Opinión Nacional

Carta a Oscar Schemel

Estimado Sr. Oscar Schemel,
en el capítulo de conclusiones de la última encuesta de Hinterlaces de enero de 2010, que circula actualmente, , usted afirma lo siguiente:

El reto no es buscar a alguien para oponerlo al Presidente porque, al plantearse el conflicto político en estos términos, se induce a la polarización, y en este terreno el chavismo lleva todas las de ganar.

En Venezuela, hace mucho tiempo que lo que hace falta no es un Gran Líder o un Héroe. Uno de sus problemas es que tienen demasiados ‘líderes’.

Lo que el país está reclamando es un Concepto, una Propuesta, una Ilusión, con contenido venezolano, no partidista y mucho menos oposicionista, que se convierta en el líder de esa mayoría que no siendo chavista la empujan a decidirse por la opción menos mala.”

Pero…. ¿es posible que un concepto, una propuesta, una ilusión, surjan y tomen cuerpo en el colectivo sin un líder que lo formule, la promueva y la encarne?
Aparte Fuenteovejuna, la clásica ficción teatral del gran Lope de Vega, que a la pregunta de ¿quién mató al Comendador? respondía al unísono ¡Fuenteovejuna señor!; y seguidamente, a la de ¿quién es Fuenteovejuna? exclamaba: ¡todos a una!; no sé de empresas colectivas, que para bien o para mal no hayan sido la obra del esfuerzo y liderazgo de una persona individual.

Moisés, Pericles, Julio Cesar, Aníbal, Alejandro Magno Mahoma, Jesús, Confucio, Lincoln, Napoleón, Bolívar, Ghandi, Hitler, Mussolini, Lenín, Tito, DeGaulle, Churchill, Castro, Betancourt, Chávez, etc., fueron cada uno en su tiempo y circunstancia, guías de sus pueblos, y precisaron un concepto, suscitaron con su actuación una ilusión colectiva y alcanzaron a hacer realidad, con su ejemplo y a veces su sacrificio personal, una propuesta.

Por ello, en los años de nuestra formación se decía en broma para ilustrar el asunto del liderazgo por una reducción al absurdo, que un camello era evidentemente un caballo diseñado por una comisión. Nos resultaba claro, jóvenes profesionales que éramos entrenados para el diseño, que la gestación de una propuesta, de un proyecto – cualquiera que fuese su naturaleza – era un acto forzosamente individual y su éxito dependía de manera crítica de las decisiones libérrimas que hubiera de tomar su creador.

Porque todo acto de creación – y una propuesta política lo es en la medida de su aliento innovador – consiste en elevar las representaciones nebulosas del inconsciente, percibidas por el sujeto como intuiciones, al plano racional, hecho que supone un nada desdeñable esfuerzo intelectual. Nadie más que él puede participar en esta fase germinal de su creatura, puesto que a nadie distinto de él le es dado por razones obvias conocer la existencia de sus intuiciones mientras no se truequen en razones.

Un conocido autor, en un lúcido esfuerzo por procurar un símil, imagina a un marino al timón de su barca, navegando sin rumbo cierto en la profunda oscuridad de una noche sin luna. Repentinamente, por un instante, vislumbra, a la luz de un relámpago, el perfil inconfundible de un litoral. De allí en adelante, sin importar si alguien más comparte su íntima experiencia, sujetará su conducta a la inconmovible certidumbre que la fugaz pero fehaciente visión le ha puesto ante los ojos. En lo sucesivo, nada ni nadie podrá apartarlo de su objetivo, tan firme es la convicción de que más allá o más acá, más temprano o más tarde, encontrará el lugar cuya existencia le ha sido revelada.

Hasta aquí el símil, cuya utilidad consiste en que ilustra la naturaleza de la relación del creador con sus voces interiores, en la que se funda su fuerza anímica para emprender, contra “viento y marea”, la ruta que estas le señalan.

Pero sólo cuando esas confusas señales embrionarias consiguen ser formalizadas en un cuerpo organizado de ideas, se convierten en materia transferible, capaz de suscitar empatía y movilizar a los “otros”, tanto más cuanto más simple su enunciado.

Tal es, sin dudas, entre tantos otros, el caso de Chávez, quien desde muy joven capta en la dolorosa experiencia íntima de su oco afortunada formación familiar, la circunstancia que lo hermana con todas las víctimas de esa dramática calamidad del país que ha sido la exclusión social. Ella perpetúa el desencuentro original de nuestros ancestros europeos y aborígenes no solo en el ámbito de las relaciones económicas de explotación, sino, mucho más grave, en el de la identidad. Un sentimiento colectivo de bastardía, consecuencia del irresponsable y brutal mestizaje se aúna desde entonces a la pobreza de las grandes mayorías marginadas históricamente por los grupos dominantes, al punto de que ni aún la República redentora nacida de la matriz petrolera quinientos años más tarde lo ha podido abolir de un todo, a pesar de haber conseguido transformar el miserable país rural que fue Venezuela hasta los años veinte del siglo pasado en una pujante sociedad urbana,.

Tal es la conexión de Chávez, hoy hecha esquema político, con ese casi medio país aún no redimido, al que ha logrado movilizar con su vigorosa cuanto perversa retórica, apelando a un discurso abiertamente revanchista, que no justiciero. La debilidad identitaria, en efecto, y la carencia material que padece ese extenso grupo, cuyas causas le son explicadas echando mano de la cartilla ideológica marxista, constituye el núcleo de esa relación de liderazgo y genera una propuesta tan elemental cuanto explícita: destruir al enemigo secular de clase (sibilinamente llamado oligarquía) puesto que es culpable de la propia miseria por el solo hecho de existir, idea que resume sin más el programa del descabellado proyecto dizque revolucionario, poco importa si se le llama bolivariano, socialista, fascista, marxista, o todas a la vez, ya que lo que cuenta es la ilusoria identidad que presta a sus partidarios, de donde deriva la lealtad con el líder, y en consecuencia, la fortaleza del liderazgo.

