Opinión Nacional

Chávez maquina su suicidio

Presidente hace ya largos años convirtió usted su humillante derrota militar, de la cual se tenga noticias haya ocurrido alguna vez en este mundo, en la más excepcional victoria política que, al menos en estas tierras nuestras, ser humano alguno ha tenido, obtenido, quizá por el modo tal ocurrieron los hechos de esa era, tropezado, conseguido. Cautivó a todos, o con más verdad, a la inmensa mayoría de quienes por justicia esperaban un cambio, y que justicia y equidad, honradez y respetabilidad de ellos tan lejos ubicadas estaban, pudieran acercarlos, disfrutarlas también. Privilegios eran los derechos que a todos por igual ejercer pudieran de un muy escaso grupo, que por años, usurpó la esperanza y sin dolor alguno, aislados y a espaldas de la gente transitaban. Con desproporcionada irracionalidad llamó usted ese periodo, utilizando sin escrúpulos a Kleber Ramírez, la IV República. Los detalles de ese hecho no hace falta mirarlos, por ahora, y no tanto porque desmerezcan ser objeto de rigurosa historia, sino porque usted, presidente, es la expresión mas afortunada y mas torpe a la vez, del juego de la derrota al éxito y de allí viaja usted, de su mano guiado, de nuevo a la derrota, solo que esta vez, es usted el propio jinete de su bestia para llevarlo a su especial apocalipsis. Su éxito, presidente, no ha estado nunca, créamelo, en sus habilidades y virtudes, su inteligencia y capacidad de maniobra, no, no son suyas, sino en la ausencia absoluta de aquellos que, primero, lo derrotaron y luego, sucumbieron. No lo dude presidente, ellos fueron los protagonistas de su propio entierro. No tuvo usted ni siquiera la necesidad de ir al cementerio con ellos.

Permítame un alto, para seguir en alto. No escribo en su contra, lo describo señor, sin odios. No lo se hacer, jamás he bebido de esas aguas de hiel. Hube y razones tengo para haber guardado rabias contra quienes tanto daño me hicieron, con el daño que hacen a los míos, pero, para mi suerte mi familia de siempre y mi terapeuta de sabia palabra y sublime amor por lo bueno y lo bello, me libraron de ese terrible duelo. Porque debe ser grande el dolor para que el odio se apodere de quien malvadamente lo cultiva y ejerce. Menos soy eso que, otra vez, por ignorancia extrema, llama escuálidos, ninguna de sus acepciones que la semántica y su uso han dado, cabe en mí. Tampoco en los otros a quien usted con ello herir pretende. Al contrario, señor, mi familia, mi hermano Ricardo, Gerardo, el coronel que bien a usted conoce y usted sabe de él, en la Escuela Superior del Ejército, o algo así, supo de usted muy bien por sus limitaciones, mi hijo Gustavo, entre los míos de dentro, de la hondura, donde cohabitan mi alegría y mi tristura, lucharon por usted y usted lo supo, sin nada exigirle, solo que creyeron en usted. Creer en este caso, es forma de amar perfecta que quien lo da se entrega toda sin mas recompensa que le felicidad que provoca en su amado, en aquel momento el amor a la vida, para que usted viviera. Motivo de eruditos maestros esa entrega que en ello han descubierto tantas veces alienación e idolatría. O como yo creo, que tantas veces verdad es, eso es amor, amor del mejor, amor del bueno, sólo que sacrificios y perdones lleva. Quien ama, presidente, no odia, así le duela, por ejemplo, el abandono. No fue ese ni ese es el caso, pero bueno es decirlo, para evitarle que profiera esas innecesarias, injustas, absurdas imprecaciones, de esas que habitan en su alma y que escupe su lengua.

Nada me anima, pues, en su contra. Quizá sea usted un ser extraño de sí mismo extraviado y que le haga falta Herrera Luque para escribir su historia con la belleza y precisión con la cual genialmente a Boves encontró y hoy su inmortalidad no está en sus crímenes, sino en la palabra que le descubrió sus andanzas, las cualidades, si así llamar se puede las vilezas de su alma y de su libido. Yo, hoy, quiero recordarle una historia que usted, sin saberla repite, como sin darse por enterados sus sabios mas cercanos corean Giordani, Jaua, entre ellos, citan frases completas de Hitler, del sociólogo Geobbels o del monstruo Himmler, como si fueran propias. Y yo creo que en verdad son de ellos aun cuando no sean de ellos sus orígenes. Vea usted, es inherente al tigre, a la pantera, su insaciable voracidad carnívora y es propiedad del zamuro su placer por lo pútrido, por la carroña y al corrupto le es propia su condición de robar, engañar, traicionar, acusar a otros de sus defectos y sus yerros y con cinismo justificar sus crímenes, y, en fin, hay seres que felices son con la infelicidad de otros, y mas felices son creando a otros la intranquilidad, la infelicidad, el miedo, el terror y la desdicha, a fin de dominarlos. Por ahí voy señor, por ahí quiero ir siguiendo sus destrucciones y su habla. Y esto es una aberración también única en la historia de lo antihumano que un ser como usted que lo ha tenido todo, la oportunidad, el dinero, los medios, la gente, haya logrado como su mayor éxito la destrucción y el despilfarro, la corrupción y la desidia. Nadie ni usted podrá explicar como despilfarró tantos millones miles muchos, mas que los sumados todos desde toda nuestra historia republicana, pero si esto le es imposible explicar, como logrará usted señalar a la historia que su éxito, su único éxito, radica en haber hecho del odio parte vital de la conducta de seres que lo aman o creen amarlo, lo obedecen y siguen, y aquí no excluyo a quienes enseñó para que odiaran por sus miserias que reprimidas andan, sino también a quienes le temen, a quienes hizo blanco de su odio y, entonces, como respuesta al odio, por un error humano, y de la vida, como en toda las bestias genera odios el odio.

