Opinión Nacional

Chávez el reaccionario

Entre los muchos cambios que produjo el gobierno de la Junta Revolucionaria de Gobierno, presidida por Rómulo Betancourt (1945-1948), la implantación del voto directo, universal y secreto fue fundamental para acelerar la transformación democrática del Estado y la sociedad venezolana. Hasta entonces, a pesar de las reformas de los gobiernos de López Contreras (1935-1941) y Medina Angarita (1941-1945), el voto popular estaba restringido en cuanto al nivel de representación (sólo existía para elegir concejales y diputados regionales) y en cuanto  a quiénes lo podían ejercer (sólo los varones mayores de 21 años que supieran leer y escribir).

Fue el 27 de octubre de 1946, en ocasión de elegir la Asamblea Nacional Constituyente, cuando el pueblo todo pudo participar en la formación del poder público. Entonces,  las mujeres y los analfabetas votaron por primera vez, nada menos que para elegir a los diputados que redactarían la muy innovadora Constitución de 1947.

Ni siquiera el régimen  militar que desplazó al Presidente Constitucional Rómulo Gallegos (febrero- noviembre 1948) logró revertir la conquista del voto  universal y directo. Si bien los cuerpos deliberantes volvieron a ser nombrados por el Poder Ejecutivo, la dictadura de la época (1948-1958) se vio obligada en dos ocasiones a recurrir (aspirando a ser legitimada) a las elecciones generales. Tanto en la ocasión del fraude de 1952 como en el tramposo plebiscito  de 1957, todos los venezolanos mayores de edad, sin discriminación de sexo o grado de instrucción, pudieron participar.

Siempre será un retroceso escamotear el voto  para dar paso a formas que quedaron en el pasado. El voto popular es una conquista establecida desde hace más de 65 años. El país aprendió a votar y por eso la mayoría protesta contra las manipulaciones del CNE y no entiende los obstáculos que le ponen para expresarse. La democracia en este aspecto tiene grados y siempre será más democrático un partido o  un grupo que permita que todos sus miembros participen en la escogencia de sus dirigentes.

Es cierto que en algunos momentos pudiera convenir, por razones de estrategia,  que una organización decida otro método para escoger sus portavoces o responsables. Pero nunca se podrá decir que tal método sustitutivo del voto directo, universal y secreto sea más democrático o progresista. Cualquier forma de elegir que no sea mediante la participación de todos los miembros o militantes de las organizaciones o partidos será menos democrática.

Las encuestas pueden orientar pero no sustituyen la opinión expresada en el voto que se cuenta una vez abierta la urna electoral. El consenso tampoco es un método que le gane en representatividad ni legitimidad a la elección popular, por más acompañado que esté de análisis y justificaciones. Mucho menos democrático es el dedazo del jefe (“destape” era llamado en el México del PRI de la “dictadura perfecta”, cuando el Presidente elegía a su sucesor) para escoger un funcionario que debe ser electo popularmente.

Pero el colmo del atraso y de la reacción es que en un partido que dice practicar la “democracia participativa y protagónica”, el jefe se autonombre candidato presidencial eterno e insustituible. En el PSUV no hay convención, congreso ni cogollo que haya elegido a Chávez su candidato presidencial. Ni siquiera se hizo el amago de un proceso de aclamación del líder autoerigido. Por lo menos en los años del general Gómez (1908-1935) aparecían remitidos en la prensa donde “los abajo firmantes” expresaban su adoración eterna al caudillo. Hoy, Chávez no permite ni siquiera que se hablen de su relevo, aun en medio de la incertidumbre de su enfermedad.

¿Hay mayor retroceso o peor actitud reaccionaria que hacerse elegir candidato a Presidente sin consultar ni a sus más cercanos seguidores? ¿Sigue siendo la “parada” militar (la fracasada de febrero de 1992) el único mérito de Chávez para seguir en la Presidencia? ¿No era esa la forma en que los caudillos del siglo XIX se destacaban?

Por eso le molesta tanto el dramático contraste con lo que sucede en el  mayoritario sector opositor. Que la disidencia democrática se haya puesto de acuerdo para elegir su abanderado para las elecciones de octubre con el método más democrático posible, lo tiene más fuera de sí que de costumbre.

El próximo 12 de febrero, por encima de manipulaciones gobierneras y de encuestólogos, los electores venezolanos no alineados con la desvergüenza militarista elegirán su candidato mediante el voto popular, directo y secreto: la mejor y más democrática forma de elegir un Presidente.

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