Opinión Nacional

Bakunin: utopía tópica

Mi primer acercamiento a la vida y pensamiento del político y filósofo anarquista Mijaíl Alexándrovich Bakunin (1814-1876), fue en el verano largo de 1990. Para entonces, yo un muchacho estudiante y soñador (lo de estudiante ha quedado, lo de soñador aún queda un poco), me había enfocado en crear un esquema teórico que me llevara a enfrentarme al sistema pero no como un repetidor de frases ni un seguidor de Mesías, sino como un hombre confeso de estar claro en ideas para así hacer efectivo y sustentable, un accionar político. En Bakunin, que fuera presentado a mí de la mano de Ángel J. Cappelletti (1927-1995), maestro y tutor, encontré las ideas justas para encaminar una forma de vida en donde lo social y humanista, se imponga a lo económico-administrativista. Bakunin se formó leyendo al filósofo materialista alemán Ludwig Feuerbach, así como a  pensadores socialista como el francés Charles Fourier y Pierre Joseph Proudhon. De sus lecturas alcanzó delinear una postura sin cortapisas en lo que a la revolución como proceso histórico se refiere.

Bakunin veía la revolución, como medio para transformar la sociedad. La concebía como un todo compacto que se ex­pende internacionalmente; decía: «No puede ser una revolución aislada en una sola nación». Ahora bien, para lograr esa internacionalización de la revolución era necesario organizar bien el movimiento social, para aquel entonces (siglo XIX), de las clases marginadas de las sociedades en franco progreso civilizatorio. Y qué mejor ocasión, intuía Bakunin, que aprovechar la euforia de la clase obrera para encaminar un movimiento coherente que dé, de una vez por todas, la cara por los desposeídos y elimine el parásito del Estado de una vez y para siempre. Sólo un pequeño número de individuos, expresaba Bakunin, puede ser arrastrado por una idea abstracta y «pura». Los millones, las masas, no sólo del proletariado sino también de las clases instruidas y privilegiadas, sólo se mueven por el poder y la lógica de los «hechos», captando y previendo la mayor parte del tiempo sólo sus intereses inmediatos, o empujados únicamente por sus pasiones monetarias más o menos ciegas. Por consi­guiente, para interesar y atraer a la totalidad del proletaria­do al trabajo de la Internacional, es necesario acercarse a ellos, no con ideas generales y abstractas, sino con una comprensión viva y tangible de sus problemas urgentes, de cuyos males esos trabajadores tienen conciencia de una ma­nera concreta.

Pero esa organización de clase obrera ha de partir de la premi­sa básica: la organización de abajo hacia arriba que impida cual­quier brote de autoritarismo que segregue injusticia y desigual­dad. En lo que concierne a la religión, ésta es una «locura colectiva» para Bakunin. Locura muy poderosa, que es tradicional y su origen se pierde en un tiempo excesivamente lejano. El cristianismo es, en percepción de Bakunin, precisamente la religión por excelencia, porque expone y manifiesta, en su plenitud, la naturaleza, la propia esencia de todo sistema religioso, que es el empo­brecimiento, el sometimiento, el aniquilamiento de la hu­manidad en beneficio de la divinidad. Los más inspirados «deben» ser escuchados y obedecidos; por los menos inspirados. He ahí al fin el principio de autoridad bien establecido, y con él las dos instituciones fundamentales de la esclavitud: la Iglesia y el Estado.

A partir de 1864, Bakunin da un cambio a su concepción polí­tica de la sociedad. De un idealismo «latente» que le acompañó por casi la mitad de su existencia, pasó a un materialismo en el cual se aprecian tres subpartes que refrendan una inestabilidad en la continuidad de ideas. Según Cappelletti, se distingue una subetapa «florentina», otra «napolitana» y una tercera, a la cual se califica de consolidación materialista. En la obra de Bakunin «Dios y el Estado», había dejado referencia de ese cambio potencial, que venía gestándose. El materialismo, decía Bakunin, parte de la animalidad para constituir la humanidad; el idealismo parte de la divinidad para consti­tuir la esclavitud y condensar a las masas a una animalidad sin salida. El materialismo niega el libre albedrío y llega a la constitución de la libertad; el idealismo, en nombre de la dignidad humana, proclama el libre albedrío y sobre las rui­nas de toda libertad funda la autoridad. El materialismo re­chaza el principio de autoridad porque lo considera, con mucha razón, como el corolario de la animalidad y, al con­trario, el triunfo de la humanidad, que según él es el fin y el sentido principal de la historia, no es realizable más que por la libertad.

