Opinión Nacional

Brasil: Aprender en Cabeza Ajena

La reciente crisis de Brasil y de su particular sistema cambiario arroja importantes lecciones de política económica a los países vecinos. En 1995 Brasil adoptó un sistema cambiario que comprometió a sus autoridades monetarias a mantener la tasa de cambio por debajo de un techo establecido en un real por dólar. Bajo este sistema, cada vez que la relación oferta – demanda de dólares amenazara con elevar el tipo de cambio por encima del nivel predeterminado, el Banco Central del Brasil estaba obligado a intervenir vendiendo parte de sus reservas para incrementar la oferta de dólares con el objetivo de garantizar el techo cambiario. Con este sistema se reduce la incertidumbre cambiaria (en la medida en que los agentes confíen en el esquema), pero la incapacidad de hacer converger la tasa de inflación interna con la externa (principalmente con la de aquél país a cuya moneda se ancla la moneda local) en el corto plazo puede producir apreciaciones importantes en el tipo de cambio real, que suelen traducirse en déficits importantes en cuenta corriente que, a su vez, tienden a hacer menos creíble el sistema.

Este sistema no es exactamente igual a la caja de conversión que mantiene Argentina. En ese país el Banco Central no existe, la paridad cambiaria ha sido establecida en un peso por dólar por la constitución (se requieren los votos de dos tercios de las cámaras para modificarla), y se ha establecido una Junta de Conversión encargada de establecer el nivel de reservas en dólares contra pesos mínimo necesario para mantener el esquema y de garantizar la conversión de moneda local en dólares (y viceversa) a esa tasa fija. Si en Argentina ocurre una corrida contra el dólar, el sistema prevé que se reduzca la oferta de moneda local (en la medida en que se entregan pesos a cambio de dólares), incrementando los tipos de interés, a lo que debe seguir una entrada de capitales que de aliento al esquema cambiario.

Aunque existen diferencias entre estos sistemas, las implicaciones de ambos en términos de la volatilidad, el producto interno y el desempleo son bastante parecidas. Fijar la tasa de cambio o ponerle un techo en economías con índices importantes y sostenidos de inflación conduce inevitablemente a la sobrevaloración cambiaria. La convergencia entre las tasas de inflación interna e externa no se produce en el corto plazo, como lo ha demostrado con creces la experiencia argentina y brasileña. En Brasil, luego de la adopción del nuevo sistema cambiario las tasas de inflación interna fueron 23.2% en 1995, 10% en 1996, y 4.8% en 1997. En Argentina, luego de la adopción de la caja de conversión en 1991, la inflación se ubicó en 24.9% el año siguiente, 10.5% en 1993, y 4.2% en 1994. Como consecuencia de este período de divergencia entre ambas tasas de inflación, se crea una sobrevaloración del tipo de cambio que empieza a reflejarse en un déficit creciente en la cuenta corriente. Este déficit alcanzó en Brasil 2.6% del PIB en 1995, 3% en 1996, 4.2% en 1997, llegando a 4.5% en 1998; mientras en Argentina pasó de 0.2% del PIB en 1991, a 2.6% en 1992, 2.9% en 1993 y 3.6% en 1994. Estas apreciaciones reales perjudican a aquellos sectores exportadores cuyos productos tengan una alta elasticidad-precio en los mercados internacionales, hacen más caros en el exterior los productos locales, más baratos en el mercado local los productos externos, y, en consecuencia, y reducen los niveles de empleo. La revista Gerente en su edición de Noviembre sobre la caja de conversión comentaba, entre otras cosas, que sólo en una primera etapa el sistema produce contracción en los niveles de empleo. Lo que no dejó claro es que esa primera etapa puede durar hasta 6 años, y que los niveles de desempleo en Argentina cinco años después de la adopción de la caja de conversión superaban el 20% y que hoy en día se encuentran alrededor del 15%.

A medida que se van registrando estos fenómenos los agentes económicos empiezan a dudar acerca de la sostenibilidad del esquema cambiario. La pérdida sostenida de divisas ocasionada por el déficit en cuenta corriente reduce la cantidad de dinero local en la economía y eleva las tasas de interés. Según los libros de texto, esta subida en la tasa de interés debe provocar una afluencia de capitales hacia el país que ayuda a mantener el esquema cambiario. Según los libros de vida, si tienes un esquema cambiario poco creíble, si estás permanentemente experimentando un déficit en cuenta corriente (independientemente de que ese déficit tenga su espejo en déficit fiscal o en déficit privado, como quedó demostrado en México), entonces puedes poner las tasas de interés al nivel que desees, que nadie se va a embarcar allí. Si no pregúntenle a Brasil, en donde las tasas de interés alcanzaban niveles de 45% previos a la devaluación y aún así no fueron suficientemente atractivas para atraer a nadie. Pregúntenle también a Argentina, que ha experimentado crisis similares en el pasado y en ocasiones sólo ha podido salir de adelante con al auxilio del Fondo Monetario Internacional (FMI). ¿Que el FMI no hubiera intervenido en Argentina si no hubiera habido una de caja de conversión? Lo dudo. Ha intervenido en Ruanda, en Zaire, en Venezuela y en Rusia, por citar sólo algunos, y allí no ha habido caja jamás.

