Opinión Nacional

Chávez, exégeta bíblico

En sus últimas alocuciones el teniente coronel ha venido adoptando ciertos aires de predicador secular y, al igual que los oradores religiosos, acude a los libros sagrados, armado de pinzas, para extraer de ellos el versículo ad hoc que le sierva de base para la homilía del día. Aquí me voy a referir específicamente a la ocasión de su discurso en la ceremonia de inauguración de su nuevo mandato. Ante su auditorio, en el que se encontraba el cardenal Urosa Savino dijo el presidente, a manera de reto: “Yo no estoy inventando cuando digo que Jesús, mi Señor, es uno de los más grandes socialistas de la historia”. Y, para sustentar su afirmación, con toda parcimonia, abrió una Biblia y leyó, salteando, algunos versículos de Los Hechos de los Apóstoles en los cuales, refiriéndose a los primeros cristianos, San Lucas escribió: …“ninguno tenía cosa propia, sino que todo lo tenían en común” (Hechos 4, 32). Luego, para sustentar su afirmación, saltándose una cuantas líneas del texto bíblico, volvió a leer: “vendían sus propiedades y bienes y (…) los repartían según las necesidades de cada uno” (Hechos 4, 35). Entonces le dijo directamente al arzobispo: “esto no es socialismo, señor cardenal, esto es comunismo, y agregó: “El cristianismo es eminentemente socialista, así que ningún cristiano, ningún católico debe alarmarse”…
A renglón seguido Chávez pasó al capítulo 5 y recordó, a su manera, el ejemplo de Ananías, personaje que, al momento de intentar sumarse a la naciente comunidad cristiana, y aparentando hacer lo mismo que Bernabé, vendió su hacienda y –en complicidad con su mujer Safira– en vez de depositar el valor íntegro de la venta a los pies de los apóstoles, “sustrajo una parte” (…) “en seguida –dijo el Presidente– cayeron fulminados por la ira de Dios a causa de su corrupción”… y enfatizó, en su permanente actitud de estar “sobrado”: ¡Que expire la corrupción!… ¡Por el amor de Dios lo pido, luchemos a muerte contra la corrupción, en todos los momentos, en todos los niveles, hagámoslo!”… ¡Que así sea!, digo yo, ya que ese es un mal que hay que extirpar de raíz, y abunda en su tren de gobierno.

Pero, al citar el pasaje bíblico, el Presidente no recordó la regla de oro de toda exégesis: “texto sin contexto, es un texto adulterado”… por eso cometió un grave error. Omitió leer una parte del texto completo que es esencial para su correcta interpretación: la admonición que San Pedro le hizo a Ananías; veámosla:
“Ananías, ¿por qué se ha apoderado Satanás de tu corazón moviéndote a engañar al Espíritu Santo, reteniendo una parte del precio del campo? ¿Acaso sin venderlo no lo tenías para ti, y vendido no quedaba a tu disposición el precio del campo? ¿Por qué has hecho tal cosa? No has mentido a los hombres sino a Dios.” Al oír Ananías estas palabras fue cundo cayó y expiró. (Hechos 5, 3-5). Lo mismo le sucedió tres horas después a su mujer cuando llegó a la reunión.

Con la omisión de ese contexto el presidente falseó el texto y por eso llegó a una conclusión equivocada: el presunto “comunismo” de los primero cristianos. En las palabras de San Pedro (que era el “máximo líder” de la primera iglesia cristiana de Jerusalén) queda claramente demostrado que los esposos no estaban constreñidos a vender sus bienes particulares ni a entregar el precio de la venta a la comunidad… Ananías y su mujer no fueron fulminados por “corruptos” como sostuvo el Presidente, sino por “mentirosos” e “hipócritas”, por querer quedar como “generosos” al entregar toda su hacienda y a la vez pretender engañar al Espíritu Santo reteniendo parte ese dinero que no estaban obligados (ni por la comunidad, ni mucho menos por el Estado) a transferir a la iglesia.

Lo que los primeros cristianos practicaban voluntariamente y por razones éticas, no era el comunismo sino la caridad para con los pobres o los más necesitados, que es algo muy distinto; y esa virtud es concebida por San Pablo como la más excelente de las virtudes:
“Si repartiere toda mi hacienda y arrojare mi cuerpo al fuego, no teniendo caridad, de nada me aprovecha.

“La caridad es paciente, es benigna; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha, no es descortés, no es interesada, no se irrita, no piensa mal, no se alegra con la injusticia, se complace con la verdad, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo tolera.” (1 Corintios 13, 3-7)
La “prédica” del “socialismo del siglo XXI”, en la boca de Chávez, es precisamente todo lo contrario; es el antónimo de la caridad, ya que su discurso para justificarlo no tiene ninguno de los atributos positivos que el apóstol le asigna a aquella virtud cardinal: porque en todas sus intervenciones para tratar de explicarlo (sin haberlo logrado) la palabra del Presidente no es paciente, no es benigna, es envidiosa, es jactanciosa, se hincha, incita a la injusticia, miente continuamente… mal puede, pues, decir que él se inspira en: “Jesús mi Señor, uno de los más grandes socialistas de la historia”.

Pero hay algo más: aparte del corto pasaje utilizado por el Presidente, nada más sabemos en detalle y en firme sobre la suerte que corrió esta sociedad “cristiana-comunista” de Jerusalén, salvo que algo más tarde, tuvo que recurrir al auxilio de otras iglesias formadas, no en el seno, de la comunidad judía, sino en el de “la gentilidad”, (los gálatas, los babilonios, los tesalonicenses…) y hubo que hacer colectas en ellas, porque los miembros de la primera iglesia, la de Jerusalén, se estaban muriendo de pobreza y de hambre; era, pues, notorio que no habían tenido éxito en el método de “vender sus propiedades y bienes y luego repartirlos según la necesidades de cada uno”…No tenían nada, porque nada producían y el que nada tiene, nada puede repartir. El presunto “comunismo” inicial no les dio los resultados esperados. (Gálatas 2,10; 2 Corintios 8-9).

Finalmente, quiero recordar que Ananías, –lo repito– no fue fulminado por “corrupto” sino por “mentiroso” e “hipócrita”, y eso ha dado pie para que, en nuestro castellano coloquial llamemos Ananías a todos los mentirosos. Este nombre es una variación en griego del hebreo Hananiah, y en el Antiguo Testamento se cita a más de una decena de individuos que portaban ese nombre; pero lo curioso es que el más notorio de ellos es un profeta “mentiroso”.

Contrariamente a lo que predicaba Jeremías, Ananías predijo la pronta liberación del pueblo judío de las garras del imperio babilónico. Por la diferencia de criterios, hubo un altercado entre ellos y un día Jeremías (el verdadero profeta de Dios) le dijo a Ananías:
“Escúchame tú: Yahvé no te ha enviado y tu has engañado a este pueblo dándole una falsa seguridad. Por eso así habla Yahvé: Yo te despido de sobre la tierra y este año vas a morir, por haber incitado a la rebelión contra Yahvé”. Y murió Ananías en ese mismo año, en el séptimo mes. (Jeremías 28, 15-17).

Afortunadamente, hoy, la teología moderna pone más énfasis en la infinita “misericordia”, que en la “ira” de Dios. Éste admite la redención del pecador que se arrepiente pero no la redención del pecado… No obstante, no estaría mal que los “Ananías” modernos al ver la suerte que corrieron sus homónimos antiguos pensaran por un instante en aquello de que: “cuando veas las bardas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo”. Tal vez así se arrepientan sinceramente. ¿Será esto posible?

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