Opinión Nacional

América Latina, epidemia delictiva

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Chicago (AIPE)- Chicago, la ciudad donde he vivido por los últimos 35 años, no es una ciudad muy segura, pero parece el paraíso comparado con Ciudad de México, donde recientemente estuve varios días. Apenas llegué, me dijeron que no era recomendable caminar por esta ciudad tan atractiva e interesante, ni siquiera por las mejores zonas. Lo mismo sucede en muchos otros sitios del mundo en desarrollo, pero aquí me concentraré en América Latina.

Para desarrollar soluciones a este creciente problema, la universidad argentina que cuenta con los mejores programas de economía, la Universidad Torcuato di Tella, está creando el Laboratorio de Investigaciones sobre Crímenes, Instituciones y Políticas para resolver el problema de la delincuencia.

Cuando hay altas tasas de delincuencia, las víctimas no son solamente la gente rica y de medianos ingresos. Muchos pobres son asaltados y heridos para robarles unos pocos pesos o un reloj barato, mientras que a pequeños comerciantes a menudo les roban el producto de sus ventas del día. Los más pobres suelen sufrir más porque aunque tienen menos dinero y posesiones, la gente con mayores ingresos puede tomar costosas precauciones que no están a su alcance. Aquellos manejan su propio automóvil, en lugar de utilizar el transporte público, instalan alarmas en sus hogares y viven en comunidades con vigilancia privada.

El crimen hace explosión en países con alto desempleo y bajas oportunidades de trabajo, además de que en esas naciones hay pocas probabilidades de que los delincuentes sean detenidos y castigados. En México y muchos otros países, las tasas de condenas son bajas en parte porque la policía es corrupta, frecuentemente participa en delitos y no tiene mayor incentivo en perseguir a otros delincuentes.

Las estadísticas muestran que hay mayor delincuencia en Estados Unidos que en México, pero cualquier persona que conoce a ambos países sabe que tales estadísticas no reflejan la realidad. La explicación no se encuentra en los informes policiales, sino en las encuestas que recopilan datos sobre las víctimas. Estas indican que en base a la población, muchos más son robados en México que en Estados Unidos y es que muchos mexicanos no se molestan en denunciar los robos y demás delitos porque no creen que la policía hará algo. La excepción son los robos de autos para poder obtener el pago del seguro.

Las consecuencias de altos índices de criminalidad son graves. Cuando hay impunidad cunde el irrespeto por las leyes. En México, entre 2 y 3 por ciento de la población empleada está en servicios privados de seguridad, en lugar de en trabajos más productivos si no hubiera tasas tan altas de delincuencia. Y quizás aún más costoso resulta el miedo por inseguridad personal de los niños yendo o regresando de sus escuelas. Con el paso del tiempo, estoy más consciente de la importancia del miedo y la alarma creada por el crimen al bienestar personal.

Los problemas que surgen de las altas tasas criminales latinoamericanas son evidentes, como también son las soluciones. Lamentablemente, las soluciones no son fáciles de instrumentar en el actual ambiente político y económico. De hecho, muchos en el hemisferio están resignados a vivir con tales tasas de delincuencia como si se tratara de algo inevitable en las sociedades y economías modernas. Pero Estados Unidos demuestra lo contrario. Las tasas delictivas aumentaron considerablemente en este país desde 1960 hasta comienzos de los años 80. Muchos analistas lo atribuyeron a una mayor alienación de los pobres. Sin embargo, tales tasas han bajado considerablemente en los últimos 25 años, a pesar del crecimiento de las desigualdades en los ingresos.

La explicación es que muchos más delincuentes han sido apresados en los últimos 20 años. Otra causa fue la legalización del aborto en los años 70, como lo demostró mi colega Steve Levitt, y también que políticos como el anterior alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, se dieron cuenta que combatir el crimen no es sólo conveniente socialmente sino también en la política.

Yo le recomendaría al próximo presidente de México, Felipe Calderón, y a los demás líderes latinoamericanos utilizar tanto el “garrote” como la “zanahoria”: penas severas en casos de delitos graves y penas ligeras para los pequeños delitos. Es necesario reformar las fuerzas policiales, incluyendo la creación de consejos policiales dedicados a combatir la corrupción, de manera de actuar contra los policías que en lugar de apresar delincuentes los protegen.

Parte de la “zanahoria” debe ser aumentar el sueldo a los policías. En México y otros países sus salarios son bajísimos, por lo cual buscan suplementar sus ingresos. Mejores sueldos atraerían gente honesta y haría mucho más costoso perder el empleo.

Siguiendo el ejemplo argentino, otras universidades y “think tanks” debieran crear centros dedicados a analizar las causas de las altas tasas delictivas y encontrar las soluciones más apropiadas para su país. Es fundamental mejorar la remuneración de empleos formales, especialmente para los más pobres. El crimen se dispara cuando el desempleo es alto y escasean los puestos de trabajo.

___* Profesor de economía de la Universidad de Chicago y Premio Nobel. ©

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