Opinión Nacional

Carta al deificador de Chávez

“Usted pertenece, según todas las apariencias, al conglomerado de machos y hembras que miran con respeto las estatuas de esos prohombres que adornan las plazas públicas y deploran que las caguen las palomas, y es capaz de madrugar y esperar horas para no perderse un buen sitio en el Campo de Marte en el desfile de los soldados los días de efemérides, espectáculo que le suscita apreciaciones en las que chisporrotean las palabras marcial, patriótico y viril. Señor, señora: en usted hay agazapada una fiera rabiosa que constituye un peligro para la humanidad” (El protagonista de Los cuadernos de don Rigoberto de Mario Vargas Llosa, p. 246)

Señor Tarek William Saab: por fin tengo una sospecha de quién fue el que escribió la carta que Chávez le envió a los magistrados de la extinta Corte Suprema de Justicia. Se me antoja que fue usted. Esa inferencia se me hizo casi evidente cuando leí su Educador del Patriotismo, que apareció en la página D/3 de El Nacional del Sábado 1° de abril de 2000, en ¾ partes de una página de publicidad.

Aparte de las cuestionables citas de autoridad que usted hace en su panfleto, cuya pertinencia no resistirían un análisis más o menos serio, maneja conceptos muy peligrosos sobre la función del Presidente de la República, que me mueven a elaborar estas líneas críticas sobre las bultosas incongruencias y adefesios en los cuales usted dice creer. A Chávez nadie lo ha elegido el ungido del patriotismo, sino Presidente de la República, que yo sepa.

¡Ojalá nunca se llegue a materializar lo que usted desea para la República que por cuestiones accidentales compartimos! Propone usted una “ética” y una “política”, personalista, totalitaria, única, que atenta contra la individualidad, la racionalidad y la libertad, ejes de la civilización humana y humanizante. Confunde, distinguido quintarepublicano, ética con una ideología militarista y mesiánica. La ética, lea usted a Savater, trata sobre una reflexión personal, íntima, a través de la cual el ser humano se siente dueño de su libertad y decide ejercerla responsablemente, buscando la “buena vida” y consciente de la existencia del otro, del vecino, del prójimo, conciencia que le permite asumirse como individuo.

Cree usted en un movimiento de salvación nacional liderado por un hombre que -y no tengo la intención de faltarle el respeto al cargo que ocupa- de acuerdo con la demostración que ha hecho de sus (in)capacidades, habría que sacarlo de Miraflores y nombrarlo Presidente de la Junta Parroquial de Sabaneta, pero que por las perversiones de nuestra vida ciudadana ocupa la magistratura más importante de nuestra República.

Sus ideas, “darwinianas”, “spencerianas” y “dialécticas” -lo cito- no tienen ningún viso de racionalidad, sino de religiosidad. Usted no propone una lucha política, sino una cruzada religiosa en contra de quienes, de acuerdo con su mentalidad tercermundista, considera culpables de nuestra situación de pobreza intelectual y material. ¡Diablos! No sabía cuántas cucarachas rondaban su cerebro. No me imaginaba que un civil, “luchador” por lo derechos humanos, para más señas, pudiera llegar a elaborar ese monumento a la ignorancia y la barbaridad, desde el punto de vista político. Imaginaba que sus conocimientos sobre derechos humanos, que se fundan en la racionalidad, razonabilidad y libertad, fungían como coraza, como suele ocurrir, ante las “tentaciones totalitarias” que se manejan en su revolución, que no es la mía y jamás la será.

Usted cree y cita a su Capitán, que los gobiernos forman, de manera vertical, la moral de los pueblos, y no en lo contrario. Propone una educación pública dirigida y conducida por alguien dueño de la virtud, de la virilidad y de la sabiduría. Sostiene la herencia de la virtud. Predica la mitología histórica que ha provocado que los venezolanos desconozcan la historia real. Hace su altar con Bolívar, Róbinson y Zamora, tal como los católicos lo hacen con el dogma del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, cosa que Manuel Caballero se encargó de desenmascarar desde los tiempos de las intentonas golpistas. Profesa usted fe en “estructuras éticamente superiores”, a través de acciones de los grandes hombres de la revolución. En definitiva, usted es un teólogo chavista y no un político cuyas ideas me merezcan respeto.