Esa pérdida de competitividad que ocurre como consecuencia de apreciaciones reales se puede compensar con aumentos en la productividad de la mano de obra local, pero hasta cierto punto. En ese punto, este fenómeno básico empieza a gestar la crisis del sistema cambiario. Lo hará más rápidamente o más lentamente según existan otros factores catalizadores en la economía. Uno de estos factores puede ser el déficit fiscal. Si a la situación que hemos comentado anteriormente se le agrega que el gobierno de ese país experimenta un déficit fiscal insostenible, entonces el esquema será menos creíble aún.

Pero existe además otro factor importante presente en la adopción de estos sistemas cambiarios. El tipo de cambio fijo transmite los shocks externos que sufre el sector externo a la economía local. ¿Se disparan los precios del petróleo y de la noche a la mañana existe en el país una disponibilidad inmensa de dólares? Entonces el esquema prevé la compra de esos dólares a una tasa de cambio fija y el correspondiente aumento en la cantidad de dinero, reducción de las tasas de interés y expansión en la demanda interna. ¿Se caen los precios del petróleo y se genera como consecuencia un déficit inesperado en cuenta corriente? Entonces se reducirá notablemente la cantidad de dinero en la economía, aumentará la tasa de interés y se contraerá la demanda agregada. Gracias a este mecanismo, cualquier shock ocurrido en el mercado externo se transmite en forma automática al mercado local.

Además de todo eso, al momento de implementar la caja es necesaria una devaluación real de la moneda local (quizá una sobre-devaluación para hacer sostenible el esquema un poco más de tiempo, véase Caldera, 1995), y según el componente importado de la producción nacional estas medidas pueden generar un shock de oferta en el corto plazo.

Ahora bien, Venezuela es un país con un déficit fiscal que hoy en día oscila entre 7% y 9% del PIB. Posee una dependencia extrema y dañina del petróleo, se hace imprescindible que empecemos a diversificar nuestras exportaciones no tradicionales hasta que logremos hacerlas tradicionales. No podemos avanzar en este sentido con una tasa de cambio constantemente sobrevalorada. Como bien dijeran Bacha y Díaz Alejandro, para incrementar la inversión en el sector transable de la economía no sólo hace falta garantizarle al empresario una tasa de cambio competitiva (i.e. no sobrevalorada) en el corto plazo, sino mantener esa tasa competitiva a lo largo del tiempo. Adicionalmente a nuestra dependencia perniciosa del petróleo, éste es un producto cuya volatilidad de precios en los mercados internacionales es harto conocida, y no necesitamos de un esquema que nos transmita en forma automática esa volatilidad, entre otras cosas porque ya nosotros somos bastantes volátiles de por sí. Evidencia empírica reciente considera a la volatilidad monetaria como principal causante, no el único, de la volatilidad macroeconómica. La caja de conversión reduce la volatilidad cambiaria, no así la monetaria, menos aún cuando la economía se encuentra sometida a constantes shocks externos. En el tope de todo esto, Venezuela es un país con un componente importado de su producción nacional importante (15%), por lo que una devaluación real significativa se traducirá en el corto plazo en un shock de oferta.

¿Que algunos de efectos se pueden evitar introduciendo una caja combinada con fondo de estabilización macroeconómica? Si, ese precisamente es el concepto de Banco Central Responsable (BCR). En vez de implementar una caja, tratemos de fortalecer la autonomía del Banco Central (BCV), para convertirlo en un BCR. Una tasa de cambio fija es una meta deseable, como mencionó Pedro Palma recientemente, pero sí y solo sí es la consecuencia de un gobierno con un déficit fiscal sostenible y manejable, y unas tasas de interés bajas pero positivas en términos reales (i.e. bajos niveles de inflación). Con estas reglas vivimos en paz mucho tiempo con tipo de cambio fijo. Con esas reglas, no con el tipo de cambio fijo per sé. Es hora de ser creativo en el planteamiento de soluciones, no de sugerir panaceas ni de retirarse a paraísos asoleados por la lógica de la teoría macroeconómica. Pregúntenle a Chile.

M.Sc. en Economía
Profesor del IESA

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te puede interesar
Cerrar
Botón volver arriba