Opinión Nacional

Carta a un amigo cubano

Muchas gracias por tu carta.

Me alegra mucho que te haya parecido tan interesante –a pesar de algunas, como tu dices “leves diferencias conceptuales“– mi trabajo relativo a “las tendencias políticas en América Latina”. Si, yo tampoco pensé que se iba a divulgar tanto. Originariamente lo escribí, tu sabes, para esa conferencia de FES que iba a tener lugar en Berlín y de la cual me des- invitaron como consecuencia de lo que escribí (¡!). Luego se la envié a un par de amigos venezolanos, y parece que ha circulado mucho más de lo que yo esperaba. Bueno: Dios propone, y Bill Gates dispone. Comparto también tu entusiasmo sobre el artículo de Claudia Hilb, e incluso estoy de acuerdo contigo cuando me dices que ella trata el tema de Cuba de un modo más sensible que yo. Tu sabes, cuando yo escribo sobre política soy cualquier cosa, menos sensible; aunque tu opines lo contrario. Mi libro sobre Benedicto en cambio es, según quienes han leído ya los originales, “excesivamente sensible”, y lo es precisamente porque no es un libro político. También entiendo perfectamente tu asombro frente al hecho de que yo haya calificado al régimen cubano de fascista. ¿Qué si es una provocación?

Si Ramón, pero sólo en parte lo es. No lo es en el sentido de que yo me haya propuesto insultar (pese a lo detestable que es) al régimen cubano. Por cierto, el término fascista es un insulto, o ha llegado a serlo en la jerga política. Pero, en el contexto de un artículo analítico no lo es; no puede serlo. Es simplemente una categoría para precisar o definir a un determinado tipo de dominación totalitaria. Eso significa que, de acuerdo al historial del concepto “totalitarismo”, o los totalitarismos han sido comunistas, o han sido fascistas. Podríamos discutir largamente si hoy podemos aplicar el término totalitarismo a ciertos regímenes islámicos. Yo no creo como tú, que el de Irán, aún con esa flor de presidente que hoy tiene, sea un régimen (totalmente) totalitario (hay una oposición coordinada, y el presidente no representa toda la opinión de los chiítas). En cambio, yo sí estaría dispuesto a aplicar el término totalitarismo, en su exacto sentido “arendtiano”, al régimen de Arabia Saudita, y sobre todo, al de los militares islamistas de Sudán. También tenemos una deuda al no haber caracterizado los regímenes autoritarios post-comunistas (a los que en parte pertenece el “castrismo”). Del mismo modo yo pienso que no es aventurada la tesis que afirma que un totalitarismo comunista puede mutar en otro de tipo fascista. El régimen de Cauceuscu en Rumania, ya había consumado esa mutación en el propio mundo comunista. Y al que más se parece el de Castro es sin duda, el régimen que encarnaba Caeucescu. El de Lukashenko en Bielo-Rusia es también, sin duda, un régimen fascista. Como lo fue el de Milosevic en Serbia. Es decir: hay, evidentemente un fascismo post-comunista. El fascismo no es un capítulo del pasado superado por “la historia”. Existe el fascismo del siglo XXl.

Lo de China es otra historia: parece más bien ser una reedición post-moderna del “despotismo asiático” donde la energía atómica sería el equivalente de los “sistemas hidráulicos” de la antigüedad (¿te acuerdas del “renegado Wittvogel”?) Pero ese es, como te digo, otro cuento: algún día tendré que trabajar sobre eso si es que -las que tú llamas- “mis preocupaciones teológicas” me dejan algún tiempo.

Tu me dices que a pesar de tu condición de exiliado, tienes “inhibiciones” para hablar de un “fascismo cubano”. Pero, por otra parte, reconoces que la noción que heredamos del fascismo fue la “dimitroviana” (es decir, la estalinista) que vinculaba el fascismo con una determinada fase (la monopólica) del capitalismo, y que por lo mismo, hace del fascismo una caracterización económica y no política Yo creo que esa noción economicista del fascismo es la que te inhibe a ti, y a muchos no-simpatizantes de la dictadura cubana, no solamente a caracterizarla como fascista, sino que simplemente a caracterizarla.

