Opinión Nacional

Asumo mi responsabilidad ante la historia

No soy golpista, no he conspirado, no conspiraré, ni he traicionado mis profundas convicciones democráticas.

Fui llamado a ocupar la Presidencia para el Período Transitorio después de que se había anunciado en forma pública y notoria la renuncia del Presidente de la República por parte del más alto vocero de la Fuerza Armada y la de numerosos oficiales de alta jerarquía de dicha institución y del gobierno, que ahora han quedado en un terreno confuso. No participé en ningún proceso previo a los eventos, como no haya sido seguir de cerca, como toda Venezuela, el curso preocupante de los acontecimientos y el deterioro que se percibía en la situación nacional.

Los hechos ocurrieron con tal celeridad, que se cometieron errores que asumo plenamente, pero también demostré capacidad de rectificación, al pedir la reinstalación de la Asamblea Nacional para formalizar la transitoriedad y que fuese dicho órgano el encargado de designar a los nuevos representantes del Poder Público. Finalmente, en el momento en que la Asamblea sesionó y decidió designar al Vicepresidente para cubrir la falta del Presidente, acaté públicamente dicha decisión y renuncié ante el país a dirigir la provisionalidad.

El tiempo será, como en todo proceso histórico, el encargado de develar muchas incógnitas sobre el por qué no se consolidó el gobierno provisional, cuyo objetivo era conducir a rápidas elecciones, dentro de plazo máximos de ocho meses para la Asamblea Nacional y de doce meses para la Presidencia, pero con la intención de acelerarlas a plazos de tres y seis meses respectivamente, para poder reorganizar el Poder Electoral y celebrar comicios pulcros y transparentes, como se lo expresé a los líderes políticos. Explícitamente se señaló que el Presidente Transitorio no podía aspirar a presentarse como candidato en los comicios a realizar. De mi boca no salió ni una instrucción que condujera a cualquier tipo de retaliación o de exceso y más bien en forma pública llamé a la paz y a la normalidad y rechacé categóricamente cualquier tipo de desbordamiento de pasiones.

Era asimismo un propósito firme formar un equipo plural y representativo de gobierno, pero el país sólo conoció anuncios parciales, sin ver el cuadro completo que debía apreciarse con la juramentación de un Gabinete en pleno, del cual iban a hacer parte figuras calificadas de los más variados sectores, pensando más en la competencia, calificación y ética que en cuotas de poder y asegurando un enfoque progresista y sensibilidad social indispensables. No es cierto que se pretendía construir un esquema plutocrático, pues habría estado fuera de mis convicciones y de la visión pluralista que he demostrado con hechos y no palabras a lo largo de mi vida, además de la amplia concertación que siempre he promovido con las fuerzas sociales y del trabajo. El tiempo que tardó la conformación de algunos equipos fundamentales, incluyendo el militar, lo que demuestra que no había un plan preconcebido, resultaron fundamentales, pues los cuadros afectos al gobierno permanecieron y actuaron. Ello explica al menos parcialmente, por qué para una transición tan corta y ante el vacío generado, era necesario adoptar algunas medidas que lucieron duras, pero apoyadas en postulados de la propia Constitución.

Frente a las válidas interrogantes de la comunidad internacional, solicité de inmediato la urgente venida al país de una misión de la OEA, encabezada por el Secretario General César Gaviria y por el Presidente del Consejo de dicho organismo, para que, en función de lo previsto en el artículo 117 de la Carta Democrática Interamericana, colaborase en el rápido restablecimiento de la institucionalidad democrática en Venezuela. César Gaviria puede dar testimonio de la llamada y de la solicitud que en ese sentido la formulara.

No he sido nunca político, ni he tenido ambiciones de poder, no soy partidario del fundamentalismo de mercado, sino un convencido de la economía de mercado con equidad social. Soy economista, empresario, y si alcancé un reconocimiento nacional e internacional con una hoja de vida limpia y exitosa, ahora, un episodio en el cual jugaron factores de extrema complejidad histórica, no debe dañar la imagen de una persona que ha entregado su vida al servicio del país y a la defensa de la libertad. Démosle tiempo al tiempo. Asumo con valentía los errores y si fallé en algo, pido perdón al país por sus consecuencias. Pero me veo obligado a rechazar algunas conjeturas periodísticas sobre lo ocurrido, que resultan injustas y falsas. Por encontrarme imputado en un proceso judicial, debo guardar prudencia ante los medios, pero sí puedo decir enfáticamente que es de humanos errar, como de sabios rectificar, pero otra cosa que se pretenda hacer ver que serví de instrumento de alguien. A mí no me manipula nadie, actúo conforme a mi conciencia, jamás he tenido condicionantes económicos y no tengo nexos con las personas que se mencionan. Hoy me corresponde morder el sabor amargo de un revés que ha frustrado muchas esperanzas. Es fácil hacer leña del árbol caído. Critiquen cuanto sea conveniente, pues no quiero exculparme de la decisión tomada, pero no generen infundios que lesionan.

Si todo lo ocurrido en el plano político, además del costo del paro nacional y de los injustificables actos vandálicos ocurridos en Caracas cuando ya el Presidente Chávez había regresado al poder, sirve para que en Venezuela se abra un verdadero proceso de rectificación y de cambio, que restañe heridas dolorosas que persisten en una sociedad profundamente dividida, todos habremos ganado. He creído siempre que una Venezuela fracturada no avanzará jamás y que se requiere por ello construir una relación más armónica entre los factores de la sociedad, en el marco de una visión de país más compartida. El país conoce que traté de ser un factor de diálogo entre el sector público y privado, pero sin el éxito deseado. El momento actual, en el cual la crisis persiste, exige ir más allá de las palabras y atacar los problemas nacionales en sus raíces. No se puede olvidar que existió un 10 de diciembre, un 23 de enero y un 11 de abril, donde el país expresó sentimientos muy profundos.

Desligo totalmente a la institución que con honra presidí hasta ese día, Fedecámaras, así como a las empresas a las cuales estoy relacionado, de mis decisiones personales y declaro que ninguna de mis actuaciones en nombre del sector privado tuvo como motivación contribuir a exacerbar la crisis o estuvo guiada por ambiciones personales. Era obvia ya la honda crisis política, económica y social por la cual atravesaba la nación, la reducción de actividades en PDVSA ante los hechos conocidos y las motivaciones que llevaron al sector laboral a convocar al paro que fue secundado por el sector privado.

Pido pues al país perdón y comprensión por cualquier error cometido. Algún día podré explicar las cosas con mayor amplitud. Entre tanto, formulo mis mejores votos por la tranquilidad y el progreso de nuestra patria y pido a la sociedad civil, que tanta fuerza ha demostrado como factor fundamental de acción y de opinión, que no decaiga en su esfuerzo por la búsqueda institucional de un destino mejor para nuestra sufrida patria. Pido a los órganos del Poder Público, que el proceso legal al cual se me somete sea conducido con imparcialidad y sin ánimo de venganza. Será la mejor expresión de una voluntad real de reconciliación y de cambio. Pero si razones políticas influyen en que por primera vez en mis 60 años de existencia tenga que ir tras las rejas, lo haré con la misma dignidad y valentía con la que di el paso el 12 de abril último.

Pedro Carmona Estanga

Caracas, 17 de abril de 2002

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