Opinión Nacional

BUDÚ y la Revolución Bolivariana

“Vamos a ver si me aguanta esta copla en la que miento las Tres Divinas Personas, la Virgen y San José con su santo Niño en brazos.

Se oye un alarido espantoso, de rabia y de quemaduras de brasa viva en la carne, ruedan por el suelo las maracas y en el rincón junto al arpa, donde estaba el cantador, se desvanece en el aire una humareda de azufre. Y la concurrencia exclama: ‘¡Ten cuidado, Cantaclaro Era el Diablo y se ha ido porque escuchó el canto del gallo que anuncia la hora en que empezó la Pasión del Señor; pero ya volverá a buscarte en cuanto los sayones apeen a Jesucristo de la cruz.’”
Rómulo Gallegos, Cantaclaro, 1930.

La tragicomedia que se ha vivido en Venezuela durante los últimos años, protagonizada por Hugo Chávez y con el pueblo venezolano como elenco, se entenderá mejor si se conoce el papel que la superstición juega en el devenir político de la nación. Inicio estas páginas con las palabras de Rómulo Gallegos por varias razones: primero, como homenaje a quien demostrara que se puede ser demócrata convencido, trabajador y hasta presidente de Venezuela sin dejar de ser honrado y hombre de bien; en segundo lugar, para recordarle a las jóvenes generaciones que es imprescindible conocerse a sí mismo para evitar las taras heredadas; y, finalmente, porque en su obra literaria Don Rómulo nos retrató de tal manera que se hace imposible el narcisismo colectivo.

La superstición siempre ha jugado un papel importante en la estructuración de la res publica de todas las naciones. Este hecho puede observarse desde los inicios de la historia universal. Recuérdense, por ejemplo, las tumbas y sarcófagos de los faraones egipcios y se pondrá en evidencia la influencia de la superstición en la vida política de aquella primera gran civilización y sus dirigentes. Los regímenes teocráticos y autoritarios que han regido los destinos de otras naciones (por ejemplo, Israel, Arabia Saudita, España, e Inglaterra) comprueban el poder de las supersticiones. Si una sociedad o sus dirigentes no derivan su autoridad de la única fuente auténtica, la perderán al poco tiempo de ejercitarla. Ya lo dijo Machiavelli:
“Así como el respetar las instituciones divinas es la causa de la grandeza de las repúblicas, el despreciarlas produce su ruina; ya que donde falte el temor de Dios, el país terminará en la ruina. Salvo en el caso de que el temor al mandatario (el príncipe) sustituya temporalmente la falta de religión.”

El daño que las supersticiones de un ciudadano pudiesen causarle a la colectividad es el motivo que condujo al ateniense Meleto a seguirle juicio a Sócrates como ateo y corruptor de menores. El argumento que empleó el septuagenario en defensa propia sigue vigente:
“Y ahora dinos, por Zeus, Meleto: ¿qué es mejor, vivir entre ciudadanos buenos o entre ciudadanos malos? … si convierto en malvado a alguno de los que conviven conmigo, correré el riesgo de recibir de él algún daño…”

Es decir, si se corrompe el alma de un ciudadano, se corrompe la sociedad de la que él forma parte. Y la superstición es uno de los medios más eficaces para lograr dicha corrupción. La superstición es la desviación de lo auténticamente religioso y de sus ritos. Tal desviación suele atribuirle poderes “mágicos” o sobrenaturales a los signos, rituales, imágenes y objetos de la religión. Dentro del marco de la religión Católica, se cae en la superstición al atribuirle poderes sobrenaturales a las “reliquias”, a los ritos, a los “novenarios” y demás signos externos de esa fe (por ejemplo, los poderes del Nazareno de San Francisco, del agua bendita o de una misa “negra”). El daño es aún mayor cuando la desviación se hace no a partir del espíritu auténticamente religioso sino de un conjunto de creencias meramente materialistas. Es el caso de las diversas creencias afro-americanas e indígenas según las cuales ciertas substancias, animales, cantos y danzas tienen poderes divinos, siempre y cuando las maneje un chaman, brujo o sacerdote debidamente identificado por la comunidad. ¿Habrá acaso manera más eficiente que las prácticas supersticiosas para que Hugo Chávez termine de corromper la religiosidad del venezolano y lo separe de la verdadera fuente de autoridad para justificar su reino del terror? Cada vez con mayor frecuencia el presidente venezolano se sustituye él mismo por la auténtica autoridad divina:
“A mí me han denunciado hasta la Corte de Satanás por allá, me tenían una brujería. Me tenían una brujería. Pero seguro me tenían una brujería ¿cómo se llama esto? De budú. Por allá apareció. Miren, cerca de Miraflores en los alrededores aparecieron cuatro animales unos bichos raros que yo vi uno, que me lo trajeron ¿qué animal es éste vale, parece el diablo? Un animalito muerto, yo no sé que animal es ése, pero es un animal raro con unos ojos satánicos así huecos y unos colmillones. Y entonces yo le dije a los muchachos ‘boten a ese bicho de aquí’ ¿jejeje? Boten a ese bicho de aquí. Y resulta que empezaron a investigar, y habían otros animales en la otra esquina y en la otra esquina en una forma de cruz consiguieron cuatro animales de esos vale y tenían por dentro metidos un poco de cosas, unos papeles, unas piedras ¿no? Me tenían montado un trabajo de budú, esos son los golpistas ahora, se metieron a brujo también los golpistas ¿jeje?, están tan desesperados que mandaron a buscar como doscientos brujos – no estoy mamando gallo no estoy inventando – hasta eso han llegado a hacer lo que llaman ¿cómo es? Montar un trabajo y me tiraron a sacar ¡mire! Me tiraron a sacar porque me lanzaron budú. Sí, budú….”

