Opinión Nacional

Camino al abismo

–La mayor transformación del mundo occidental la inició la invención de la imprenta, –expresó el almirante Gustavo Tellería, apenas nos hubimos sentado y ordenado los cafés– pues acabaría con el monopolio del conocimiento detentado hasta entonces por la Iglesia; engendraría igualmente la Reforma protestante y daría inicio a la Edad Moderna. La expansión del conocimiento hecha posible por la imprenta será la incubadora de todos los movimientos posteriores desde el Renacimiento hasta los descubrimientos científicos del siglo XVIII y la Ilustración.

–En eso tienes razón Gustavo. –respondió el académico Tomás Ibarra–. Lo que usualmente entendemos por «revolución», en el sentido político, es una transformación rápida e importante de una sociedad. Las revoluciones verdaderas han sido siempre pacíficas y han tenido su origen en el intelecto, en la transformación de los valores. Son violentas las contrarrevoluciones y es posible, asimismo, que los revolucionarios enfrentados a la contrarrevolución se vean precisados también al uso de la violencia.

–Esto que tú dices, Tomás, lo vemos claramente en la respuesta de la Iglesia y de la clase dominante a esa revolución pacífica. -terció Tulio Ayestarán, el historiador. A la violencia de la Contrarreforma y de la Inquisición, los revolucionarios responden con las guerras de religión hasta llegar a la Paz de Westfalia, que garantizaría la libertad de conciencia, al menos privadamente.

–Muy bien expresado, Tulio. Algo similar ocurrirá con la segunda gran revolución de la época moderna. La Revolución Industrial tiene su origen en los descubrimientos e invenciones del siglo XVIII y determina el desplazamiento del poder de la clase propietaria de tierras y su sustitución por la burguesía. En los países que como Inglaterra aceptan esta evolución como natural, el fenómeno se realiza en paz. Si, por el contrario, la respuesta del poder constituido es la represión, los revolucionarios han de responder con la violencia, como ocurrió en Estados Unidos en 1778 y en Francia en 1789.

La crisis no es coyuntural

–En los últimos treinta años, el mundo ha conocido una nueva revolución tan importante como la invención de la imprenta. -repuso Morrison–. El Gutemberg de hoy se llama Bill Gates. Sus programas informáticos hicieron posible el ordenador personal y la Internet. Se han echado las semillas de una transformación de enormes consecuencias. Sus resultados más palpables han sido el neoliberalismo y la globalización. Y pienso que así como fue imposible para la Iglesia y el Imperio detener la Reforma protestante y sus implicaciones posteriores, así hoy resulta más difícil aún intentar obstruir el camino a la Revolución Informática y sus derivaciones, pues son las naciones más desarrolladas de Oriente y de Occidente las que impulsan esa transformación. De la conjunción de la informática, el neoliberalismo y la globalización, saldrá un mundo nuevo que todavía no acaba de nacer. Esa revolución es producto de la falta de mano de obra en los países industrializados y de su gran inversión en educación.

–Lo grave, Beatriz, –manifesté yo- es que en los países emergentes suceda todo lo contrario. Las nuevas tecnologías y las fusiones generan un creciente desempleo.

–Cierto, Santiago. –me respondió–. Esa es la crisis de la Venezuela actual. Lo grave es que los factores de poder no quieren entenderlo. Piensan que la crisis es coyuntural, similar a la de 1958, al derrocarse la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Entonces, el aparato productivo también se detuvo. La solución fue la política de sustitución de importaciones.

–Veinte años después recogimos la cosecha. -apuntó Ibarra–. Unos cuantos se habían hecho enormemente ricos y los políticos dejarían de lado la honradez y las ideologías. Para el resto volvería el desempleo, la pobreza y la miseria. Si, por el contrario, se hubiera optado por volcar la mayor parte de la riqueza fiscal en educación y en salud, así como en un modelo de desarrollo autosostenible, con pocos años de sacrificios nos hubiéramos incorporado al mundo desarrollado. Vean, si no, lo ocurrido en Corea del Sur o en Singapur. La mejor demostración es el Mundial de Fútbol y la actuación del equipo coreano. ¿Quién iba a pensar eso hace treinta años?

De Boyacá, en el campo

–Lo que más me preocupa, queridos amigos, –puntualizó Morrison–, es la visión de nuestro presidente en torno al siglo que comienza. Ese mundo multipolar de que habla se esfumará en un sueño. El mejor ejemplo de lo que vendrá lo encontramos en el modelo de la OTAN, de la Alianza Atlántica. Hay una sola superpotencia rectora, luego varias potencias de segundo orden y finalmente una serie de países en un tercer escalón. Hoy día, la mayor ilusión de todos los antiguos países comunistas europeos es ingresar en ese club privilegiado. Porque barruntan, quizás, que ese modelo va a extenderse a lo económico y a lo político. El acuerdo comercial de Estados Unidos con China apunta en esa dirección y lo mismo puede decirse de la Organización Mundial de Comercio. Quien quiera sumarse al modelo puede hacerlo. Sólo tiene que cumplir con los preceptos de la democracia representativa y la economía de mercado. La América latina toda tiene la oportunidad de montarse en ese tren de la modernidad. Y pienso que entre la cooperación que solicitan los desarrollados y la confrontación que avizora Chávez, la escogencia no será difícil. Eso sí les digo, al que pierda esta vez el tren del desarrollo, se lo lleva el diablo.

–Y vamos a perderlo; de eso no me cabe la menor duda. –repuso Ibarra–. Porque la riqueza petrolera permite un Estado fuerte e impide el desarrollo de un sector privado productivo. Nos ocurre eso que llaman la enfermedad holandesa. Ahora, para colmos, es muy posible que otra actividad muy parecida se nos venga encima. Luego de la toma de posesión de Álvaro Uribe, el 7 de agosto, día en que se conmemora la batalla de Boyacá, el narcotráfico en Colombia va a ser duramente castigado, al igual que la guerrilla terrorista. En esas circunstancias, es más que probable que se desplace hacia nuestro país. Ya ocurrió antes. De Bolivia se trasladó al Perú y de aquí a Colombia. Es cuestión de circunstancias. Ahora bien, esa alianza ideológica de nuestro teniente coronel con la guerrilla podría transformarse en la puntilla que finalmente dé al traste con sus planes. Porque Hugo Chávez no es Fidel; a mí se me parece más a un oportunista como Manuel Noriega. Ya sus Cículos del Terror comienzan a parecerse a los llamados Batallones de la Dignidad de aquella dictadura panameña. De repente, Hugo se despierta un día en la prisión ésa que los norteamericanos han montado en Guantánamo. Porque tanto llega el cántaro al agua hasta que se rompe.

Santiago Ochoa Antich es diplomático de carrera y periodista. Fue Embajador de Venezuela en Austria, Canadá, Jamaica, Paraguay, San Vicente y las Granadinas, El Salvador y Barbados.
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