Pero entonces Ramón, hablemos deductivamente: ¿qué es el régimen castrista? ¿Socialista? Fuera de Chávez pienso que no hay nadie, o muy pocos en el mundo, que crean en serio que “eso” que existe en Cuba después del fin de la URSS y de la caída del muro de Berlín, pueda seguir –incluso desde la perspectiva de lo que eran los impersonales “socialismos reales”– llamándose socialista ¿Una dictadura militar latinoamericana clásica? Si, es una dictadura militar, pero no es “clásica”, es decir, no puede ser puesta en la misma fila que Pinochet, Videla, Banzer; ni tampoco en la fila de Trujillo, Somoza o Batista. Las diferencias saltan a la vista. El de Fidel Castro es un sistema de “ideología única” cuyo poder altamente organizado está basado en organizaciones de bases (y de “masas”) unidas verticalmente (corporativismo) al Partido- Estado (comités revolucionarios, pioneros, mujeres, ”sindicatos”). El Partido- Estado es representado por un líder máximo, con propiedades carismáticas, puesto ahí por “la historia” para desafiar a un enemigo satánico (USA, en este caso). En ese país no hay prensa libre, no hay elecciones, no hay partidos, hay torturas, delaciones, asesinatos, en fin reina el terror, y eso quiere decir que a la nación cubana (bueno, todo eso lo conoces tú mil veces mejor que yo) le está prohibido “pensarse a sí misma” pues, de hecho, es pensada desde arriba. ¿Cómo llamar a “eso”?
¿O hay que inventar un nuevo término? Yo aceptaría tu invitación con gusto, pero ¿para qué inventar un nuevo término si ese término ya está dado, pues todas, todas, todas, las características del régimen cubano caben en ese término y ese término no es otro que fascismo?

Tú me dices que ya has leído a Laclau pero que te “niegas” a entenderlo (la verdad, él tiene la tendencia que padecemos muchos, la de decir las cosas más fáciles del mundo en difícil), pero no me vas a negar que en el análisis de la política como representación de antagonismos múltiples él “la pega”. Eso quiere decir, en la jerga mía, que así como los populismos pueden acontecer independientemente a cualquier “infraestructura”, el fascismo, que es una forma particular de populismo, también puede “suceder” más allá de todo condicionamiento básico económico, es decir, que el fascismo, como todo populismo, no es una “representación” del capitalismo, sino que “algo”, un “algo antipolítico”, totalitario y totalizador, nacionalista, histérico, personalista, agresivo, que se apropia de todo, incluso de la economía de un país, sea ésta socialista, capitalista o islámica, o todo junto a la vez. Ahora: Ese “algo” aunque surge a veces “desde abajo” (representación mitológica de antagonismos múltiples) cuando llega a “arriba” inicia una nueva toma de poder, no desde arriba, sino que “desde abajo”. Y esa es la diferencia esencial entre una dictadura fascista y una vulgar dictadura militar. Creo que me entiendes.

Pero quisiera volver a aquello que tú llamas tus “inhibiciones” las que creo comprender muy bien, pues hubo un tiempo en que yo también las tuve. Vamos por parte. Tu te refieres, y yo creo que muy bien, a “nuestra complicidad originaria” con la historia de Cuba (¿Me lo vas a decir a mí que hasta milité en un partido castrista?). Pero, sin tratar de exculparme, yo no pondría hoy el acento en la palabra culpabilidad, sino que en la palabra originaria. En este sentido yo creo que de algo me sirven mis nociones teológicas. Lo originario, alude a un “pecado” de inocencia (el no ser lo que deberíamos haber sido sí es que no hubiéramos sido humanos, es decir: seres falibles).

No voy a referirme, Ramón, a lo demasiado jóvenes que éramos (y lo éramos) sino que sobre todo a la juventud de la revolución cubana. Habían en verdad, a partir de esa revolución, muchos caminos abiertos.

Entre otras cosas, la revolución cubana abrió a muchos la posibilidad de ser revolucionarios sin ser estalinistas (y yo al menos, quizás por razones psicológicas no resueltas, quería ser revolucionario, aunque no estalinista). La segunda culpabilidad, y que es la que alude Claudia Hilb, venía por cierto de la creencia de que es posible modelar la arcilla social de acuerdo a un esquema de construcción social pre-escrito. Ello suponía la delegación de la construcción de “la historia” a quienes se asumían como sus escultores, en este caso Castro y los suyos. Por último, había una culpabilidad deducida de los esquemas que prevalecían en el pensamiento dominante (liberal y marxista) de la época, y esta no es otra que la de pensar que los cambios socioeconómicos son una condición de la libertad humana, sin saber todavía que la libertad humana es un bien que se justifica por sí mismo, aunque también puede ser una condición para idear deliberativamente, determinados cambios socioeconómicos. Ahora, como tu puedes observar, esas tres “culpabilidades” tienen algo en común. Las tres son antipolíticas, de modo que si quisiéramos resumir las tres en una, deberíamos decir que el problema residía en la incapacidad de nosotros, digamos, los de “la izquierda”, para pensar políticamente. Y no podíamos pensar políticamente porque esa izquierda era revolucionaria, y hacer una revolución significa, suspensión de lo político en nombre de lo político. Para decirlo casi en una fórmula: nuestra inhibición (incapacidad, negligencia, irresponsabilidad, culpabilidad, complicidad) deviene del hecho de que confrontarnos radicalmente con la revolución cubana significa nada menos que confrontarnos con “la idea de la revolución”. Es decir, siempre estaremos dispuestos a criticar el “terror” que viene después de cada revolución, pero sin criticar la fuente productora del terror que es la revolución misma. En breve: la revolución nos era más importante que la libertad.