Perdone el lector lo largo de la cita de Chávez, pero se facilita así la comparación con la del maestro Gallegos en su novela Cantaclaro.

La diferencia fundamental entre lo “auténticamente religioso” y la superstición es que lo primero eleva al hombre a una dimensión espiritual en la que establece contacto con su Dios y en la que puede ejercitar su libertad y demás virtudes cívicas, mientras que la otra lo reduce a un objeto material más entre todos los que lo rodean y lo controlan:
“Kanaima no está sólo en los árboles y en las rocas, en los ríos ni en las montañas, sino por encima de las cosas que rodean al hombre, como algo contra lo que nadie se puede prevenir.” Rómulo Gallegos.

El supersticioso carece de libertad personal y al permitir que sus creencias idolátricas definan la gestión pública, demuestra que no le da importancia alguna a la libertad como tal ni a los derechos que de ella deriva la ciudadanía: se impone la opresión como forma de gobierno.

Sólo si respetamos lo auténticamente religioso – es decir, si nos definimos como seres espirituales, diferentes de lo que nos rodea – podremos establecer una sociedad basada en la libertad personal y en la justicia colectiva. “…Hay que afirmar acerca de la elección de los cargos públicos, que elegirlos recta y justamente es una tarea de quienes tienen experiencia en esos quehaceres” (Aristóteles, Política, III).

Desde los gobernadores coloniales hasta el presidente Chávez, el pueblo venezolano ha sido guiado por personas dominadas por creencias supersticiosas. Se equivocan quienes piensan que se trata de un fenómeno reciente en nuestra historia: Venezuela, al igual que las naciones del resto del hemisferio, incorpora en sus orígenes las más variadas y pintorescas supersticiones de tres continentes. La “mezcla perfecta” del venezolano incluye las creencias animistas de los esclavos africanos que nunca superaron el nivel de magia y brujería. Se le llamó “religión” a las reacciones psicosomáticas inducidas por diferentes drogas entre grupos indígenas, más por ignorancia de los antropólogos que por sus conocimientos teológicos. Y de España heredamos un catolicismo tergiversado durante ocho siglos por la cultura árabe, repleto de supercherías existentes en aquel territorio reconquistado, y corrompido sin esperanza de reformar (gracias a la Inquisición) como lo hiciera la Iglesia en el resto de Europa.

Años antes de concluir la guerra de Independencia, el General H. L. V. Ducoudray Holstein relataba que
“El criollo es devoto, supersticioso, crédulo e ignorante…Las damas de la alta sociedad tienen cada una su santo particular a quien le son muy devotas; con su imagen colgando día y noche en sus pechos por una cadena de oro…Yo he conocido a señoras con más de una docena de imágenes del mismo santo en diferentes áreas de la residencia. A estas imágenes habría que añadir crucifijos, santas vírgenes, otros santos, y ángeles, etc.”

Desde que existe “Venezuela”, la superstición explica parcialmente la actitud fatalista del pueblo en lo político (“¡Esto no lo compone ni Mandinga!”), en lo económico (“¡doce mil setecientos veintiuno! ¡Capicúa! ¡Suma trece!”) y, hasta en lo religioso (“Dios nos agarre confesados”). La corrupción de la religión ha hecho imposible reconocer la auténtica fuente de autoridad. Chávez, en lugar de efectuar una revolución verdadera que elimine ese cáncer social que es la superstición, continúa promoviéndola públicamente y mintiendo cínicamente sobre su repercusión social. No es coincidencia que se haya ubicado a Venezuela entre las cuatro o cinco naciones más corruptas del mundo (“uso indebido de las finanzas públicas para enriquecimiento personal”). Que hayamos descendido a ese nivel de corrupción en tan poco tiempo no puede explicarse a menos que, apenas apearon “a Jesucristo de la cruz,” en la República Bolivariana de Venezuela, volvió a buscarnos el Diablo.

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