Opinión Nacional

Benedicto entromete al cristianismo

Muchos podrían calificar de justa, apropiada y oportuna la exhortación del Papa Benedicto Décimo Sexto; durante su reciente viaje a Chipre, a comienzos de junio de 2010, para que los cristianos no emigren del Medio Oriente por la importancia teológica que ese lugar del mundo tiene para la fe cristiana—y pocos ubicarían apropiadamente esta exhortación, dentro del absurdo de la guerra entre judíos y musulmanes que ya lleva 62 años, sin que se vea una salida real o posible a una paz duradera—porque se trata en realidad de un conflicto religioso—al que ahora Benedicto pretende agregarle una nueva y adicional complicación, haciéndole ver al mundo que las religiones en conflicto en el Medio Oriente, no son dos, sino tres.

Lo absurdo de la triste realidad del conflicto religioso en el Medio Oriente, es que a las tres religiones más importantes del área, se les puede llamar correctamente religiones abrahámicas—descendientes de las visiones del Profeta Abraham—ya que tanto las creencias judías, como cristianas y musulmanas, tienen el mismo origen—y el mismo Dios—aunque los creyentes humanos y terrenales le den diferentes nombres, como, Jehová, Jesús y Alá.

¿Por qué no le es posible a los seres humanos en conflicto ver que todos ello siguen—en su particular forma de adoración—al mismo dios, y que este innegable hecho debería unirlos fraternalmente en vez de dividirlos en sectores irreconciliables?

La respuesta en simple: porque son los humanos—y no Dios—quienes han establecido “verdades absolutas e inmodificables” que hacen ver a las otras dos partes en conflicto, como “herejes” o “infieles”; cuando en realidad no son nada de eso, sino que sus culturas han desarrollado a lo largo de los siglos, diferentes liturgias para adorar al mismo Dios. Primero fue el judaísmo, luego el cristianismo y finalmente el Islam—cada uno con su particular libro sagrado; respectivamente, la Torá, la Biblia y el Corán.

Así que el exhorto de Benedicto; en vez de ser una voz legítima y justa que clama por justicia para los cristianos del Medio Oriente, lo que hace en realidad, es entrometer al cristianismo en un caos religioso que nunca ha debido de existir; pero que al iniciarse envió a los creyentes a lo largo de una senda que no llega a ningún destino—y muchísimo menos al que desean las partes en conflicto: la preeminencia absoluta y total de su fe en el lugar.

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