¿Qué le pasa amigo Tarek? ¿Qué es eso? ¿No sabe el daño que le está haciendo a sus coterráneos al convertirse en el teorético de una revolución que no sueña ni explica al venezolano? ¿No se da cuenta de que se está convirtiendo en un fascista, nazista y autoritario inconsciente, como dijera el Presidente de Brasil de Chávez?
La política de nuestros tiempos no sueña con “convertir” a los individuos, con conducirlos hacia un “mar de felicidad”, con “moralizarlos” y hacerlos nacer de nuevo (propia de los tiempos de Pol Pot, Revolución Cultural, fascismos y nazismos); la política de nuestros tiempos se preocupa por crear mecanismos, instituciones, principios, formalidades, que permitan un grado de convivencia decente, civilizada. Y digo civilizada, se lo escribo en mayúsculas, CIVILIZADA, que no significa otra cosa que una vida en común fundada en el respeto de la individualidad, la racionalidad y la libertad. Un “vivir en común” que le permita al ser humano desplegar sus potencialidades físicas y espirituales, centradas en su libertad y responsabilidad, es decir, en su soberanía individual. Usted propone lo contrario, una vida individual menesterosa, dependiente del grupo, del colectivo, de la nación, y le faltó poco por decir que el individuo no vale nada frente a los intereses de la comunidad, como aquel teórico del Nazismo, pero me temo que quizás lo piense.

Nosotros no necesitamos de salvadores de la patria, nosotros no requerimos que nos enseñen una virtud mítica; pero sí estamos urgidos porque se gerencien bien los asuntos públicos, y se nos brinden espacios para la lucha por nuestro propio bienestar. Que se nos permita ser responsables de nuestras propias vidas. No queremos profesores con autoridad que pretendan internalizarnos una moralina inventada por trasnochados colectivistas gregarios y quiméricos igualitaristas. Comiencen por respetarnos como ciudadanos, que no se nos hable como si fuésemos imbéciles, que no se dirijan a nuestros instintos, sino que se nos den las herramientas para hacer nuestras vidas como mejor lo consideremos, y no se conviertan en estorbos, en “conductores de nuestras vidas”.

Antes que profesores internalizadores, tenemos la urgencia de facilitadores, de personas que nos inviten a pensar, a reflexionar, a buscar la verdad, no la tuya ni la mía, como diría aquel gran poeta, sino la verdad.

Fundar un movimiento político en una religión patriótica, engendra graves peligros para la vida republicana. Patriotismo “is the last refuge of a scoundrel”, nos dice el Doctor Jhonson, citado por don Rigoberto. Un pueblo patriótico es sinónimo de un pueblo rezagado en la historia de la humanidad, cronológicamente fuera del presente, a menos que entendamos el patriotismo como el amor a la República, antes que amor a los prohombres de la historia, como nos enseñara Luis Castro Leiva. Pero el patriotismo que usted propone es un amor a hombres, no a instituciones ni a ideas ni a principios, y allí está el peligro que encierra para nuestra vidas demócratas. Invítanos a amar a la libertad, el control y equilibrio entre los poderes, la legalidad, la descentralización política, la eficacia y eficiencia de la Administración Pública, la tolerancia, el respeto por los derechos humanos, la responsabilidad en el ejercicio del poder, en resumen, invítanos a amar la República, la Democracia y sus instituciones, pero no a héroes. ¿Le es muy difícil entender que con el culto a Bolívar no resolvemos nada? ¿Es mucho pedir que nos hable de política y no de religión? ¿Se le quemaría una neurona si conviene en que el hombre es el demiurgo de sí mismo y no es fabricado ni conducidos por fuerzas que usted llama “estructuras éticas superiores”? ¿Se le fundiría el cerebelo si reflexiona que la civilización (humana y única) se basa en la “soberanía del individuo” entendida en relación con todas las “soberanías” de cada uno de los seres humanos? ¿Será muy difícil dejar de creer en conspiradores en contra de nuestro bienestar y buscar las causas de nuestra situación en las fallas e inconsistencias de nuestras propias vidas?
Sí. Seguro. Si a usted se le ocurre leer estas líneas, de inmediato se le antojará que soy una “viuda del puntofijismo”, en su práctica cotidiana del insulto y la descalificación, signo de la intolerancia por la disensión y la discusión de ideas, propia de posturas fundamentalistas. Pero le advierto que una calificación semejante me importaría un pepino.

Muchos sudores patrióticos, amigo Tarek.

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