En una palabra, en toda cuestión se encuentran a los idealistas en flagrante delito siempre de materialismo prác­tico, mientras que, al contrario, se ve por otro lado a los materialistas perseguir y realizar las aspiraciones, los pensamientos más ampliamente ideales.

La subetapa «florentina» (1864-1865), se caracteriza por un ateísmo claro y por la persistencia de ideas nacionalistas. La segunda subetapa, la «napolitana», muestra una convicción federalista y de autonomía comunal en lo político; así como el socialismo (o colectivismo) como vía inequívoca para organizar correctatamente la sociedad y economía. A todas éstas, se declara abier­tamente partidario de la revolución por la fuerza La tercera subetapa, aparece matizada en la obra «Federalis­mo, Socialismo y Antiteologismo»; en la cual se resalta el pen­samiento bakuniniano en lo político, a través de su concepción de abolición del Estado; en lo económico, a través de la sociali­zación de la tierra y los medios de producción; y en lo filosófico, a través de un materialismo basado en la ciencia de la naturaleza y la negación de toda divinidad personal y de toda religión posi­tiva.

A pesar de que para finales de la década sesenta, Bakunin ha­bía restablecido sus relaciones con Marx, no quedaba la menor duda que les separaba grandes diferencias. Bakunin tenía un concepto más extremo en lo que a la lucha revolucionaria se re­fiere, en cuanto que Marx seguía manteniendo una posición fle­xible ante el Estado burgués. Bakunin pedía la abolición concre­ta y fulminante de las Instituciones del Estado; Marx veía conve­niente mantenerlas un tiempo, a fin de que contribuyesen a una transición sin sobresaltos y permitiera el equilibrio económico necesario para emprender la tarea de reconstrucción. El punto básico del programa político-social de Lassalle y de la teoría comunista de Marx, expresa Bakunin, es la imaginaria emancipación del proletariado por medio del Estado. Para esto es necesario que el Estado consienta en tomar sobre sí la tarea de emancipar al proletariado del yugo del capital burgués.

Sin embargo, manteniendo esta posición determinante, Bakunin fue moldeando algunas de sus últimas ideas hacia ciertos ele­mentos comunistas. Tal es el caso de su tesis de que no es la tie­rra ni el capital junto con el trabajo, sino el trabajo solo la única causa de todos los bienes económicos y de toda la riqueza material de la sociedad. Si se revisa a fondo la teoría económica de «El Capital» de Marx, se encontra una sublime coincidencia: “Al convertir en fuerza de trabajo una parte de su capital (es decir, el trabajo en sí como medio de producción), el capitalista mantiene y valoriza su capital entero (bienes econó­micos). Pero eso no es todo. Mata dos pájaros de un tiro. Aprovecha no sólo lo que recibe del obrero, sino también aquello que él le da (la riqueza material de la sociedad).”

Como se aprecia, existe ambigüedad en algunos matices del pensamiento del último Bakunin, aunque ello no le resta distinción y personalidad al pensamiento que mantuvo, en ello estamos convencidos, una línea rígida en lo que a la organización de sociedad se refiere. Los biógrafos de Bakunin admiten que el cambio de idealista a materialista en el pensamiento bakuniniano, obedece a que él en su tiempo de cárcel íntegramente lo que era el universo de su idea, que no flaqueó a pesar de maltratos físicos. Es decir, comparó la realidad con la idea, y concluyó que la revolución debía formarse en la realidad y no en el proyecto ideario de algún rebelde. En estos dos conceptuales se aproximó al comunismo de Marx, que no era otra cosa que la descripción de la realidad capitalista. Hasta entonces Bakunin había gravitado en expectativas y sueños que no alcanzaban erigirse como modelo ante  hechos tan crudos de explotación y esclavitud en la sociedad.

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