Opinión Nacional

Ateneo de Caracas

El Ateneo de Caracas es parte esencial de la Caracas moderna y democrá-tica que hemos conocido a partir de 1958, pero también antes, en las luchas co-ntra los regímenes dictatoriales; por ello la simultaneidad de la acción tumultuosa del lumpen de Lina Ron y de la burocrática solicitud de desocupación emitida por el despacho del antiguo “comandante Fausto” tienen una sola lectura posible: des-truir uno de los bastiones que dificultan la instalación del oscurantismo en nuestro país.

Nacido en los plúmbeos tiempos del gomecismo, dejó desde entonces hue-llas fundamentales en la construcción de una cultura libre en Venezuela; pero es sobre todo a partir de 1958 que logra convertirse en verdadero patrimonio de la ciudad, fenómeno al que no es ajeno el esplendido edificio que hoy lo aloja, pro-yectado por Gustavo Legórburu. Y es que, representando las formas más elevadas de la cultura, él fue, especialmente desde entonces, espacio abierto a todos los habitantes de la ciudad y a todas las formas de entenderla.

Como era de esperar, la sargentada franquista de Farruco Sesto, que inició el asedio, nunca logró enhebrar una argumentación creíble para justificar la no renovación del comodato sobre el edificio: la pretensión totalitaria de controlar la sociedad hasta en sus expresiones más íntimas es lo que siempre ha estado laten-te en su cobarde y bochornosa actuación.

La ciudad, sin duda, va a perder mucho: no sólo un lugar donde podían ma-nifestarse, sin censuras como las que ahora se aplican en el CELARG, todas las tendencias de la cultura, sino también una considerable parte de la memoria urba-na. No en vano nació allí el Festival Internacional de Teatro, hoy venido a menos a favor del de Bogotá; también allí, en la antigua casa demolida para dar paso a la sede actual, nació el Grupo Rajatabla estrenando una obra de culto y que encarnó como ninguna el espíritu de los sesenta y del efímero Poder Joven: “Tu país está feliz”, del brasileño Antonio Miranda musicalizada y cantada por Xulio Formoso, uno de los amiguetes del inefable Farruco.

El panorama que ahora se dibuja ante nosotros es escalofriante: el munici-pio “bolivariano” Libertador , donde se asienta el Ateneo, ha ido perdiendo en es-tos años sus actividades económicas y administrativas más dinámicas, en huida incontenible hacia los “escuálidos” municipios vecinos. Sin embargo, conservaba una dotación de edificaciones culturales sin parangón en el resto de la ciudad, fuertemente concentradas en el llamado complejo cultural de Los Caobos, donde se localiza el Ateneo. Hoy sin embargo se conoce la decadencia de museos que fueron modelo en el continente y de los que ha desertado el público, mientras que los teatros se han convertido en los salones de fiestas de la sedicente revolución, en los que sin previo aviso cualquier evento es suspendido para dar paso a los im-provisados rituales bolivarianos; en semejante contexto era evidente que la luz emitida por el Ateneo era demasiado brillante y había que opacarla. Pierde la ciu-dad, pero pierde también la “revolución” que cada vez más muestra, sin afeites, su rostro abominable.

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