Después vino el Che, su romanticismo selvático, su erótica presencia, su seductora criminalidad. Sobre esa “magia” ya hemos hablado mucho Ramón, y no voy a repetirme.

Pero después de eso, nos enredamos todos, por un largo tiempo algunos; otros, para siempre.

Pero con la libertad, tu sabes, sucede lo mismo que con el amor. Sólo se le reconoce en lo que vale cuando se lo ha perdido. Y después que la perdí, a la libertad, comencé, primero a amarla (desearla); y en segundo lugar a entender, al fin, que la libertad en nuestro tiempo sólo puede ser realizada en el marco de instituciones democráticas. Nadie ama tanto a un amor sino que sólo cuando se lo ha perdido (escribió un cierto poeta manco) Entonces, recién, los entendí a ustedes, a los cubanos que se iban o huían, y así supe que ustedes no eran gusanos (en el vocabulario de vuestro Gran Hermano), sino seres libres, autónomos y soberanos. Más aún: desde que cultivo el jardín de mi casa, comencé a cuidar a los gusanos, pues sin ellos, ecológicamente hablando, no habría tierra fértil. Los que matan gusanos, destruyen los jardines y los convierten en desiertos. El totalitarismo no es más que el desierto de la política; eso ya lo sabía yo, antes aún de entrar a la filosofía política de Hannah Arendt . También comprendí, Ramón, que el culto a los héroes, era pura idolatría, y comencé a entender mejor a los contra-héroes, incluso a los vuestros: a los Matos, a los Mora, a los Padilla, a los Cabrera Infante, a los Franqui, a las Zoé Valdez, a los Rivero, a los Piñera, a los Díaz, a los Valladares, a los Boitel, a las Fraydea, a los “gusanos”, a los supersticiosos, a los que derraman sangre de gallina para que los salve del destino (Castro y su hermano) a los brujos, a los balseros, a los que cruzan el océano y se exponen a las agonizantes diatribas de los García Márquez y de los Saramágos (viles cortesanos), a ti mi querido amigo, que se que amas a Cuba más que al ron que bebes cada noche soñando con tu malecón encarcelado.

Los fui entendiendo a todos, y seguí entendiendo, aún más atrás, a los Grau San Martín, a los Prio Socarraz, más aún, a Guiteras, a la Magnífica Constitución del 40 –la más democrática dictada en la América Latina de mitad de siglo, y que, porque nunca se aplicó, ustedes la llamaron “La Constitución Virgen”– al mismo Castro del M.26.J., e incluso a vuestro Martí, que tiene que ver tanto con el Martí de Castro como con el Bolívar de Chávez; es decir, nada.

Pero, después de todo eso tu pensarás, que si Cuba es fascista, se trata de un país pequeño, sin gran significación internacional. ¿Para qué gastar entonces tantas palabras? Hoy Castro no tiene ninguna URSS que lo financie, y los tiempos de la “revolución continental” ya quedaron muy atrás.

Pequeños fascistas hay en verdad muchos en este mundo, Ramón; y Castro no sería más que uno entre tantos, sino hubiera sido porque el fascismo de los hermanos Castro no se hubiera recientemente vinculado con el vulgar- fascismo de los etnicistas (que están detrás de Evo Morales y los hermanos Humala) y con el aún más vulgar “fascistoísmo” de los petroleros ultra-anti -occidentales (Ahmadinayah, Chávez) apoyados, por si fuera poco, por ciertos “izquierdistas” europeos, quienes imaginan que todavía existe un espacio de realización (Tercer Mundo) para sus complejos antipolíticos. Pero hay otra razón para ocuparse hoy de Cuba y esa tú la conoces muy bien. Cuba es parte de nuestro pasado, y ese pasado sólo ha sido reprimido, y todo lo reprimido, vuelve alguna vez. La tesis de Freud se está cumpliendo. Cuba, o por lo menos sus fantasmas, han regresado. El pasado de Cuba sigue viviendo en el presente. Creo que una vez te lo dije: Cuba no sólo es un punto geográfico; es también, y sobre todo, un lugar (oscuro) de nuestra conciencia.

