Opinión Nacional

Brazos arriba, manos abiertas

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Hay imágenes que impactan y tienen más fuerza que mil palabras. Yo he sentido el choque de algunas de ellas estos últimos tiempos y ha sido por hechos donde se encuentran envueltos los estudiantes. De unos meses para acá hemos visto universitarios protestando contra los abusos del actual gobierno y uno de los gestos que han utilizado cada vez que se encuentran frente a un cordón de policías o guardias nacionales ubicados en el sitio para evitar su paso y hasta para reprimirles, ha sido el de levantar los brazos y demostrar que se encuentran desarmados, expuestos e indefensos.

Una de estas imágenes se mostró en la primera plana de un periódico y ha corrido por la red durante un tiempo: Es la de un muchacho arrodillado con el pecho desnudo, los brazos alzados y las manos abiertas recibiendo el chorro de la ballena de la policía. La foto golpea el alma, la sacude y la espanta. ¿Cuán peligroso podría ser un joven en tales condiciones? ¿Qué puede hacer un ser humano descubierto ante la bestia de metal desahogando su fuerza en su contra? De igual forma, hemos visto que cientos de muchachos al marchar realizan la misma acción con sus manos mirando al cielo. Es un gesto que muestra su simpleza, su indefensión, su voluntad de no ser agredidos porque van en son de paz.

Asimismo, en el Teatro Teresa Carreño, los jóvenes que protestaban en contra de la reforma a la Constitución Nacional que está llevándose a cabo, tuvieron que salir con las manos en alto para evitar ser reprimidos por los cuerpos de seguridad del estado, a pesar de recibir agresiones de los simpatizantes del oficialismo que se encontraban en el lugar. La imagen que se mostró de Yon Goicochea con las manos en alto y la cabeza baja me ocasionó una profunda tristeza. Una tristeza mezclada con ira y rebeldía, por injusto, humillante y vergonzoso. Porque hasta el momento lo que hemos visto de este muchacho y de otros que le acompañan, no han sido sino palabras de reclamo, siempre respetuosas, coherentes, y, sobre todo, acertadas. Pacíficos, moderados pero firmes, los jóvenes no han hecho otra cosa que buscar la inclusión y la paz. Y han dado sobrado ejemplo de equilibrio. Un equilibrio que, francamente, muchos ya han perdido.

Preguntémonos ¿Cuánta fuerza habrá que utilizar para frenar el libre pensamiento de quienes hoy auscultan en las universidades las ideas de libertad, justicia y fraternidad? ¿Qué pecado, qué falta se comete al pararse nada menos que ante un cinturón de seguridad de guardias armados y pedirles paso porque están haciendo uso de un derecho adquirido? ¿Cuánto guáramo se necesita para decir ante la Asamblea Nacional que rechazan las medidas que ejercen desde el poder? Mucho, muchísimo. Tanto, que algunos medios de comunicación, ese cuarto poder que tanta influencia ejerce en la ciudadanía, ha callado para evitar enfrentamientos con quienes disfrazados de demócratas les invitan con presión a hacer silencio.

Pero los muchachos siguen. No temen. Sus ideas y su convicción son más fuertes que las armas. Esa perseverancia a toda costa les ha hecho ganarse el respeto de la mayoría del país, incluyendo parlamentarios que han trabajado de la mano del gobierno pero reconocen que esa gallardía de los jóvenes merece un espacio en el podio de la Asamblea Nacional.

Esa valentía, esas ganas de arreglar lo malo y recomenzar de nuevo, esas ansias de reivindicar la fe perdida en la democracia, merecen cuando menos, alto reconocimiento y respeto. Aun si estuviesen equivocados, y no pienso que lo estén, jamás hemos visto que sus acciones hayan rebasado el límite impuesto por la cordura y la sensatez. Así pues, la fuerza utilizada para detener el paso de sus sueños convertidos en aspiraciones posibles y tangibles para Venezuela, es no solo innecesaria sino que pasa a convertirse en un atropello más ejercido por el poder de turno y una perversidad de quienes se erigen como amos de la imparcialidad y la justicia.

Ojalá la impresión que a futuro se grabe en cada mirada de los ciudadanos sea la de unos muchachos que coloquen sus brazos arriba para abrazar a esa otra parte de la población que hoy no los reconoce. Y que esas manos abiertas sean para apretar las que otrora los atacaron a puñetazos.

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