Opinión Nacional

Autocrítica (1)

Con frecuencia oímos y leemos declaraciones en las que se critica acerbamente todo lo que tenga que ver con socialismo, comunismo, revolución, bolivarianismo, marxismo, etc. Así mismo se condena con vehemencia a figuras como Fidel y Raúl Castro, Marx, Lenin, Stalin, Che Guevara, junto, de manera indiscriminada, con Hitler, Mussolini y otros. Ello es explicable, en la medida en que aquellos movimientos y estas personas son de algún modo identificables con el chavismo, y con el desastre que este ha traído a nuestro país.

Antes de la llegada de Chávez al poder no se percibía tanta virulencia en tal condena, pues aunque el pueblo venezolano, como podría decirse de todos los pueblos del mundo, ha sido siempre anticomunista, ejercía algún grado de tolerancia ante las ideologías y los movimientos sociales y políticos que preconizaban, real o aparentemente, la necesidad de una nueva sociedad, más justa y progresista. Hasta se daba muestras de cierta simpatía por movimientos revolucionarios, como los de México, la antigua Rusia, China, Guatemala, Cuba y Nicaragua. Lo cual explica, también, el entusiasmo que muchos sectores e individualidades democráticos de nuestro país tuvieron inicialmente con Chávez y lo que él supuestamente representaba.

La realidad de los últimos once años ha revertido las cosas, y hoy mucha de esa gente que recibió con beneplácito a Chávez no pierden oportunidad de manifestar su repudio al chavismo, y a las ideologías, movimientos, países y personalidades que lo respaldan.

Entre quienes han rectificado, y hoy son los más aguerridos en su condena, hay muchos que en el pasado aún no muy lejano fueron vehementes partidarios, o al menos admiradores, del socialismo, de la Revolución Soviética, de la Revolución Cubana, de la sandinista, y de figuras como los hermanos Castro. Están en su derecho, y es justo y honesto que al descubrir el fraude del llamado Socialismo Real, manifiesten su rechazo a aquello que en el pasado admiraron. Sin embargo, creo que en muchos de ellos, la mayoría, ha hecho falta algo esencial para fundamentar sus nuevas posiciones, y para demostrar que estas son sinceras, como es la autocrítica. El alegato, o la suposición, de que en el pasado estaban engañados no es suficiente. Hace falta algo más, que explique cabalmente por qué hasta no hace mucho tiempo eran decididos defensores de aquellos movimientos políticos y sociales, y hasta militaban activamente en ellos, y hoy estos les parecen detestables.

Nada más sano que una autocrítica racional y sincera, a la hora de romper con lo que en el pasado se creyó, y luego dejó de ser creíble.

 

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