Mientras tanto, la otra mitad, emigrada a las ciudades e incorporada desde hace casi un siglo a la ciudadanía gracias a la eficaz política distributiva aplicada por la dirigencia de los albores de la era petrolera y convertida en un extenso y homogéneo estrato medio de población urbana, hoy gravemente desorientada por la corrupción o el agotamiento de las directrices que la guiaron en aquellos tiempos, asiste perpleja al despojo de que es víctima su creatura: la República…. y a su propia liquidación como clase.

Porque pesando aún mucho la descalificación que en el siglo XIX hiciera Marx de ella, tachándola peyorativamente de pequeña burguesía y reprochándole ser la caricatura de la grande, de la gran burguesía expoliadora de su tiempo, no ha encontrado localmente, en Venezuela, luego de las actuaciones de aquellos primeros líderes, un discurso que consiga conmover las fibras profundas de su identidad, a pesar del rol histórico que para desconcierto de los marxistas la hemos visto desempeñar durante los últimos cien años en la morigeración de la lucha de clases del mundo industrializado. Novedosa actuación resultante por un lado del crecimiento sostenido de sus efectivos con la gente que sale cada vez más del gueto proletario (o el marginal) para incorporarse a sus rangos, y del otro, complementariamente, a la conciencia del peso político que adquiere al organizarse en clase frente a la concentración de poder del dinero, como ocurrió muy concretamente en USA con la elección de Obama. (Yes, we can)
Desaparecidos como están ya todos los líderes que asistieron el parto de la República petrolera, la polarización inducida por Chávez luce en el fondo como una necesaria y tal vez provechosa clarificación del panorama político venezolano, ya que pone en evidencia que en la actual circunstancia, en esta grave crisis de crecimiento de la República, solo tienen relieve esos dos sectores diferenciados: el de quienes hoy todavía permanecen en mayor o menor medida en la informalidad económica e identitaria, que constituyen mayor caudal electoral del chavismo; y la sedicente sociedad civil, generalmente opuesta o al menos inmune a la prédica chavista, constituida en su mayor parte por gente cuya actividad se desenvuelve en el sector productivo terciario, largamente mayoritario por la característica aún rentista de nuestra economía: comercio, servicios generales, educación, gobierno (local y central) profesiones liberales, artesanos, artistas, tecnócratas, burócratas, pequeños productores, etc.; cuya supervivencia depende críticamente de las garantías libertarias, es decir, del cabal funcionamiento de las instituciones de la República, esas que Chávez está obligado a desmantelar para poder consolidar su autocracia.

Gente que si no se quiere incurrir en lamentables errores estratégicos, tiene que ser considerada globalmente, en la actual etapa de la lucha por la democracia, como clase media, sin distinciones en cuanto a niveles de ingreso.

Por lo demás, y para confirmar lo que se viene planteando, el tiempo de los partidos políticos tradicionales parece haber objetivamente terminado; no solo en Venezuela, por cierto, sino en todo el mundo. Nuevos mecanismos de transmisión de la opinión entre la base de la pirámide del poder político y las instancias de gobierno han surgido ya o han de ser inventados para sustituir las desvencijadas maquinarias partidistas nacidas con las utopías sociales del siglo XIX.

Por lo pronto, en Venezuela y en lo inmediato, para enfrentar esta emergencia, para lograr el rescate de la República en trance de sernos arrebatada por la barbarie chavista, esta clase media espera por directrices (propuestas, proyectos e ilusiones, como dice usted) capaces de sacarla del marasmo en que la coloca el avasallante poder concentrado en las manos de Chávez, aunado a la ausencia ostensible de figuras señeras, incapaz como ha sido la dirigencia tradicional de hacer propuestas, ofrecer proyectos y crear ilusiones que el electorado opositor, como Fuenteovejuna, esté dispuesto a hacer suyos.

Todo parece indicar que las próximas elecciones para la Asamblea Nacional constituyen una oportunidad histórica para golpear una de los más perversos poderes fácticos del régimen: el servilismo de la Asamblea ante la voluntad del “jefe”, facilitado, justamente, por el más grave error táctico cometido por la clase media: la abstención, extraviada como estaba en el año 2005 debido la torpeza de los líderes de los que usted dice que la oposición tiene muchos.

Pero…¿cuál ha de ser, en esta campaña electoral que se avecina, el discurso unitario de los candidatos de la oposición a ocupar la mayoría las 167 curules del Congreso para que el electorado los reconozca como portavoces de un proyecto distinto de país, garantía de eficacia en la gestión de la nueva legislatura y condición para que la votación haga justicia al descontento general por los gravísimos errores cometidos por el chavismo en los últimos meses?
¿Piensa usted que de la deliberación de esos 167 candidatos, por mejores personas que sean, pueden surgir esas propuestas, esos proyectos y esas ilusiones? Y si considera que sí es posible, ¿por qué hasta el presente no las han producido los partidos u organizaciones que los postulan? ¿O la misma Mesa de la Unidad?
Yo, por mi parte, creo que de no surgir un líder (o un liderazgo) que en un sumo esfuerzo creador sintetice las expectativas de la clase media y ponga a remolque a toda la oposición con las propuestas, proyectos e ilusiones para una fundar una nueva República, más eficaz y más justiciera, corremos el riesgo de tener que conformarnos con el camello mencionado al principio de estas líneas, bueno para seguir adelante en la travesía de este desierto, pero no el brioso caballo que necesitamos para emprender la carrera al encuentro con el futuro.

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