Opinión Nacional

Atraer o expulsar

Los analistas suelen medir la vitalidad de una economía por su capacidad para atraer inversiones. En contraste, no auguran nada bueno a los países que las alejan, y menos aún a aquellos que desestimulan las de sus propios ciudadanos y, de algún modo, las expulsan. Igual sucede con el talento: mientras unos se empeñan en retener el propio y atraer el ajeno, otros lo desestiman, lo pierden o lo expulsan.

«Nuestro país es más fuerte cuando podemos aprovechar el talento y el ingenio de los inmigrantes», ha dicho recientemente el presidente Obama. Atendiendo este criterio, demócratas y republicanos trabajan para incluir en la reforma migratoria mayores facilidades para retener a los miles de extranjeros que estudian en las universidades norteamericanas, las más buscadas por estudiantes extranjeros según datos de la Unesco, más de 720.000 para el año 2011.

Con las reformas propuestas se amplía el alcance de la iniciativa dirigida a agilizar el proceso de visas para estudiantes extranjeros como parte de sus esfuerzos por atraer a los «mejores y más brillantes» alumnos provenientes del exterior.

Si hasta ahora la política americana alentaba el regreso de los estudiantes extranjeros a su país de origen, bajo la premisa de que era sembrar amigos en un país amigo, la nueva ley propone flexibilizar las normas para estimularles a incorporarse en una sociedad que alienta el talento y apuesta por la innovación. Es parte de su visión estratégica de crecimiento.

Estados Unidos no es el único en aplicar este criterio. Lo hacen también a su manera países tan disímiles como China y Alemania. China emitirá más «tarjetas verdes» y aliviará las restricciones a la entrada de extranjeros con el fin de atraer más individuos talentosos de otras nacionalidades para que trabajen en el país. En Alemania, en abril del año pasado entró en vigencia la ley que facilitará el reconocimiento de títulos profesionales extranjeros y que, según el Instituto de Economía Alemana, permitirá que cerca de 400.000 inmigrantes presenten en los próximos años sus credenciales para que sean evaluadas por las instituciones pertinentes.

En contraste, ¿qué pensar de un país como Venezuela cuyos profesores universitarios tienen un nivel de salario entre los más bajos del continente? Cierto que en este análisis los salarios no son el único punto a considerar, pero pesan mucho en los resultados: desestímulo por la carrera docente universitaria, abandono de la investigación, ausencia de candidatos para cubrir las cátedras ­especialmente profesores a tiempo completo­, deserción hacia otras profesiones, pluriempleo, falta de dedicación, escasa producción de conocimiento, supresión de maestrías y posgrados, abandono del país, todo lo cual configura un doloroso y preocuparte cuadro de talento perdido. Con un panorama así no se puede sino estar de acuerdo con Philip Altbach y sus colaboradores del Centro Internacional de Educación Superior de Boston College cuando concluyen que «poco gana la educación superior como base de la innovación y la competitividad de los países si los profesores universitarios están mal pagados».

La conciencia de la necesidad de promover el talento para afirmarse en los campos de la innovación y competir en la moderna economía del conocimiento contrasta con el desdén por el saber, la investigación, la formación profesional de calidad. Mientras unos países buscan reinventarse, captar el talento, orientarlo a la innovación y al desarrollo, otros apuestan por el desaliento y la descalificación. Cuando se menosprecia el talento y la preparación profesional y se los convierte en objeto de insulto se termina provocando su exclusión y, en definitiva, su expulsión. Lo que queda para las personas y para el país es frustración, sensación de castigo a un modo de ser que estima el talento y premia el esfuerzo.

Los resultados de una y otra postura están a la vista, pero se harán sentir de manera dramática en el futuro. Será la diferencia entre construir y destruir.

 

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