguajes, ideologías y subjetividades”. Incluida, por supuesto, mi perspectiva.

Particularmente, no me consta si el CIPOST o Lanz se adhirieron a la campaña del Teniente Coronel (Ej. ret.) Hugo Chávez Frías cuando este decidió, alrededor de 1996, entrar en la carrera por la Presidencia de la Republica en las elecciones de 1998. Si Lanz lo hizo, no veo ningún problema, son sus derechos políticos fundamentales. Si Heinz lo critica, es su problema. Pero vincular todo esto al posmodernismo me parece un ejercicio inútil, y una operación que siembra más espinas y resquemores en el ya deteriorado ambiente académico venezolano. El posmodernismo no es el mal absoluto del que habla Arendt.

Cuando leo que Heinz escribe cosas como éstas no reconozco lo que aprendí de él (ética y responsabilidad, rigor intelectual, autocrítica):
“Al ganar Chávez, se convirtieron en militantes de la “Revolución Bolivariana” (luego rebautizada “Socialismo del siglo XXI”). Algunos de ellos lograron ubicarse en posiciones cercanas al poder presidencial, otros apoyaron el proceso mediante escritos, consultorios y otros trabajos, así como en su docencia e investigación universitarias. Dado el hecho de que Chávez no sólo transformó el paisaje político del país a través de la Constitución de 1999, sino que además acumuló creciente poder en sus manos y las de sus más estrechos colaboradores, el debilitamiento de la democracia resultó cada vez más claro. Ello no pareció molestar mayormente a los postmodernos colegas del CIPOST, lo cual no es sorprendente dada la ya mencionada virtual hostil actitud del postmodernismo hacia la democracia.”
Sería lamentable que la gente se pusiera a descalificar el trabajo intelectual o las ideas de los pensadores a partir del criterio que permite identificar detrás de cual político o política se cobijan los intelectuales en cada momento de la historia. Los círculos sociales y políticos donde se mueven los intelectuales no determinan automáticamente la validez ni el rigor ni la fecundidad de las ideas. Que alguien sea de la CIA, del MOSSAD, de la OLP o de la KGB no significa que no propone ideas interesantes o conocimientos validos. Esto creo que lo saben tanto Heinz como Rigoberto.

La única palabra que encuentro en mi humilde enciclopedia ante esta situación es lamentable, lamentable. El resto del artículo, Heinz lo destinó a denunciar el compromiso orgánico entre la Misión Ciencia, Rigoberto y la hipótesis-Sonntag del totalitarismo a la venezolana.

Cuando “El régimen de Chávez Frías estableció las misiones a partir de 2003 con miras a elevar otra vez su imagen pública, algo decaída, con miras al Referéndum Revocatorio Presidencial en agosto de 2004”, todavía Heinz estaba en los EEUU, informándose con fuentes secundarias de la dinámica sociopolítica venezolana. Cuando regresó, Heinz seguía manteniendo la tesis del autogolpe planificado para los sucesos del 11 de abril. Sus opiniones tienen pretensiones de validez para la comunidad intelectual que justifica la crítica social y política, pero deben soportarse con evidencias, pruebas e informaciones que resistan a la refutación. Mientras no sea así, lo que sencillamente hace es justificar prejuicios.

Todo este asunto, muestra los inconvenientes efectos de la polarización social y política en las comunidades académicas, quienes al parecer están presas de las antinomias y estereotipaciones derivadas de estos procesos. Uno podrá preguntarse con el amigo Immanuel Wallerstein: ¿puede existir una verdad que sea colectivamente validada y controlada pero no al alcance de las demandas imperativas de los participantes en las batallas políticas inmediatas? Y si es así, ¿cómo podemos llegar a ella?; pero, si se trata de una verdad trascendental a las condiciones históricos-políticas de su producción para el campo de las ciencias sociales históricas contra-hegemónicas tendrá que responderse NO.

Estamos condicionados, nuestras premisas contaminadas, escapar al trasfondo de prejuicios de nuestras inserciones sociales y políticas es una tarea extremadamente compleja que no se resuelve con buenas intenciones y menos con críticas sin fundamento. Sólo otros podrán evaluar si logramos o no escapar a los espíritus ideológicos que habitaban nuestros tiempos. Estoy totalmente de acuerdo: “La ciencia social debe recrearse. Debe reconocer que ciencia no es y no puede ser desinteresada, puesto que científicos son socialmente enraizados y no pueden huir más de sus mentes que de sus cuerpos. Debe reconocer que el empiricismo no es inocente, sino que siempre presume algunos compromisos a-priori. Debe reconocer que nuestras verdades no son verdades universales y, si existen verdades universales, son complejas, contradictorias y plurales. Debe reconocer que la ciencia no es la búsqueda de lo simple, sino la búsqueda de la interpretación más plausible de lo complejo. Debe finalmente aceptar que la razón (o racionalidad – HRS) envuelve la elección de una política moral y que el papel de la clase intelectual es iluminar las elecciones que tenemos colectivamente.

Sin embargo, este desafío va más allá de la razón moderna y posmoderna, implica lo que Welsch ha denominado las razones transversales y un des-dibujamiento de una “política moral” de una “clase intelectual” que se cree autorizada de cuestionar el poder del Estado sin cuestionar su propio poder para acreditar interpretaciones válidas. En el marco de una democracia radical cada quien optará por su ubicación ideológica, política y teórico-crítica. Trasladar el concepto de neo-totalitarismo a Venezuela es más una operación típica de la academia norteamericana y de todos los “tanques de pensamiento” alineados a la tesis de la “democracia totalitaria”. Más que de Hannah Aredt, se trata de las tesis de Jacob Talmon y sus alumnos, antiguo profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, quien se dedicó a demarcar los orígenes ideológicos de los “excesos democráticos” en su obra “La democracia totalitaria”, de amplia recepción en las elites políticas norteamericanas. En ella culpó al espíritu mesiánico, que encarna, por ejemplo, en la obra de Rousseau. Para Talmon (1952), los totalitarismos del siglo XX -los regímenes comunistas y fascistas- han sido degeneraciones de los propios principios democráticos. Éstos, cuando no están adecuadamente contrapesados, pueden desembocar en regímenes que los pervierten y corrompen, alumbrando regímenes totalitarios. Como ha quedado establecido:
“His main works are The Origins of Totalitarian Democracy and Political Messianism: The Romantic Phase. Talmon argued that Rousseau’s position may best be understood as «totalitarian democracy»; that is, as a philosophy in which liberty is realized «only in the pursuit and attainment of an absolute collective purpose.»Talmon’s anti-utopian liberalism shares affinities with the political thought of Isaiah Berlin, Friedrich August von Hayek and Karl Popper.”
Nada novedoso, pues Heinz, estás diciendo.

Estamos imbuidos del espíritu de las luchas ideológicas, y los intelectuales, como ha dicho Gouldner, no escapan a ellas. La macropolítica no escapa a la micropolítica de las comunidades intelectuales. El poder simbólico (Bourdieu) también esta sometido a rapiñas…algunas son lamentables.

Postmodernismo y la Misión Ciencia.

http://analitica.com/premium/ediciones2007/1802479.asp

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba