Opinión Nacional

Breves notas sobre autonomía y libertad académica, esencia e identidad de la universidad

Vivimos en Venezuela momentos interesantes. Desde que un nuevo gobierno arribó, en 1999, en clave de revolución, y en trance de hacerlo al poder en si mismo, ahora en 2007, Venezuela no ha cesado de ofrecer el fascinante espectáculo de una sociedad que, víctima de sus propias contradicciones dialécticas, asume un formato inesperado, tanto que en estos pocos años, ya cercanos a una década, un líder militar convertido en astuto político logra lo inimaginable: meter a una sociedad en cintura, para emplear el título del libro por Elías Pino Iturrieta.

Vale la pena introducir que entiendo por autonomia, definicion que he usado muchas veces, como en un documento del 3 de marzo de 2005 titulado La responsabilidad internacional de la Universidad Central de Venezuela en relación con los principios de la autonomía y la libertad académica. Documento preparado para el Consejo Universitario de la Universidad Central de Venezuela, que puedo enviar a solicitud de parte interesada ((%=Link(«mailto:[email protected]»,»[email protected]»)%)):
“En términos internacionales la noción de libertad académica se refiere al derecho de los académicos, individuales o colectivamente hablando, para enseñar y discutir, hacer investigación y diseminar y publicar el resultado de las mismas; expresar libremente, sin presiones ni intimidaciones, sus opiniones y criterios acerca de la sociedad en donde residen y del sistema educativo en donde trabajan. Para ser libres de censura a nivel institucional y social, y participar en los cuerpos representativos de la academia sin temor a represalias, presiones que mediante amenazas generen miedo, persecución o violencia; a no ser discriminados por las doctrinas que en un momento dado se conviertan en discurso oficial. Los académicos no tienen más derechos que los ciudadanos de un país, pero no tienen menos. Ello incluye libertad de conciencia, religiosos, políticos, derecho de asociación, derecho a la libertad, derecho a la protesta. Los académicos no deben sufrir ningún daño personal como consecuencia del manejo de ideas, suyas o de terceros. La libertad académica se aplica por igual en instituciones de todo tipo, incluyendo las del sector privado. En una palabra, la libertad académica es la posibilidad de poder establecer una relación de equidad y sin exclusión con la burocracia estatal y las presiones de los empleadores privados. La libertad académica no es análoga a conductas impropias ni inmorales y no está diseñada para proteger la ineptitud e improductividad de académicos que se mantienen al margen de las obligaciones éticas del principio aludido”.

Empíricamente hablando el tema de la autonomía y de la libertad académica se dirige hacia extremos tales que revelan como el interés por ambas cuestiones es circunstancial en el mapa académico venezolano: ni los colegios e institutos universitarios, ni las universidades experimentales ni mucho menos las financiadas por el sector privado –menos que menos aquellas que operan sólo pensando y actuando a través del lucro, que nos son sin fines de lucro sino de lucro sin fines académicos. Al mismo tiempo hay toda una serie de hallazgos interesantes cuando se analiza el fenómeno, a través de la reacción de los miembros de la comunidad académica venezolana -¿debo decir masa empleada y no exactamente trabajadora?: los hombres mas interesados que las mujeres, los de menor edad más que los de mayor edad, los cercanos a la jubilación menos interesados, los nacidos en el exterior los mas proclives a desinteresarse por estos problemas, que de hecho es interés y preocupación sólo de los activistas políticos e ideológicos, peor no del común de la academia, y esto prácticamente sólo en las universidades autónomas, con baches importantes que por estar a favor del gobierno nacional laboran un discurso según el cual la autonomía es un “estado dentro del estado” y por ende debe desaparecer, según el predicamento de Mussolini: “todo dentro del estado, nada fuera”

Es inevitable, ciertamente, aludir a como la sociedad venezolana esta siendo sometida a una presión gubernamental acelerada, con el fin y objetivo único: cambiar el sistema social de un capitalismo de Estado a un socialismo del mismo tipo, hecho sin precedentes en la historia de la humanidad. Muchos cínicos incluso piensan que el actual Presidente de la republica fracaso cuando quiso imponer a la fuerza, en la ocasión de sus abortados intentos de golpe de estado, así como fracasa en este fútil intento contra natura, pero esto puede reflejar un deseo oculto de mi parte, de modo que lo dejo así, de momento, o para decirlo en el famoso lugar común, por ahora.

En lo que concierne a los temas de autonomía y libertad académica ocurre que, de pronto, el mismo se convierte en el tema del día a día y en consecuencia sufre el terrible efecto de pasar a la primera pagina de los periódicos, esto es, de la opinión pública; la consecuencia es que este tema arcano y lleno de complejidades es objeto del llamado debate público y, porque no, se escuchan y leen juicios arbitrarios, otros sensatos pero las mas de las veces con la mínima profundidad con la cual es posible abordar estos tema dentro de la superficialidad de la noticia.

La autonomía de la universidad es la consecuencia de un convenio, de un
contrato o, si se quiere, de una concesión que hace el Estado a una porción
de la sociedad, la académica. Ese convenio hace suponer que es para el
interés público que haya un espacio en donde se entrenan a las capas
técnicas, tecnocráticas y humanísticas de la sociedad y se produzca el
conocimiento que la misma necesita para sobrevivir. Como todo convenio este
es regulado: el Estado financia, la comunidad responde a las necesidades de
la sociedad, pero no las que fije quien financia sino según la agenda que
fijen los académicos. Ese es un difícil ejercicio que las sociedades
aceptan y entienden cuando ha madurado el papel de las instituciones dentro
del Estado.

Los académicos, dicho sea de paso, son la comunidad de scholars, de los
expertos, de los sabios. No incluye a los estudiantes ni mucho menos a los
empleados o a los obreros que laboran e una comunidad académica. Como
ciudadanos todos tenemos el derecho a observar que el convenio entre el
Estado y la comunidad se produzca en términos correctos, de transparencia,
de higiene administrativa, pero en modo alguno la comunidad académica puede
subrogar sus obligaciones en terceras personas ni aceptar la tutela de un
gobierno, grupo político o religioso y mucho menos cualquier ideología que
quiera imponer su predicamento a la comunidad.

En Venezuela hemos creído, equivocadamente, que la autonomía universitaria
es una territorialidad o el derecho a la elección de sus autoridades o a
administrar sus recursos. La autonomía es un convenio en el plano de las
ideas. El Estado señala a esta comunidad regulaciones pero aceptando su
naturaleza. Del mismo modo como el Estado establece un convenio con un
grupo de la sociedad, a quien entrena y le confía las armas y con ellas el
poder extraordinario que da un Kalasnikov para que preserven la integridad
de la nación, así del mismo modo la autonomía es necesaria para poder
preservar el mundo de las ideas, incontaminado y sobre todo riguroso,
académicamente hablando, de excelencia, de selección, vinculado y abierto al
flujo mundial. Todo sistema de universidad establece esos indicadores y de
hecho los militares y las escuelas de sacerdotes establecen mecanismos
rigurosos de selección: la universidad no puede abandonar esa imperiosa
necesidad. Nadie diría que todos somos aptos para el sacerdocio o para la
carrera militar.

Es en el interés del Estado y de la sociedad garantizar y mantener a
autonomía universitaria. Ahora bien hay problemas muy graves en Venezuela:
la cuestión de la autonomía en universidades militarizadas como la UNEFA o
en aquellas instrumentales como la UBV, ambas apéndices del proyecto de país
que tiene el gobierno, que no es necesariamente el de la nación, y luego el
caso de las universidades privadas, cuya autonomía debe ser exigida,
justamente para que formen parte sustantiva del sistema.

Pero, naturalmente, no es el momento de hacer estas discusiones, pues la
autonomía se ha convertido en moneda de trueque político y la emotividad es
muy elevada, como para que los expertos seamos escuchados, pero tenemos el
deber de alertar a la sociedad que si perdemos la autonomía estaremos
castrando y decapitando no a la universidad sino al pensamiento creativo de
los pocos venezolanos que nos dedicamos a la ardua y difícil tarea de
pensar, para la sociedad, para la nación, para el servicio publico, que es
como entiendo y he entendido la misión y visión de la universidad necesaria
y deseable.

Antes de entrar en materia permítaseme decir que, probablemente, mantengo una visión de la universidad que no dudo alguien pueda juzgar academicista –me arriesgo a que me vinculen con Allan Bloom (1987, The closing of the American mind) y no con el “paradigma” del populismo académico, analizado esto último, en profundidad, en mi libro sobre Academic Populism (2005). No rechazaría tal conceptualización, no obstante que preferiría señalar que tengo una visión académica, por razones que puedo explicar, de inmediato. Creo que la universidad es un espacio de discusión y debate de los académicos, entendiendo por ello los expertos, en los diversos campos del conocimiento. Son aquellos que forman una comunidad, tal como ha sido en esta institución en sus diez siglos de vibrante funcionamiento y operación, intelectual, de ideas y de convicciones, no buscando la verdad, que es obra de los teólogos, sino tratando de explicar –desde el punto de vista científico- los fundamentos de esa verdad, a través de la investigación, critica, desafiante, incapaz de acatar verdad alguna sino ente capaz de cuestionarlas a todas.

Pero tal como expresaba recientemente, esta cuestión de la autonomía y la libertad académica se ha convertido en moneda de trueque fácil, manejada con un alto grado e emocionalidad y de contenido político e ideológico inmediato, de modo tal que los amigos del gobierno atraviesan todos los obstáculos para justificar lo injustificable, cual es la cesación de la autonomía, como quien cesa una emisora de radio o de televisión, un periódico o un periodista, mientras que en otro extremo, como un púgil, en la otra esquina, clama por la autonomía y la libertad académica para justificar lo injustificable, que uno y otro principio pueden ser las cortinas para ocultar la inmensa mediocridad de algunas instituciones que sólo piadosamente podemos llamar universidades, y amparar los mecanismos perverso de la comercialización de muchos de los miembros de esa académica, sin olvidar que una extendida corrupción halla cobijo en el campus universitario, sobre todo en las pugnas por arribar al poder académico, tan ambicionado, porque es otro manera de llegar a los privilegios, una razón conocida de la intensa lucha por el poder que sostienen los venezolanos desde sus propios orígenes históricos, esto es, desde Páez hasta Chávez, dos de los militares que han gobernado esta sociedad, imponiendo su criterio, personalizando la gestión pública, patrón que copia desde el Presidente hasta el mas humilde Alcalde o ahora miembro del poder popular, en alguna de sus burocráticas facetas.

La definición de autonomía

El Ministro del Poder Popular para la Ciencia y la Tecnología viene en mi auxilio para solventar el delicado problema de definir lo que la autonomía. Dice el Ministro que: “Por razones de soberanía y seguridad de Estado tenemos que asumir el conocimiento y dominio de las tecnologías necesarias para nuestro desarrollo” (Todos Adentro, semanario cultural de la Republica Bolivariana de Venezuela, p. 16/17 junio 23 2007). Esa es, precisamente, la función de la autonomía. Esto es, una sociedad necesita a la autonomía, en forma tal que los académicos puedan dedicarse a la función de “asumir el conocimiento y dominio de las tecnologías necesarias para nuestro desarrollo”, entendiendo por las tecnologías no solo el sentido tecnocrático que le atribuye el Ministro sino una concepción más amplia que incluya a las ciencias y a las humanidades.

En efecto, coloco la ecuación en los siguientes términos: una sociedad requiere autonomía de la universidad y su comunidad académica para poder crear conocimiento, locuaz no quiere decir que la presencia de ese principio en forma operativa prejuzgue por si mismo que aumenta la cantidad y calidad del conocimiento producido, pero si es de tal tipo que si no hay autonomía descienden ambos valores, cantidad y calidad.

De modo que es suicida para una sociedad privar a su comunidad de la autonomía necesaria –digo autonomía sin entrar considerar la distinción kantiana entre autonomía y heteronomía, una distinción que, junto al concepto de autarquía, he elaborado con frecuencia en mi trabajo académico. Entonces, la autonomía como espacio supra jurídico que contribuye a la producción académica, es el fundamento de cómo se ve a la autonomía y a la libertad académica en Europa y en USA. En el caso de Europa me atengo a una discusión que se efectuó en Bologna, sobre esta cuestión, por un panel en donde estuvimos académicos europeos y norteamericanos, además de mi persona (Roversi-Monaco, Ulrike Felt, Michael Gibbons, Paolo Blasi, Jon Jonasson, Peter Magrath) Llegamos a la sencilla y elemental conclusión: la autonomía es equivalente a la libertad para poder crear, sin impedimentos por parte ni del Estado ni de la sociedad. Esto es, libres de las presiones del mercado y de los imperativos del Estado.

Lo peor como mecanismo para eliminar la autonomía es la de imponer un régimen fundamentalista a la sociedad, como este del fundamentalismo bolivariano que de manera extraña se traduce en el eslogan desagradable y trágico de Patria, socialismo o muerte, venceremos hasta la victoria siempre, viva el Che Guevara, como le escuché, personalmente, decir a un joven soldado del ejército, adiestrado para repetir dicha frase –versión completa- una y otra vez, en cada ocasión en la cual el pobre infeliz salude a un superior.

Conclusión

Decía al inicio de este documento que “Vivimos en Venezuela momentos interesantes”. Para bien o para mal tengo la visión optimista: era una catarsis necesaria. Por ello son momentos interesantes, porque la presencia en nuestra sociedad de un cuerpo extraño, como lo es el actual gobernante venezolano, redundará en una sociedad que cuando re-establezca su equilibrio, será una sociedad mejor, porque se habrá comprobado, probablemente a un costo elevado, la improbabilidad de que una sociedad moderna, compleja, sea manejada según los caprichos de una sola persona y de su grupos cercano, en un proceso de exclusión política e ideológica inédito en América Latina y el Caribe, en momentos en los cuales nadie pensaba que era posible innovar en ese terreno de la expresión delirante del poder.

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