Nada cuesta presidente determinar en cada detalle su fracaso. Del entusiasmo a la decepción. Del amor por usted al abandono. De la alegría al odio, de la esperanza a la decepción. De la pobreza a la pauperidad. De analfabeta al neoanalfabeta, del liberal al fundamentalista. Eso es sencillo verificar sin riesgo de error. Pero el problema, señor, está en usted. Por qué su odio al otro? Cual ha sido su metamorfosis. Probablemente, señor, usted mismo como tantas veces se confiesa y a viva voz declara, es usted el líder, el supremo líder, pero la interrogante es como usted, hoy, se considera el mesías. Que ocurrió?. Por qué devino en una especie de Narciso? Si demagogia y mera manipulación fuese creerse narciso, súper líder, sol radiante, no habría tanto problema para su estudio, la cuestión es usted como se siente, como identifica a Dios con Usted, y aun lo subordina, cree ser pueblo y ser el pueblo, y con todo eso, por si fuera poco, se considera necesario, inevitable, único. “Vienen por mí” grita usted, como su salvación y la salvación de ellos, sus súbditos, acólitos, idólatras, secuaces. Dosis de soberbia en esa su visión donde usted se asume como deidad, pero, hoy, presidente, es expresión de miedo, de terror, ese que se devuelve y usted en once años cultivó con esmero. Tiene usted mucho miedo y he aquí que el peligro de sus reacciones, pueden ser aún peores de cuanto ya se vio y ha sido. Que los mil atentados que contra usted ha inventado, para hacer creer mil veces más el magnicidio en su delirio de morir a lo grande, se convierta en su propio terror y entonces acelere la decisión de su propia tragedia. Usted, presidente, maquina su suicidio. Y el peligro no está en la tragedia que usted se diseña y escribir pudiera establecer como meta, sino que como Cronos, de los griegos, el Saturno de los latinos, devore usted a sus propios hijos. Lo cual ya se ve según están demolidos tantos que aun sin decir nada nadie cuenta, tiene usted miedo, horror a la posibilidad de ser sustituido por uno de ellos y, entonces, se lo traga. Y lo peor, que en su terrible pánico incluya a todos, y, en consecuencia, intente devorarlo todo. Exterminarlo todo.

Usted, presidente, ya no da miedo, pero, ante usted prudencia, tal el mandato de la razón y el corazón que ya sabe tanto de usted y sus fracasos que en su perversidad hacen daño, pero por eso y por más, usted da mucha lástima, porque en su soledad que acelerado busca por compañera, se verá tan solo que tratará de huir de sí mismo y en esa huida, presidente, está de usted el mas grave peligro, cuanto a otros pueda hacer en su esfuerzo sistemático de maquinar su propia muerte, cuya primera fase ya cumplió: su fracaso. Todo suicida tiene en el fracaso su proemio. Hay mucha gente, presidente, que por amor tal como dijo Dios amarse a sí mismos para poder amar con probidad al otro, tienden a usted su mano. Manos limpias sin suciedad y menos, y menos, sin las manchas rojas que el crimen va dejando. A mi, presidente, me habría gustado verlo recorrer las calles de este pueblo y que encontrara en cada esquina una sonrisa de gratitud o de piedad y una jícara de bolón y un vaso de agua brindaran al sediento. Pero presumo, señor, que usted irá siempre tras la huida, aterrorizado de tanto mal que hizo y sigue haciendo y vuelve a mí la idea de que usted sin saberlo y ojalá así fuera, perdonado sería por Dios y por el pueblo si su arrepentimiento verdad fuera, pero por estar usted tan lejos de Dios y de la verdad, rehuirá el perdón. Si en el camino la soberbia le evitó fructificar, recuerde la bondad del Señor, cuando al arrepentido Dimas, prometió llevarlo al Paraíso, y solo, presidente, por la transparencia de su arrepentimiento. Conceda usted a Dios la posibilidad de perdonarlo y dará su perdón. Dé Dios su bendición para la rectificación. Pero rectificación ha de ser verdadera, no se engaña a Dios, ni siquiera Mefisto guiado por Lucifer puede engañar a Dios. Recuerde, presidente, que quien a Dios ha pretendido engañar, termina siempre víctima de su propio engaño, la más perversa de todas las mentiras. Escuche este grito de una mama: No me quiete el trabajo. No me expropie las manos, la vida de mis hijos son. Es Palabra de Dios.

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