Opinión Nacional

Chávez se derrumba y apela a la violencia

(AIPE)- Ni las abiertas presiones de Chávez, ni la violencia desatada en las calles de Caracas, han logrado impedir que el Tribunal Supremo de Justicia declare el sobreseimiento de los militares que, el 11 de abril pasado, desconocieran las órdenes del presidente de movilizar las tropas contra manifestantes pacíficos que pedían su renuncia. La sentencia decreta también, implícitamente, la agonía de un régimen debilitado, acosado por sus propios errores y repudiado por la mayoría de la población. Lo que no podemos evaluar, todavía, es cuan violento serán sus estertores finales, cuanta sangre tendrá que correr en Venezuela para que se restablezca en el país un mínimo estado de derecho.

El presidente Chávez se encuentra ahora prisionero de los propios demonios que ha ido desatando. Su política económica ha llevado a un inmanejable déficit fiscal que, luego de tres años, lo ha obligado a devaluar brutalmente la moneda y establecer nuevos impuestos. La población, ya empobrecida por el estancamiento de un país en el que nadie quiere invertir, tiene que soportar ahora una inflación que reduce sin piedad sus ya menguados ingresos. No es de extrañar entonces que el gobierno pierda apoyo, aceleradamente, en los sectores más pobres de la sociedad.

Enemistado también con los empresarios, la iglesia, los medios de comunicación y los sindicatos, odiado y despreciado por la clase media, a Chávez no le quedan ya otra cosa que ciertos resortes del poder, un sector reducido de los militares y la capacidad para movilizar a sus partidarios más exaltados, los que se llaman a sí mismos revolucionarios y están organizados en “círculos bolivarianos”. Un grupo de pocos centenares de ellos salió a las calles para presionar a la corte y, luego, para protestar su decisión: se enfrentaron a la policía y la Guardia Nacional sembrando el caos y disparando en ocasiones con armas largas de amplio poder. Colocaron también artefactos explosivos de baja intensidad contra varios de sus declarados adversarios.

Si las cosas continúan como hasta ahora es muy probable que el régimen chavista se acabe de derrumbar en los próximos dos o tres meses, tal vez antes. Pero el fin de Chávez, que abrirá una ansiada etapa de reconstrucción para el país, no significará lamentablemente el término de los graves problemas que nos aquejan: si bien la mayoría de los que lo apoyan podrá integrarse, con mayor o menor facilidad, al juego democrático restablecido, habrá que contar todavía con los exaltados que no aceptan la existencia de un orden público regido por el derecho y quieren imponer a toda costa su revolución.

Es verdad que no son muchos, que no tienen arraigo en la población y que, sin la presencia de su líder en el gobierno su capacidad de acción quedará sin duda reducida. Pero no hay que olvidar que están bien organizados, que poseen armas de guerra y que podrán disponer del apoyo de la guerrilla colombiana. No será fácil combatirlos, por eso, y sobre todo porque la anarquía que han sembrado no podrá superarse con demasiada rapidez.

Mientras en los tribunales y el congreso se libra una batalla que, poco a poco, va mostrando la debilidad terminal de Chávez y el fracaso de sus proyectos, se va incubando a la par en Venezuela, poco visible, el fantasma de una época de violencia para lo que no estamos preparados ni sabemos todavía enfrentar. La violencia, de hecho, ya ha comenzado, ya se ha adueñado de nuestras calles, y de nada sirve negarla o tratar de apaciguarla con concesiones que sólo pueden alentar su propagación.

El ansiado fin de experimento político de Chávez, tan similar a otros que han empobrecido a Latinoamérica, parece ya irreversible y se acerca ahora con mayor velocidad. Pero el legado de anarquía y de quiebra económica que nos deja, la violencia que ha propiciado y que insiste en desatar –su verdadera herencia- harán mucho más difícil el camino de la transición que nos aguarda.

* Corresponsal de la agencia AIPE.

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