Opinión Nacional

Cerebros que emigran del sur

Ocho de cada diez haitianos y jamaicanos con título universitario viven fuera de sus países y más de la mitad de los profesionales universitarios de América Central y del Caribe también viven en el extranjero. En un mundo global e interdependiente, la ‘fuga de cerebros’ es una realidad. Se trata de la emigración de profesionales con estudios superiores, desde los países empobrecidos a los más ricos. Los trabajadores con esta formación suponen casi el 35% de todos los emigrantes. Desde los primeros años de este siglo, hay más de 25 millones de trabajadores cualificados que viven en un país distinto al de su nacimiento; más del 82% lo hacen en países de la OCDE.

Las cifras son significativas. El 23% de los médicos formados en África subsahariana trabaja en países ricos. Tal como destaca Enrique Lluch, profesor de Economía de la Universidad de Valencia, hay más enfermeros de Malawi en Manchester que en el propio Malawi. Y más médicos etíopes en Chicago que en Etiopía. Como ejemplo, hace dos años, Kenia perdió 2.998 enfermeros graduados, que emigraron sobre todo a Estados Unidos y a Gran Bretaña. En la última década del pasado siglo, unos cien mil informáticos indios salían anualmente de este país; considerando que su educación superior le costaba al estado alrededor de 20 mil dólares, se estaban perdiendo anualmente dos mil millones de dólares.

Al perder parte de su personal mejor formado, los países emisores de estos emigrantes ven reducida su capacidad de crecimiento. Se pierde todo el dinero invertido en educación en los jóvenes; también se pierden ingresos tributarios, y con ello se reducen las posibilidades del sector público. Pero los efectos negativos también repercuten en los que se quedan. Se produce lo que se suele denominar «emigración intelectual». Es la de los profesionales que permanecen en el país pobre, pero orientan su trabajo y sus esfuerzos intelectuales hacia materias y campos que interesan a los países ricos. El prestigio académico, la posibilidad de viajar o recibir ingresos extras impulsan a estos profesionales a trabajar para intereses que ayudan poco a la población más pobre de su nación.

Hay pocos elementos positivos en este proceso: que se potencie la educación, al verla los nativos como una posibilidad de mejora, la recepción de transferencias monetarias, el incremento de las relaciones económicas, etc. Los beneficiados por este capital humano son los países ricos receptores: les permiten aumentar el crecimiento y el bienestar, pues aportan trabajo muy productivo a precios normalmente más baratos que los del lugar, y llegan a incrementar la recaudación de impuestos del estado receptor. También les permite suplir las necesidades que tienen de profesionales en áreas sensibles como la sanitaria, cuando su propio sistema educativo no ha sabido o podido formarlos. Y todo ello lo obtienen sin haber gastado dinero alguno en estos nuevos profesionales, que llegan al país como llovidos del cielo dispuestos a dar mucho sin recibir demasiado.

Como promedio, en los países con más de 30 millones de habitantes, el éxodo de profesionales y personal cualificado es inferior al 5% de toda la población con estudios universitarios. Esto se debe a que dichos países tienen una gran población de personas bien preparadas, de modo que aunque emigren muchos, la proporción es, de todas maneras, pequeña. Es el caso de países como China, India, Brasil o Indonesia, por ejemplo. En cambio, en África Subsahariana, los trabajadores más cualificados son sólo el 4% de toda la fuerza laboral, pero estos trabajadores constituyen más del 40% de la gente que se marcha del país.

No hay recetas infalibles para frenar este éxodo. Cada país debería formar adecuadamente a los docentes, técnicos y maestros, asegurándoles el reconocimiento social necesario, y una remuneración económica suficiente.

La idea principal es la reducción de desigualdades entre los países de origen y los de destino de estas personas. «Sólo un cambio de paradigma económico, afirma el Profesor Lluch, en el que las naciones más ricas se replanteen su principal objetivo económico para sustituirlo por otro más relacionado con el bienestar y con una visión global del desarrollo, podrá llevar a la reducción real de las desigualdades y a políticas que frenen la fuga de los mejores formados de los países más pobres».

Periodista

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