Opinión Nacional

Ante el dolor de Susan Sontag

“Creo que el escritor es alguien que presta atención al mundo, lo que significa tratar de entender, observar y conectar con los diferentes actos de maldad que los humanos son capaces de realizar, y a la vez no corromperse —volverse cínico, superficial— al lograr esta comprensión de la naturaleza humana”. Así escribió la autora estadounidense Susan Sontag, quien falleció el 28 de diciembre de 2004 debido a un cáncer que la aquejaba desde la década de los años 70. Una de las favoritas para ganar el Premio Nobel de Literatura, la polémica intelectual nunca manifestó interés por el galardón y de hecho no aceptó la postulación al de la Paz. Lo que sí aceptó en 2003, con cierta renuencia, viajar a España, pese a la fragilidad de su cuerpo, para recibir junto a la escritora marroquí Fátima Memissi el Premio Príncipe de Asturias, por considerarlo una de las pocas honras no politizadas que genuinamente recompensan la trayectoria. artística.

Como en el caso de Jorge Luis Borges, el Nobel se quedó sin Sontag.

Intelectual prolífica, comenzó su carrera literaria con la publicación en 1963 de su primera novela, El Benefactor, pero sus ensayos Contra la interpretación (1966), Sobre la fotografía (1977), La enfermedad y sus metáforas (1977), El sida y sus metáforas (1988) y Ante el dolor de los demás (2003), entre otros, la convirtieron en una de las más lúcidas pensadoras y sobre todo, una traductora de cuestionamientos emocionales del mundo contemporáneo al lenguaje de la escritura.

Comprometida y sin compromisos
A diferencia de otros intelectuales que dividen al mundo entre buenos y malos, en una selectiva lista de países y dirigentes a quienes repudiar y otra a quienes adorar, incapaces de condenar una ligereza de sus déspotas de preferencia, a Sontag, siempre lúcida, no le tembló la mano ni tartamudeó para exigir una ética sin distinciones. Exigió un gesto público contra el fanatismo cuando Salman Rushdie fue sentenciado a muerte por el ayatolá Khomeini de Irán luego de publicar Los versos satánicos ; criticó numerosas veces la actuación internacional de Estados Unidos, en especial de su actual administración, y también, en varias ocasiones, como judía preocupada, la política de Israel en los territorios palestinos; no la amilanó su admiración por García Márquez como escritor, para repudiar el silencio del escritor respecto a la violación de derechos humanos en Cuba debido a su amistad con el dictador de ese país; condenó a los extremistas del País Vasco por su violencia y denunció a quienes callan ante los crímenes de regímenes autoritarios con los que simpatizan ideológicamente.

Se hizo famosa su polémica con el escritor alemán Martin Walser (quien en 1998 dijo que Auschwitz se utiliza con fines políticos), al replicarle que el holocausto debe ser constantemente estudiado, recordado y, sobretodo, afrontado con coraje, tal como los dirigentes alemanes lo han hecho desde el fin de la II Guerra Mundial. Un año después, Sontag también protagonizó un agrio enfrentamiento con el escritor austríaco Peter Handke por sus posiciones en favor de Serbia en la guerra de los Balcanes.

La voz de esta humanista comprometida, aunque sin compromisos, entre tantos intelectuales ocupados en disputas ideológicas y en sus propios rencores, se extraña en tiempos cuando el presidente iraní niega el holocausto e incita al genocidio contra Israel; cuando Saramago se vuelve a abrazar con Castro tras haber declarado que “rompió con Cuba” ; cuando pocos intelectuales estadounidenses que denuncian y cuestionan con severidad a Bush tienen credenciales de ser igual de críticos con otros mandatarios del mundo; y sobre todo, cuando impera un estridente silencio en la denuncia y acción para detener las atrocidades contra millones de personas en lugares como Sudán y tantos otros, donde gobiernos, opinión pública y humanistas pecan de indiferencia en sus agendas ideológicas; o por considerar que hay tragedias muy lejanas a sus geografías espaciales y emocionales.

El ser humano ante todo
La voz de Susan Sontag se alzó contra las injusticias sin importar dónde ocurrían y quiénes las perpetraban.

Nunca descuidó el sufrimiento de millones de personas anónimas en todo el planeta que, sin saberlo, tenían una representante de sus ignoradas aflicciones. Una gran obra, Ante el dolor de los demás, critica a quienes proponen una “sociedad del espectáculo” como resignación ante el ritual diario de noticias de crímenes y calamidades. El libro cuestiona hasta qué punto las imágenes conmueven, indignan o vuelven insensibles. Una cita:
“Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan. Aunque sólo se trate de muestras y no consigan apenas abarcar la mayor parte de la realidad a la que se refieren, cumplen, no obstante, una función esencial. Las imágenes dicen:
‘Esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer, y quizá se ofrezcan a hacer, con entusiasmo, convencidos de que están en lo justo. No lo olvides”. También, en el mismo libro, Sontag alerta que la compasión es un sentimiento que si no se traduce rápidamente en acciones “se marchita”.

Recordar a Susan rescata algo de humanidad que tanta falta hace en estos tiempos, y cuestiona sobre qué se hace o se deja de hacer ante el dolor de los demás.

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