Opinión Nacional

Amargo día de un tuerto

Ante la absurda conducta de su hijo amado, Juana Casterola y su esposo Capucha se levantaban todos los días con las penas colgando sobre los parpados de sus ojos. Era como una maldición gitana, todas las mañanas y antes del primer sorbo de café, Lavo Zocar iniciaba su discurso sin sentido y cargado de veneno. Con lágrimas en los ojos y con ese profundo amor de madre, Juana le preguntaba: ¿Por qué hablas tantas pistoladas, hijo mío? Sin despegar los ojos de la pantalla de cartón, Lavo respondía: madre, perdóname nuevamente, pero otra vez volví a amanecer tuerto.

Y de verdad, la vida de Lavo estaba marcada por la tragedia. Su padre no tenía nombre, sólo se llamaba Capucha, y su madre siempre soñó tener hijos blancos de ojos verdes. En venganza, él se hacía llamar Lavo Zocar, negando así su verdadera familia. La naturaleza le hizo una mala jugada a Juana, pero ella a pesar de eso lo crío para que fuera una persona equilibrada, de nobles sentimientos, con los valores del cristianismo firmes y sembrados en su conciencia para no vacilar a la hora de defender los derechos fundamentales de la sociedad. Inclusive, lo envió a la universidad de la vida para que obtuviera los conocimientos necesarios y ayudara a construir la patria grande, libre y soberana. Pero no fue así, Lavo se juntó con los bárbaros y poco a poco se fue perdiendo y oscureciendo, se volvió mercader de la verdad y acumuló grandes riquezas de odio.

No conforme con ese triste historial, soñó con un curul en los salones del Olimpo, pero los dioses le dieron la espalda y el pueblo le negó los votos. Desde entonces no cesa en sus polémicas solitarias y deleitándose con lo mórbido de la noticia, reniega hasta de su sombra. No obstante, en medio de esas frustraciones ha desarrollado ciertas habilidades, dañinas por lo demás, que lo convierten en un verdadero peligro para la sociedad. Por ejemplo, cuando los bárbaros quisieron adueñarse del poder, Lavo firmó el Acta que decapitaba la democracia revolucionaria, pero una vez derrotada esa aventura, se declaró inocente, preso político y defensor de la democracia. Igualmente, ante la imposibilidad de ganarse el premio mayor de la lotería, entre sombras y media noche estafó unos millones de churupos. Cuentan que parecía un ciclón al momento de llevarse el dinero.

Ahora, para nada valen los ruegos de su madre Juana Casterola, quien en voz baja le pide que salga de esa oscuridad, que vea la verdad, que siga los pasos de su padre, quien se inscribió en las misiones de la vida, el amor y la paz.

Todo no sería más que un cuento imaginario y una broma transitoria de no ser por una cosa: los odios viscerales tienen voz y a través de la pantalla de televisión saborean cada mañana sus pócimas de tragedia.

*Politólogo

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