Mi querido Ramón, yo sé que me voy a entrometer en tus dominios lingüísticos, aunque tu también lo haces en los míos, que son, más bien, “político-lógicos” (como tu afirmas) Esa intromisión es la que me permite llegar al segundo punto de tu argumentación con relación a Cuba: la de no traicionar el pasado (me lo dices precisamente tú, quien para salvar tu libertad arriesgaste tu propia vida, al huir de Cuba). Lo del pasado no me importa, lo que me importa es el término traición, del cual, aunque te asuste, no me voy a defender. Pues yo opino que el pasado será siempre traicionado por el presente, de tal modo que para usar tu propia lógica, me permitiré de-construir el término traición, pues la traición siempre ocurre en un presente en contra de un pasado. Pero díme antes una cosa, una sóla cosa: ¿Hemos de ser fieles siempre a nuestro pasado? ¿Y por qué? Si la respuesta es no, significa que de una u otra manera, siempre estamos traicionando nuestro pasado, lo que en política no importa mucho, porque en política lo que es pasado, ya ha pasado (creo que te estoy casi citando). Si la respuesta es sí, significa que estaremos siempre atrapados por el pasado (sí: de alguna manera lo estamos siempre, pero intentamos liberarnos: y eso se llama vivir) . Te voy a contar, para abreviar, una anécdota:
Discutiendo con un socialista chileno- socialista, él me decía con relación a Cuba, algo parecido a lo tuyo: “nunca nos podremos divorciar de nuestro pasado, y en nuestro pasado político, está Cuba”. Yo simplemente lo quedé mirando, y el tipo, como que de pronto, entendió. Resulta que ese político chileno se ha separado ya de cuatro esposas; lo que en ningún momento yo -entiéndase bien- condeno. Lo único que me pregunto -y eso es lo que él, me parece, entendió- es porque a él le resulta más difícil divorciarse de Castro que de cada una de las cuatro mujeres que él ha tenido. ¿Es que el mundo político se encuentra en otro planeta donde rigen leyes distintas que en el que vivimos? ¿Debemos en política ser fieles a nuestro pasado hasta el último momento de nuestras vidas?

No deja de ser irónico: quienes como ese chileno sacralizan al pasado político, son, en su gran mayoría, desde el punto de vista religioso, no creyentes, es decir, agnósticos e incluso ateístas. Es decir, se trata de personas que han optado por sacralizar a lo político, pues han perdido o no tienen los lugares reales de toda sacralización. A ningún sacramento se le puede des-sacramentalizar, desde cualquiera perspectiva religiosa. En eso estoy yo de acuerdo, sobre todo a partir de mi retorno al estudio del cristianismo al que tu dices respetar, aunque no entender. Pero precisamente, porque existe un espacio sacramental, que es el de las religiones, existen espacios que no son ni deben ser sacramentales, entre ellos, los de la política. Y yo diría: sobre todo los de la política. Pues el espacio de la política es el lugar para lo nuevo, para lo que debe ser fundado, o re-fundado, es el lugar de la -toma -de -posiciones, las que siempre han de ser diversas, pues los acontecimientos frente a los cuales nos posicionamos políticamente son siempre diversos, nuevos, interruptores, inoportunos, sorpresivos. Quien no entienda eso, no entiende de política, nada. Eso, que es siempre distinto a sí mismo, ese siempre ahora y aquí (nunca un para siempre) es el espacio de la dimensión política. Ese es el que nunca puede ser sacramentalizado, porque los sacramentos han sido hechos para un solo tiempo (que es el de la eternidad) y no para tiempos múltiples, como son los de la política.. Quienes quieren sacramentalizar a lo político, solo revelan la terrible ausencia de religión que los persigue, ausencia que es tan grande, que al final los lleva a religiosizar lo que nunca debe ser religioso: el espacio político, que entre otros nos los dio Dios para que lo disputemos, no para que lo sacramentalicemos. Ahora, Ramón: aquello que vale para la práctica política, lo vale aún con mayor fuerza en la llamada práctica intelectual.

Tu sabes que en otro lugar he afirmado que cada concepto nuevo traiciona a un concepto antiguo. Y nosotros, quienes trabajamos con conceptos, estamos expuestos a llevar a cabo esas arteras traiciones, pues si no traicionamos a los conceptos, terminamos traicionando a nuestra profesión; y eso sí que es grave. Esos conceptos que traicionamos, al substituirlos por otros, habitan, por cierto, en el pasado. Y cuando esos conceptos no se dejan traicionar, hablamos entonces de conceptos petrificados. Un conjunto sistematizado de conceptos petrificados, es lo que llamamos ideología. Esas, las ideologías, al ser conjuntos (sistemas) petrificados, impiden pensar. De tal modo que quien piensa ideológicamente, es sólo pensado por su ideología. Luego, para pensar, tenemos que des-ideologizar (despetrificar) los conceptos que usamos. Y en eso consiste precisamente nuestro trabajo cotidiano. Ahora, esa despetrificación ( traición) no sólo es un medio para pensar: esa despetrificación es el pensamiento. Pensar es traicionar a nuestros propios conceptos para no traicionarnos a nosotros mismos. Entonces, si uno llega, por analogía, por deducción, por análisis, mediante el uso de las tipologías, o incluso por intuición, a un concepto nuevo, tiene que decirlo, porque, por lo menos yo (y yo sé que tu también) no soy político. Es decir, soy una persona política, que se interesa por política, que emite opiniones, vota o se abstiene, y por si fuera poco, que escribe de política. Pero yo no soy un político. Mi profesión es otra. Es por eso que desde mi profesión no puedo entender muy bien aquello que piensas cuando me escribes: “Aún aceptando hipotéticamente que en Cuba hay fascismo, no me parece oportuno decirlo (las cursivas son mías) en un artículo cuyo centro está puesto en otro punto, y ese punto es el de la formación de un núcleo antidemocrático en América Latina”.

Lo que no entiendo Ramón es si ese “no me parece oportuno decirlo” está pensado desde una perspectiva literaria, o desde una perspectiva política. Si lo está desde la primera perspectiva, acepto tu opinión. Cada artículo es una construcción, y cada construcción requiere de un centro, e introducir más de uno, es descentralizar un artículo (lo que está permitido en un libro, no lo está en un artículo; OK). Incluso pienso que ese fue un error literario mío, y lo asumo. Pero, si ese “no me parece oportuno decirlo” está dicho desde una perspectiva política, debo discrepar radicalmente contigo. Antes que nada debo discrepar, porque yo no soy político de profesión, es decir, no estoy obligado a decir las cosas cuando yo solo crea que es oportuno decirlas. Un político, en cambio, está obligado a ser oportuno, y si no lo es, es un pésimo político. Un intelectual en cambio, está éticamente condenado a ser casi siempre inoportuno. Eso significa, que lo que desde la profesión intelectual es correcto, puede que, en algunos momentos, no sea políticamente correcto. Y hay que asumir esa posibilidad, a menos que nos convirtamos en “intelectuales orgánicos”, es decir, en perros guardianes de algún poder político. Por supuesto, la verdad, en toda su dimensión, la conoce solo Dios. Pero la certeza –que es algo así como la verdad a escala humana– uno debe decirla apenas sienta que esa certeza es cierta, y aunque el mundo se venga abajo (bueno, tu sabes, tengo cierta tendencia a dramatizar). Esa es nuestra profesión; incluso nos pagan por eso.

Para terminar esta ya muy larga carta, algunas anotaciones al margen:
1. – Yo no escribí que Chávez era fascista, sino que fascistoide, y eso es algo distinto.

2. – No, todavía nadie ha criticado mi alusión al “fascismo cubano” con el argumento de “las grandes conquistas sociales de la revolución”. Voy a leer, por si acaso, el libro que me indicas en donde se habla de los logros sociales en la Italia de Mussolini, que parece, fueron muchos. En verdad, todos los regímenes fascistas han realizado una portentosa política social. De acuerdo, parece ser esa una condición de los regímenes fascistas (“el imperio de la necesidad que destruye el reino de la libertad”: es una buena imagen tuya)
3.- Si. Sería bueno que nos encontremos. Ojalá te resulte lo de Frankfurt. Yo no tengo ningún proyecto de viaje a Barcelona, por lo menos no en Junio, entre otras cosas porque Ronaldinho estará aquí en Alemania, y no en Barcelona. En Junio cierro las puertas del intelecto y de la política y me dedicaré sólo al fútbol (para un cubano, algo incomprensible).

4.- Por solidaridad con la disidencia cubana estoy dispuesto por un día a traicionar al vino tinto, y aceptaré tu invitación al blanco. Y ojo: sólo quien me conoce sabe el valor de esa concesión. Y repitiendo tu consigna, me despido con un abrazo:
Patria y Vida: venceremos

Fernando

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